Día 1: Chica conoce enfermería

La enfermería es más pequeña de lo que había imaginado. Tiene solo dos camas, separadas por una fina cortina y una mesa donde se encuentra un hombre con bata, en la cuarentena. Me he despertado aquí y llevo varios minutos viéndole jugar al solitario en el ordenador. Las costillas me duelen, así como la cabeza, es como si estuvieran tocando tambores en la parte trasera de mi nuca. ¿Por qué no estoy en un hospital?

Me incorporo y siento un mareo que me hace gemir.

—Disculpa —dice el ¿médico? ¿enfermero? viniendo a mi lado. Trae un balde metálico, que deja a mano—. Aún no te muevas, cariño. Te has pegado un buen golpe.

Que me lo digan a mí. Silvia no es precisamente ligera, aunque sí suave. No sé si es cosa de la conmoción, pero puedo aún sentir la suavidad de sus piernas, restregándose con las mías. No, espera. ¿Estoy desnuda bajo las sabanas?

Miro debajo de ellas, y sí, joder, la sensación proviene de las sábanas deslizándose por mi piel. Me tapo hasta arriba, donde también me falta no solo las braguitas sino también el sujetador. Mi cara se pone roja y miro al hombre, que me sonría capciosamente.

—Venías ya desnuda, cariño, a mí no me mires.

Ah. Las duchas. Joder, me han traído hasta aquí completamente desnuda. Pero qué he hecho yo para merecerme esto. Me tapo con las sabanas y escondo mi vergüenza en ella.

—Te haré un reconocimiento y si te encuentras bien, tendrás que volver a clases —me informa, sacando un termómetro del interior de bolsillo—. Ahora, si no te importa…

Abro la boca, y me lo introduce, aunque no lo hace de golpe, sino lentamente. Estoy confundida por este hecho, pero no digo nada. Mientras esperamos, el hombre no levanta los ojos de mí, creo que ni pestañea. Me da un poco de yuyu, la verdad. Me aprieto las sabanas más contra mi pecho.

Al de unos minutos, me hace abrir la boca, lo mira, y se lo guarda en el bolsillo, sin limpiar ni nada. Qué asco. Bueno, al menos, es el primer día de clase, habré sido la primera en lesionarme, ¿no?

—Vamos a mirarte el corazón —dice, mientras se saca un estetoscopio del bolsillo.

Me recuesto sobre las piernas y le doy acceso a mi espalda. El metal está frío y se desliza por mi piel, causándome escalofríos. Los dedos de él, en contraste, están cálidos, y se posan desvergonzadamente mas tiempo del debido.Mi corazón está palpitando tan alto que estoy segura de que es posible escucharlo sin necesidad del fonendo.

—A ver, día “ah”. —me pide, y yo frunzo el ceño pero lo hago.

En vez de usar un palito de esos, usas sus manos para atraparme la lengua. Pego un respingo, pero la tiene firmemente agarrada. Se saca un boli con linterna de otro bolsillo y me señala con él al interior de mi cavidad bucal. Aprieto las manos contra las sábanas al sentir sus dedos, duros y enormes, acariciando toda la longitud de mi lengua. Está sonriendo, sin perder de vista mi interior. Joder, es como si estuviera completamente expuesta, a niveles que no me imaginaba.

—Todo parece correcto. ¿Quieres ir a clase entonces, o…?

—Me voy —le digo rápidamente, saltando fuera de la cama. Miro a mi alrededor pero no hay ningún uniforme a la vista—. Perdón, pero ¿mi ropa?

Él se sonríe, y se recuesta en el taburete.

—Lo siento, tus compañeras no han traído nada.

—Pero, entonces ¿qué hago? ¿Vuelvo al dormitorio?

—Los dormitorios están cerrados electrónicamente hasta el final de las clases. Pero, no te preocupes, tengo aquí algo que te puede servir.

Le miro esperanzado. Quizás solo son cosas mías, y este colegio de mierda, que me ha crispado los nervios. No ha hecho nada que merezca mis sospechas. Vale, puede ser un poco rarillo, pero eso no es delito.

El hombre se levanta de la silla y se acerca al primer cajón de su escritorio. Y me saca una bata de hospital.

—Aquí tienes, cariño, puedes vestirte.

—¿Qué? No pretenderá que vaya así.

—Es lo único que tengo.

Esa sonrisa. Aggggg. Le arrebato furiosa de la mano la bata con la sabana aún firmemente apretada alrededor de mi cuerpo. Me acerco a la cortina de la cama y la corro antes de soltarla y ponerme la bata. Es casi transparente, puedo ver mi cuerpo a contraluz. Y por supuesto, tiene una abertura, a cerrar con dos tiras de tela ridículos. Por suerte, soy lo bastante pequeña como para que me cubra por completo. Lo malo, que mi pecho no permite cerrar bien la parte trasera y no me llegan las manos para hacer un doble nudo.

Me doy la vuelta y miro mi aspecto en la bandeja de metal. Aunque distorsionado, soy capaz de ver mi reflejo y me quedo helada al ver un chupón en el cuello que no recordaba que me hubieran hecho. Y lo que es peor, ahora que me doy cuenta, siento la humedad entre mis piernas, como si me hubiera corrido hacía poco.

Miro acusador al doctor, pero ya está jugando al ordenador de nuevo.

—Si te sientes mal de nuevo, puedes volver cuando quieras —me dice como despedida sin girarse si quiera cuando yo me lanzo a la puerta.

Antes de que esta se cierre de nuevo, veo el interior del cajón que sigue abierto: hay un vibrador rosa dentro.