Es la última clase de nuestro primer día y no me esperaba que fuera tan… normal. Ética de las Relaciones, ponía en el horario, y ya estaba temiéndome que fuera uno de esas clases extrañas en las que nos intentan lavar el cerebro. La profe, Pamela, de hecho es una adorable anciana sesentona que me recuerdami abuela. No va vestida con trajes fríos, ni lleva fustas o correas en la mano. Hasta su aula es mucho más amigable, con tonos pastel en las paredes y poster de animales superando sus traumas.
Estamos sentados en círculo, con ella en el centro, y nos habla a todos con voz sosegada y sonrisa cálida.
—Los humanos vivimos en sociedad. La convivencia con otras personas es el mayor reto al que tendremos que enfrentarnos en nuestra vida. Todo el estrés en el que vivimos es causado en mayor parte por la interacción que realizamos con nuestra gente más cercana y con la sociedad en su conjunto. En esta clase, aprenderemos de las relaciones de pareja que marcaran nuestra vida. De los miedos que cargamos y de los sentimientos que nos genera este lugar.
—Aquí están todos locos —suelta el chaval a mi lado—. ¡Nos dan postre sobre gente desnuda!
—Sí, eso ocurre —afirma ella, y se apoya en la silla, como si estuviera contándonos un secreto—. ¿Pero sabes por qué lo hacen? ¿Qué están tratando de hacer?
—¿Avergonzarnos?
—¿Y por qué deberíamos? ¿Acaso has hecho algo que no debías?
El chico abre la boca para decir algo, pero se lo piensa mejor y la cierra.
—La ética es llamada también la filosofía moral. Es la rama de la psicología más interesante a mi parecer. ¿Sabéis por qué? ¡Porque responde a las preguntas más básicas que deberíamos hacernos: cómo debemos vivir? ¿Qué está bien y qué está mal?
Silvia parece aburrida, apoyada la cabeza sobre sus manos. Resopla ante las respuestas que nos da la mujer y esta levanta la vista para encararla.
—¿Algo que quiera contar, señorita Silvia?
—Lo que dice no tiene mucho sentido. Yo decido cómo quiero vivir. Y lo que está mal, está mal, no hay nadie que me diga que lo está, se sabe y listo.
—¿Así lo cree? —Ella se cruza de brazos—. En ese caso, si a mí me apeteciera pasear desnuda por el colegio, no habría nada que lo evitara, verdad.
La idea no parece hacerle gracia, y creo que a ninguno de nosotros. Pero si lo pensamos bien, llevamos todo el día haciendo cosas que nos han enseñado que están mal, así que por qué debería de sorprendernos esto.
—La ética es una construcción social. Prescribe cómo debemos actuar las personas ante la vida, y para ello toma en cuenta la fundamentación de la moral, basada en la religión católica que ha sido predominante en las últimas eras. Esto quiere decir que muchas de nuestras ideas sobre el bien y el mal, han sido dictadas por un libro que fue escrito hace dos mil años y que no ha tenido en cuenta nuestra evolución como sociedad. Si eso es así… ¿por qué crees que estaría mal que nos paseáramos desnudos?
Se lo está preguntando a Jake y el pobre parece un poco aturdido. No es para menos. No puedo encontrar una sola razón por la que esté mal que no sea basado en porque está prohibido por ley. La profesora Pamela se ríe de nuestras caras, está claro que nos está tomando el pelo.
—Os ayudaré un poco. Es así porque altera el orden público. Dejando a un lado la moralidad y la decencia, la sociedad en su conjunto ha decidido impostar ciertas normas independientemente de los deseos individuales de cada uno. Las leyes y ordenanzas recogen las prohibiciones y hemos de acatarlo como parte de esta.
—Y porque es una guarrada —suelta Silvia. La profesora sigue sonriendo, encantada por la manera en la que todos estamos aportando a la clase.
—¿Y lo es? Hay algo más natural que el cuerpo desnudo? La ropa es una barrera protectora, contra el frío, la humedad, los gérmenes. La desnudez no es dañina por sí misma, podría ser hasta saludable un cierto nivel exposición, fortalecería nuestro sistema inmune y nuestro cuerpo al mismo tiempo, pero sí es incorrecto porque todos hemos decidido que es así. Ahora, volviendo al tema. El postre.
—No me dirás que eso no es antihigiénico.
—Por supuesto que no. Los voluntarios que hacen de bandejas son lavados a conciencia y rasurados, se les realiza pruebas médicas para descartar ningún tipo de contaminación, etc.
