Capítulo 28: Donde no todos ven lo mismo

El amanecer llegó más lento que de costumbre, como si el propio sol dudara si debía asomarse o no. Ayla se había despertado antes de que la primera luz tiñera el horizonte, pero no se había movido de su cama. Permanecía allí, con las rodillas encogidas contra el pecho, mirando el techo, sin realmente verlo.

El claro la llamaba… pero no como antes. No con esa sensación cálida, no con el susurro acogedor de las hojas o el latido suave de las flores. Ahora se sentía… raro. Como si debajo de cada raíz hubiera algo temblando. Algo que solo ella podía percibir.

Los días anteriores habían sido así. Una extraña mezcla entre ignorarlo… y no poder dejar de sentirlo. Todo desde aquella conversación.

“¿La ven?” había preguntado, con la voz apenas contenida, mientras señalaba hacia el centro del claro. “La grieta... ¿La ven también, verdad?”

Tiel había entrecerrado los ojos. Caminó hacia donde ella indicaba, agachándose, tocando la tierra húmeda, las raíces, los pétalos caídos. Buscó. Miró.

—No… no veo nada. —Su voz había sido honesta, sin duda, pero cargada de una preocupación que le tensaba la mandíbula.

Evan había hecho lo mismo. Dio un par de vueltas, incluso se inclinó para mirar desde otro ángulo, como si la grieta fuera un juego de perspectiva. Pero luego negó lentamente, cruzando los brazos.

—No, Ayla. No hay ninguna grieta aquí. Solo tierra. Solo flores. Está bien. Todo está bien.

Pero no lo estaba.

Desde entonces, Ayla había dejado de entrar al claro como antes. Se mantenía en los bordes, recogiendo hierbas cerca del sendero, preparando infusiones en su cabaña, organizando frascos con manos inquietas pero mirada perdida. El claro seguía allí, pero se sentía... como mirar un hogar por la ventana.

Tiel lo notaba. Caminaba cerca, fingiendo revisar cosas, pero lanzándole de reojo esas miradas llenas de palabras que no sabía cómo decir. Evan también lo notaba, aunque su forma de manejarlo era más torpe: se aparecía con pretextos ridículos —“¿Esta hoja es comestible?” o “¿Qué pasaría si mezclaras pétalos con canela?”— solo para ver si Ayla reaccionaba como siempre.

Pero ella no reaccionaba como siempre.

Seguía trabajando, sí. Seguía vendiendo flores, preparando bálsamos, riendo a medias con los aldeanos. Pero cuando alguno le preguntaba si tenía más de aquella mezcla para dormir bien o de aquella infusión para los dolores del pecho, su sonrisa era un poco más delgada, más tensa. Más... vacía.

No quería entrar al claro. No porque no pudiera. Sino porque ahora lo veía distinto.

Porque ahora… veía las grietas.

Eran como hilos rotos en el tejido del lugar. Pequeñas fisuras en la tierra que nadie más notaba. Algunas nacían bajo las flores más antiguas, otras serpenteaban por el borde de los troncos, otras, más finas, subían por el aire, como si incluso el cielo pudiera quebrarse.

Y cada vez que ponía un pie en el claro, esas grietas parecían crecer un poco más.

—¿Por qué no lo ven? —murmuraba en voz baja cuando estaba sola, cuando sus manos mezclaban hierbas casi por inercia. “¿Por qué solo yo?”

El miedo que creía haber enterrado volvía a nacer. Un miedo distinto al de la niña que fue, distinto al de los primeros deseos que no supo resolver. Era el miedo de entender que tal vez... el claro siempre había estado roto. Y que su magia, su amor, sus manos cuidadosas… solo habían sido una venda. Una hermosa, delicada venda sobre algo que llevaba mucho tiempo fracturado.

A veces se sorprendía mirando sus propios brazos, buscando bajo la manga tejida que su abuela le dejó, esperando descubrir si las grietas también estaban en ella. Si la piel las ocultaba, si el corazón llevaba fisuras iguales.

Una tarde, mientras Tiel cortaba leña en silencio y Evan barría hojas secas con más fuerza de la necesaria, Ayla se quedó quieta, mirando el humo que salía del techo de la cabaña.

“Si el claro se rompe… ¿qué pasa con los deseos? ¿Qué pasa con lo que sostiene?”

La idea se le instaló como una piedra en el pecho. Porque aunque nadie más viera las grietas, aunque Tiel le dijera que el claro seguía hermoso, aunque Evan intentara arrancarle una sonrisa con alguna torpeza, ella sabía la verdad.

Algo estaba cediendo. Y no sabía si era el claro… o ella misma.