Capítulo 19: El Peso de las Flores No Ditas

No era un día diferente, pero Ayla se sentía distinta.

El cielo estaba cubierto de nubes suaves, flotando como pensamientos que no terminaban de caer. El viento era apenas una caricia entre las hojas, y el jardín no había crecido más desde la aparición de la flor lila.

Esa flor.

Seguía allí, inmóvil, sin deshojarse ni marchitar. Como si aguardara una respuesta que no llegaba.

Ayla no quería pensar en eso.

No quería mirar a Tiel con otros ojos. No quería que él —él— hubiera sido el autor del deseo.

No quería ser el objeto de nada.

Ella era quien cumplía los deseos. No quien los inspiraba.

No estaba hecha para eso.

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Los días siguientes intentó poner distancia.

Pasaba más tiempo sola en el claro, caminaba por la aldea solo cuando era estrictamente necesario, y cuando Tiel pasaba por su puesto, ella sonreía —como siempre— pero hablaba menos, bajaba la mirada antes y no le ofrecía infusión de jazmín.

Tiel no era estúpido.

Y aunque intentaba fingir normalidad, su mirada se endurecía un poco más cada vez que ella retrocedía.

Hasta que no lo soportó más.

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La confrontó una tarde, en el sendero que llevaba al claro. Ella no lo vio venir. Él simplemente estaba allí, de pie, con el ceño fruncido y los hombros tensos.

—¿Te hice algo? —preguntó, sin rodeos—. ¿O solo decidiste que ya no soy bienvenido?

Ayla, atrapada entre la luz del sol filtrándose por los árboles y la sinceridad de sus palabras, quiso negar, fingir, reír.

Pero no lo hizo.

—No me hiciste nada —dijo ella—. Eso es lo que me confunde.

—Entonces dime por qué me estás evitando.

Ella tragó saliva.

El viento volvió a pasar, más frío esta vez.

La flor lila apareció en su mente, latiendo como un secreto sin lugar donde esconderse.

—Tiel… ¿hiciste un deseo? —preguntó en voz baja—. ¿Aquí?

Él la miró. No respondió de inmediato. Algo en sus ojos cambió.

—No lo sé. Creo que sí —confesó—. No fue algo consciente… solo recuerdo que te vi sonreír después de lo de Carys. Sonreíste… y sentí que algo se me rompía por dentro. Pensé: "Quisiera saber por qué siempre sonríe cuando está triste. Quisiera comprenderla."

Ayla cerró los ojos.

Lo sabía.

—No deberías querer eso de mí.

—¿Por qué no?

—Porque no tiene solución. Porque mi tristeza no es un misterio que necesite explicación. Solo es mía.

—¿Y no te cansa llevarla sola?

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El silencio entre ellos fue denso.

El claro los rodeaba, escuchando. Ayla sentía la presencia de la flor lila a sus espaldas, flotando como una pregunta.

—Siempre pensé que si mostraba mi dolor, lo haría más real. Más pesado. Si otros lo veían, entonces dolería más. Pero ahora... ahora me pesa no compartirlo —admitió finalmente, sin poder sostenerle la mirada—. No sé cómo se hace. Cómo se deja entrar a alguien.

Tiel dio un paso. No más.

No la tocó. Solo se acercó lo justo para que su voz fuera una promesa suave.

—No tienes que darme todo. Solo... dejarme estar. No quiero arreglarte, Ayla. Solo comprenderte un poco. Solo no verte sola.

Ella lo miró.

Lo miró de verdad.

Y en sus ojos no había deseo, ni juicio, ni compasión disfrazada de ternura.

Solo una presencia firme. Un espacio seguro.

Un “aquí estoy” silencioso.

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Esa noche, volvió al claro.

La flor lila estaba más cerrada que antes, como si aguardara al borde del marchitamiento.

Ayla se arrodilló frente a ella.

—No sé si esto es suficiente. No sé si abrir un poco el pecho servirá de algo. Pero quiero intentarlo —susurró.

Tocó la flor.

Y esta, por primera vez, no mostró una visión ni un recuerdo. Solo se iluminó ligeramente desde el centro. Como si respondiera a una decisión más que a una necesidad.

Los pétalos se abrieron un poco más.

Y no se marchitaron.

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Desde esa noche, Ayla no volvió a evitar a Tiel.

No le contó todo. No soltó todos sus silencios.

Pero cuando él apareció en el puesto del mercado y le preguntó cómo estaba, ella no dijo "bien".

Dijo: "Tranquila. Cansada. Pero tranquila."

Y cuando él le ofreció llevarle las cestas de regreso, no lo rechazó. Caminó a su lado. En silencio.

Pero un silencio compartido.

Y eso —eso— era nuevo.

Y floreciente.