Capítulo 2: El Sello de Luz

Ayla salió del Bosque de los Suspiros con el corazón palpitando como un tambor. La noche había caído por completo, cubriendo el mundo en un manto de sombras y murmullos. Cada paso que daba hacía crujir las hojas secas bajo sus botas, pero la joven apenas lo notaba; sus pensamientos estaban demasiado ocupados con la flor estelar que había guardado en su bolso.

La sentía latir, como un pequeño corazón dorado, irradiando calor. Sin embargo, al acercarse a los límites del pueblo, una inquietud comenzó a crecer dentro de ella.

¿Qué pasaría si alguien la descubría?

¿Y si creían que había traído algo peligroso?

El pueblo de Lunavia era conocido por su amor a las tradiciones y su temor a todo lo que no comprendían. Las historias de maldiciones y castigos por desobedecer las reglas eran contadas en cada hogar como advertencias vivientes.

—No pueden verla… —susurró Ayla, apretando el bolso contra su pecho.

Como si respondiera a su preocupación, la flor comenzó a brillar con más intensidad, calentando la tela del bolso hasta que Ayla, alarmada, tuvo que abrirlo. Para su sorpresa, la flor no parecía querer quedarse dentro. Una serie de destellos suaves brotaron de sus pétalos, envolviendo a la joven en una luz dorada.

—¿Qué haces? —exclamó, tratando de contenerla.

Antes de que pudiera reaccionar, la flor se elevó ligeramente en el aire y se deslizó, como atraída por algo, hacia su brazo derecho. Ayla miró con asombro cómo los pétalos se deshacían en hilos de luz que se enroscaban alrededor de su piel.

No dolía. Era como sumergirse en agua tibia.

La sensación era tan extraña como reconfortante.

Cuando la luz finalmente se disipó, Ayla bajó la mirada. Donde antes no había nada, ahora había un pequeño dibujo sobre su antebrazo: una estrella de cinco puntas, rodeada por diminutos brotes en espiral. Parecía un tatuaje hecho de luz, sutil y hermoso, como si siempre hubiese estado allí.

Tocó la marca con un dedo tembloroso.

La flor había desaparecido…

Se había escondido dentro de ella.

—¿Esto es parte de ser la "guardiana"? —murmuró, atónita.

La marca brilló tenuemente en respuesta, como si confirmara su pregunta.

Ayla tragó saliva. Ahora, más que nunca, sabía que estaba metida en algo grande… y misterioso.

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Consiguió llegar a casa sin ser vista. Su hogar era una casita pequeña al borde del pueblo, con un techo de tejas azules y una ventana que siempre dejaba escapar el aroma de las flores que su madre cultivaba.

Desde que había quedado huérfana el año anterior, Ayla había vivido sola allí, mantenida apenas con lo que cultivaba en el huerto y la ayuda de algunos vecinos amables.

Mientras cerraba la puerta tras ella, dejó escapar un suspiro de alivio.

Apoyó la espalda contra la madera y deslizó hasta el suelo, agotada pero con los ojos brillando de emoción.

Sacó una vela de una estantería y la encendió. A la débil luz, el dibujo en su brazo titilaba con suavidad.

—¿Qué eres… en realidad? —le preguntó a la marca.

Como respuesta, sintió una leve vibración en el aire. Luego, una imagen se formó en su mente: el jardín secreto, inmenso y silencioso bajo un cielo sin luna.

Y en el centro… una puerta dorada cerrada con un candado en forma de estrella.

La imagen se desvaneció tan rápido como había venido, pero dejó un mensaje claro en el corazón de Ayla: el jardín la estaba esperando. Y había algo, o alguien, encerrado allí que necesitaba su ayuda.

La joven apretó los puños.

No sabía si debía temer o alegrarse, pero una cosa era segura: no pensaba ignorar aquel llamado.

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Los días siguientes fueron extraños.

Por fuera, la vida en Lunavia seguía igual.

El panadero gritaba sus precios en la plaza, las campanas de la iglesia sonaban cada mediodía, y los niños corrían entre los callejones polvorientos jugando a atraparse.

Pero Ayla sentía que caminaba en dos mundos a la vez.

La marca en su brazo a veces palpitaba cuando alguien se acercaba demasiado, como si advirtiera del peligro. A otras horas, sobre todo en las noches, la sentía latir como un pequeño tambor, llamándola en sueños hacia el Bosque de los Suspiros.

Empezó a notar más cosas extrañas.

Flores que sólo ella podía ver, creciendo en los rincones más improbables: en las grietas de los muros, en los huecos de los árboles muertos. Pequeñas, luminosas, susurrándole en silencio.

"Ven", parecía decirle el viento. "Ven, guardiana."

Y Ayla lo sentía también: el jardín quería que regresara.

Que aceptara completamente el lazo que habían creado.

Pero en el pueblo, las cosas no eran tan sencillas.

Una tarde, mientras compraba harina en el mercado, escuchó a dos ancianas cuchichear cerca de ella:

—Dicen que vieron luces raras en el bosque la otra noche…

—¿Luces? ¿Otra vez? Recuerda lo que pasó hace treinta años. ¡La última vez que las estrellas cayeron, trajeron desastre!

Ayla sintió un escalofrío. Sabía que si descubrían lo que llevaba, no sólo se volvería sospechosa: la podrían culpar de cualquier desgracia futura.

Debía ser cuidadosa.

Muy cuidadosa.

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Esa noche, incapaz de resistir más la llamada silenciosa de la marca, Ayla se puso su capa más gruesa, ató bien sus botas y, con una linterna en mano, salió de casa sigilosamente.

La luna estaba oculta tras las nubes, pero el resplandor del dibujo en su brazo le bastaba para encontrar el camino hacia el Bosque de los Suspiros.

Cada paso entre la niebla era como entrar más profundo en un sueño.

Cuando finalmente llegó al claro donde todo había comenzado, soltó un suspiro tembloroso. Las flores luminosas seguían allí, miles de ellas, pulsando como un mar de estrellas al ritmo de un corazón antiguo.

La marca en su brazo brilló con fuerza, y una de las flores se elevó del suelo, flotando frente a ella.

Ayla extendió la mano, y al tocarla, la flor se disolvió en un hilo de luz que entró en su pecho, como la primera vez.

Y entonces, la tierra tembló.

Frente a sus ojos, donde antes no había más que hierba, surgió una gran puerta dorada, su superficie cubierta de intrincados símbolos.

En el centro, brillando débilmente, estaba el candado en forma de estrella.

Ayla dio un paso hacia adelante, su corazón retumbando en sus oídos.

Sabía, en lo más profundo de su ser, que cruzar esa puerta sería el verdadero comienzo de su aventura.

Pero también sabía que no podría hacerlo sola.

El Jardín de las Estrellas era un lugar de sueños… y también de desafíos.

Y ella, Ayla de Lunavia, había sido elegida para enfrentarlos.

Y no pensaba fallar.