Día 1: Chica conoce pasillo

No sé qué escribir en mi papel. Aún estoy procesando todo lo que ha ocurrido hoy, y maldita sea, no ayuda en nada tener el culo al aire. Siento el fresquito de la silla en mi pandero, y aunque se agradece en este calor infernal, con los rayos del sol atravesando los ventanales justo sobre nosotros, no me siento cómoda.

El adolescente cabeza hueca me ha giñado un ojo y juraría que se está tocando por bajo del pupitre mientras me mira fijamente. Aparto la mirada mientras busco algo bueno que me haya ocurrido hoy. El sentimiento más intenso lo tengo claro: la presentación. Es la primera vez que he hecho algo impúdico en publico. La primera vez que me he dejado tocar por un extraño. La primera vez que he tenido un orgasmo. Eso gana a cualquier otra cosa. Pero sobre las cosas buenas… No estoy tan segura.

Mi instinto me dice que hay alguien más que no me quita ojo, y miro a dos pupitres de distancia a Paul. Me lanza una sonrisa tímida, un poco torcida, cuando se da cuenta que le he pillado. Eso me provoca a mí sonreír, y me relaja por un segundo. Él musita una pregunta: a ver si me encuentro bien. Dios, es un cielo. Le respondo que sí, y entonces ya no dudo mas y pongo su nombre en la hoja, con un sentimiento de regocijo.

La campana nos pilla vestidos. A casi todos, yo sigo con el culo al aire; lo que quiero decir es que ha ido con normalidad. Como uno de esos cursillos que me obligan a realizar en el trabajo de compañerismo, autocuidado y proyección empresarial a futuro. La profesora tiene esa vibra de visionaria que siempre he envidiado. Y no ha obligado a nadie a correrse frente a toda la clase, así que le doy un punto extra y mi gratitud más profunda. No creo que hoy pueda soportar mucho más.

—Gracias a todos por participar. Os veo el miércoles a la misma hora para hablar sobre vuestras experiencias en la escuela. Podéis acercaros también a mi despacho en horarios de tutoría o apuntaros a mis club extracurriculares “Pérdida de la Vergüenza” que imparto los jueves a la tarde en la biblioteca —dice ella mientras nos levantamos.

Me estiro cuan poco larga que soy, desentumeciendo los músculos de mis hombros. Necesito una sesión con la masajista, pero no creo que eso vaya a ocurrir en tiempos cercanos. Me pregunto si mis compañeras de cuarto podrían hacerme el favor, pero lo descarto enseguida. Tendré que conformarme con ejercicios de estiramiento.

—Veo que estás mejor —dice Silvia acercándose a mí—. Creía que te dejarían allí ingresada al menos un día, son un poco bestias. Con el golpe que te di.

—Sí, gracias —le digo yo. Esbozo una sonrisa que espero que parezca segura de mi misma—. Pedí el alta, ya estoy bien. Solo es un pequeño chichón, mira.

Le cojo la mano y se la pongo en la parte de atrás de mi cabeza. Es cierto que no tengo mas que un bultito, pero sus manos suaves me hacen recordar otras partes de su anatomía contra la mía, y se la suelto de golpe. Ella parece confusa por mí reacción.

—¡Vera! Siento mucho lo que pasó, no quería que… —me salva de la vergüenza Francisca, cogiéndome de las manos con fuerza y mirándome a los ojos realmente apenada—. La culpa fue de esta niña, que sacó lo peor de mí, yo no quería que nada de esto pasara.

Parece que está al borde de las lágrimas y me apiado de ella. Le digo que no tiene importancia, que los accidentes pasan pero ella sigue pegada a mí como una lapa y comienza a incomodarme.

—¿Puedes soltarla, bruja? —le pide Silvia con poca delicadeza—. ¿No ves que quiere marcharse?

—¡No empecéis otra vez! —pide Annia que se pone entre ambas, furiosa. Entre su altura y su corpulencia, parece un muro infranqueable y muy enfadado. Se recoloca las gafas indignada—. Ya hemos tenido suficiente por hoy, ¿no os parece?

Sí, definitivamente Annia es mi favorita. Debí poner su nombre en las hojas. Al final, casi nadie averiguó si ambos sentimientos estaban unidos. Parecía un ejercicio sencillo pero implicaba ponerse en la piel del otro y la empatía brilla por su ausencia aquí.

Salimos de las clases y nos unimos a la marea de personas que salen al pasillo. Soy la única que no lleva el uniforme y recibo por ello más de una mirada. Hay un pequeño taponamiento frente a nosotros al tratar de pasar por las escaleras y la cola se ralentiza. Es entonces cuando siento cómo alguien desde atrás me mete mano entre las aberturas de la bata y me aprieta con fuerza el culo. Se me escapa un jadeo se sorpresa.

No, no, por favor, otra vez no. Hoy ya he tenido suficiente.

Pero me empujan y no soy capaz de mirar quién ha sido. Estamos como sardinas en lata, esto es peligroso. Si alguien ahora gritara fuego estoy segura de que habría una catástrofe. La mano sinvergüenza sigue trabajando al tacto al no ver reacción de mi parte. Solo juguetea con mis nalgas, acariciando, apretando y pellizcando. Estoy segura de que es la mano de una mujer, tiene los dedos largos de pianista y la piel suave.

—¿Estás bien, Vera? —me pregunta Annia a mi lado al ver que no digo nada.

Dudo un segundo. Podría contarle lo que está pasando, pedir ayuda. Pero la mano tampoco es que esté haciendo nada demasiado grave, y, hasta cierto punto, es… agradable.

Hasta un poco excitante.

Le sonrío a Vera a la par que la persona que me esté haciendo esto me da un pequeño pellizco en la parte baja de mi espalda. Me remuevo incómoda porque tanto sobeteo acaba de despertar en mí una sensibilidad que no conocía. Los pezones se me ponen erectos aunque yo no quiera, y me cruzo de brazos para que nadie se de cuenta.

—¿Vamos a mirar los clubes? —sigue diciéndome Annia, sin darse cuenta de que la mano está profundizando detrás de mí, suavemente, obteniendo un centímetro más cada vez—. Sé que nos dicen que son voluntarios, pero por lo que he leído, la mayoría dan puntuaje extra en los exámenes, así que recomiendan unirse a alguno. Estaba pensando en el de “Dulces sexuales”. Suena curioso, ¿no?

Soy demasiado baja para que esta persona pueda llegar a meterme ninguno de sus dedos en mi cavidad vaginal. Le siento frustrada cuando corre a tocarme los senos y me pega un pellizco que me saca un jadeo.

Entonces, llegamos a la escalera, la mano se pierde en la multitud, y yo soy arrastrada junto a Annia hacia la entrada. Tengo que agarrarme con firmeza al pasamanos porque me tiemblan las piernas y no sé si de frustración o excitación.