Capítulo 5: Ecos del Olvido

El día amaneció nublado, con un cielo gris que parecía advertir a los habitantes del pueblo que no alzaran demasiado la voz. Incluso el gallo, siempre puntual en su canto, había retrasado su saludo a la mañana. Ayla lo sintió desde que abrió los ojos: el aire era más denso, como si los árboles contuvieran la respiración.

La flor errante.

Flor 28.

Había soñado con ella de nuevo, pero esta vez no era solo un campo de niebla y susurros. No. Esta vez, la flor había hablado.

"Ven al lago. Antes de que se desvanezca todo."

Ayla anotó rápidamente en su libreta, cerró la tapa de madera con el broche de cuero y se abrigó.

No se lo dijo a su abuela. No esta vez.

---

El lago se encontraba al otro lado del bosque, donde los árboles se volvían más altos y las hojas formaban un techo de sombra casi permanente. Nadie del pueblo iba allí desde hacía años. Decían que el agua estaba maldita, que una niña se había perdido en su fondo cristalino y que su voz aún podía escucharse los días de viento.

Ayla nunca había creído eso. Pero ahora, con cada deseo que tocaba, con cada flor que respondía, se daba cuenta de que las leyendas… solo eran verdades mal contadas.

El camino al lago estaba cubierto de flores silvestres. Pero ninguna brillaba.

Solo una.

La vio desde lejos, vibrando en la orilla como si bailara con la brisa. La flor errante.

Flor 28.

Ayla se acercó. Esta vez no la tocó de inmediato. Se sentó junto a ella, dejando que sus dedos se sumergieran en el agua helada del lago. Y entonces, la flor se abrió del todo, como si supiera que Ayla estaba lista.

La visión fue inmediata.

Un cuarto oscuro.

Paredes de piedra.

Una niña sentada en el suelo, con la mirada fija en una flor pintada en la pared.

“¿Hola?” —susurró Ayla dentro de la visión.

La niña giró lentamente el rostro.

Tenía los ojos idénticos a los de Ayla.

Idénticos.

“¿Por qué me olvidaste?” preguntó la niña con voz rota.

Ayla despertó con un grito ahogado.

El lago seguía allí.

La flor seguía brillando.

Pero algo dentro de ella… no.

Buscó con manos temblorosas su libreta. La abrió. Flor 28 seguía ahí, dibujada con detalle. Pero había una palabra escrita sobre el dibujo que Ayla no recordaba haber puesto:

“YO.”

---

Los siguientes días fueron un torbellino de pensamientos y dudas.

Ayla seguía con su rutina en el pueblo: vender flores, ayudar a su abuela, sonreír a los vecinos. Pero su mente estaba atrapada en el claro, en el lago, en la visión. ¿Qué significaba todo eso?

Decidió volver al claro.

Necesitaba respuestas.

Allí, encontró algo que la detuvo en seco.

La flor errante no estaba sola.

A su alrededor, otras flores se habían reunido. Y no eran cualquiera: eran flores que ya había registrado en su libreta, deseos que ella pensaba resueltos o al menos en camino a sanar.

Flor 7, el deseo de una madre de recuperar la voz de su hijo.

Flor 12, el anhelo de un anciano por ver el mar antes de morir.

Flor 19, el ruego de un niño para que su perro volviera.

Todas esas flores estaban allí. Rodeando a la flor errante. Como si quisieran protegerla. O tal vez… impedir que alguien la tocara de nuevo.

Ayla dio un paso adelante, pero la tierra bajo sus pies tembló ligeramente.

No era amenaza. Era advertencia.

“Lo que buscas… puede romper lo que ya has sanado.”

La voz no venía de ninguna parte. Pero estaba ahí. Dentro de ella.

---

Aquella noche, en su cabaña, Ayla se sentó frente al fuego sin hablar. La abuela la observó, en silencio también, como si supiera que algo había cambiado.

—Las flores pesan, ¿verdad? —dijo de pronto la anciana—. El bosque no da regalos sin pedir algo a cambio.

Ayla la miró sorprendida.

—¿Sabes sobre...?

La abuela asintió lentamente.

—Yo también las veía… cuando era joven. Pero no como tú. Nunca me guiaron al lago. Eso solo ocurre con las verdaderas herederas.

Ayla sintió un escalofrío.

—¿Herederas de qué?

La anciana acarició el cabello de Ayla con suavidad.

—De los deseos que se olvidan. De los que nadie se atreve a cumplir. De los que se entierran tan profundo… que se convierten en personas.

---

Esa noche, Ayla no durmió.

La flor errante había florecido en su brazo, literalmente.

Un brote azul oscuro, minúsculo, nacía desde la tinta del dibujo como si quisiera salir al mundo.

Y en su sueño, la niña de la visión volvió.

Pero esta vez, sonreía.

—Gracias por venir. Ya no estoy sola.

Cuando Ayla despertó, comprendió algo.

La flor errante era suya. Su deseo olvidado.

Un deseo tan antiguo que había dejado de ser deseo y se había vuelto parte del bosque. Parte del jardín.

Y ahora que la flor había sido encontrada… el verdadero trabajo apenas comenzaba.