A mí, personalmente, no me ha disgustado para nada, aunque me cuido mucho de decirlo en alto, no vayan a catalogarme de tipo raro. Comienzo a salivar al pensar en el exquisito aroma a fresa, en la tersura de esa piel, en lo expuesta y vulnerable que debía de resultarse la mujer voluntaria.
—¿Por qué se ofrecen voluntarios? —quise saber de pronto, y la pregunta se escucha.
—¡Exacto! Si según vosotros es un acto tan deplorable, por qué alguien querría ofrecerse voluntario? Vamos, venga, lo estáis haciendo muy bien. Aquí no hay respuestas malas, solo dudas que debemos de solventar.
—¿Quizás tengan algún tipo de… filia? —sugirió una mujer del fondo.
—Son putos exhibicionistas —dice Jacinto.
—No, digo si les gusta que les eeee…. Chupen?
—Puedo aseguraros que no son exhibicionista. Son personas atendidas tímidas con problemas de confianza o incapaces de ceder el control.
—Para liberarse —dice a mi lado la mujer mayor. Ya ni recuerdo el nombre, hoy tengo frito el cerebro. Me acabo de dar cuenta de que tampoco está Vera, y eso ya lo dice todo. Solo quiero una siesta. Al mediodía he perdido el tiempo en el baño, masturbándome como un poseso. Correrme en esa situación no me ha dado tanto placer como yo esperaba, me ha dejado hasta un mal sabor de boca. Quizás por los jadeos que se escuchaban en todos los puñeteros retretes a mi lado. Todos con la misma necesidad imperiosa de desfogarnos.
—Muy bien dicho. Buscan liberación. No sentirse culpables por el placer, dejar de tener el control y dejarse llevar. Su psicólogo a cargo a sugerido esta opción como tratamiento de choque para sus particularidades. A vosotros os ofrecerán seguramente otras opciones, igualmente válidas. Levantad las manos aquellos que hayáis pensado hoy que esta escuela es una locura.
Titubeo cuando alzo la mano, pero pierdo la vergüenza al ver que todo el mundo lo hace. Me siento de repente menos perro verde, más normal. La profesora está encantada.
—Por supuesto, por supuesto. Y es que es así. No habéis sido enviados a una consulta psicológica, sino que estáis en un centro por orden legal. Esto quiere decir que vuestra situación requiere de métodos menos ortodoxos, más prácticos. Este lugar —señala todo el centro, dando vueltas sobre sí misma—. Está diseñado para romperos, curaros, recomponeros y volveros a montar para que así podáis disfrutar de una sexualidad sana y sin complejos, mucho más útil para la sociedad.
Tiene su sentido. Y eso me aterra un poquito. Supongo que lo de desvestirnos a primera hora ha sido para darnos a entender que allí nada nos protege. La clase de anatomía para hacernos entender la mecánica del juego. La profe de gimnasia nos ha desgastado físicamente, y el comedor, psicológicamente. Ha sido todo un vaivén emocional que ha logrado que me interese por el sexo más que nunca en mi vida.
Alguien llama a la puerta con timidez y todos levantamos la vista de la hoja que tenemos entre manos para ver a Vera en la puerta. ¿Pero qué demonios lleva puesto? Está roja como un tomate y cierra la parte trasera del pijama que te darían en un hospital con una mano.
—Lo… siento —susurra, sin saber dónde mirar—. Vengo de la enfermería.
—¡Ah! Señorita Vera, me han contado que hoy no ha tenido un día fácil.
Y que lo digas. Me han contado que se había desmayado en las duchas. Se ha pasado todo el día de un lado a otro siendo manejada como una muñeca de trapo. Está pálida y desnuda debajo de ese camisón semitransparente. ¿Ni siquiera le han dado ropa?
—Eh, sí. ¿Podría entrar?
—Por supuesto cariño, ven, toma asiento. Queda poco para el final de la clase, aprovechemos para hacer una ronda de honestidad, ¿os parece? —Ella reparte una hoja en blanco que coloca delante de nosotros—. Escribid aquí una palabra que describa la emoción más fuerte que hayáis sentido hoy. Y al lado, algo que ha pasado que os haya hecho sentir mejor. Después, pasársela a vuestro compañero, él deberá adivinar si ambas palabras corresponden a la misma experiencia o no.
Yo miro cómo Vera se sienta, con cuidado de no dejar a la vista su trasero. Menos mal que el camisón es grande y le sirve como vestido, porque sino la vería desnuda por segunda vez en el día de hoy. Y eso, sería un desastre… ¿no?
Frente a mí, ponga la primera palabra: Auditorio. Y la segunda: Vera.