Hay muchos más clubs de los que esperaba. Cada profesor de este colegio da uno o dos al parecer, y hay niveles según la experiencia previa que tengas. He sido arrastrado hasta aquí por Jake y escoltado por los otros dos tipos que, si por mí fuera, podrían irse al carajo. Se me han pegado como una mala garrapata, y decaigo un poco al darme cuenta que los grupos ya se han formado en clase, sin que me haya dado cuenta, a lo largo del día. Eso significa que estoy entre los restos que ningún otro grupo ha querido, y como todo friki sabe, los raros hacen piña. Así que somos el larguirucho Jake, el carcamal Ramiro, el pollito Zacarias y yo, el ojo derecho de los profes. De puta madre.
A ambos lados de la entrada han colocado una serie de mesas plegables con el nombre del club y unas hojas informativas. Hay dos personas en cada una de ellas animando a la gente a que se apunte, y me pregunto de dónde sacarán a esta gente. ¿Son voluntarios, acaso? ¿Gente que vive aquí? ¿Funcionarios aburridos?
Hay algo en el aire que parece festivo. Me invade un recuerdo fugaz de mi experiencia en el instituto, cuando se celebraban los primeros días de clase, todo era nuevo e interesante. Los clubs trataban de engatusarte para conseguir miembros y las lisonjas se mezclaban con regalos baratos para acabar vendiendo tu nombre al mejor postor. Todo bien regado de hormonas, claro, y una dosis extra de drama.
Nos paseamos por el pasillo, investigando todos los clubes. Me atrae el título de uno de los grupos: “Dolor y placer, dos caras de la misma moneda”, pero en cuanto veo que Zacarias escribe su nombre en él, pierde todo su atractivo. Me giro para leer el resto.
“Despertando tus sentidos”. No, parece un grupo de esos que te abren hasta los chakras más cerrados.
“El lenguaje secreto del placer”. Leo por encima el folleto, es un estudio del kamasutra. No, demasiado empollón para mi gusto. Si el resto de clases son como las de hoy, voy a acabar con la cabeza cargada, ya estudié lo suficiente para la ingeniería.
“Escucha activa en la intimidad”. Bufo, ese definitivamente no.
Veo a Jake dar su nombre a una atractiva pelirroja, a la que sonríe con excesiva confianza, y miro por el rabillo del ojo el objeto del club. “Juguetes para adultos”. Eeeeeeeh, vale. Bueno, a cada cual lo suyo. Y no negaré que el uniforme que lleva la voluntaria es bastante sugerente. El cuero negro combina de maravilla con el rojo de su cabello, fíjate tú…
Casi todo el mundo parece estar allí, los que ya han decidido salen a los jardines, pero hay mucho indeciso como yo. Encuentro a Vera fácilmente, es la única que lleva una bata blanca, y me detengo a apreciarla mientras decide, un pequeña hada en camisón blanco, pura, que brilla por sí sola.
Está rodeada de sus compañeras, que ahora que me fijo, son tan variopintas como nuestro propio grupo, aunque mucho más atractivas. Se detiene en la mesa con el cartel que dicta: “Más allá de los masajes eróticos”, la veo dudar, e incluso cuando pasa a la siguiente mesa, vuelve la cabeza de nuevo hacia allí.
—¿Tú qué vas a hacer, Paul?—me pregunta Jake, despidiéndose de la sadomasoquista.
Me encojo de hombros por toda respuesta, sin apartar la mirada de Vera. Movido por un impulso que desconozco, abandono a mi compañero y me acerco a ella. Tiene un folleto entre las manos: Poliamores y relaciones abiertas.
—¿Interesada? —le pregunto.
Ella pega un rebote y suelta el papel como si estuviera ardiendo.
—¿Qué? ¡No! —responde rápidamente. Quizás demasiado.
—Eh, tampoco pasa nada. Ya sabes, cambiar el chip, desprogramarnos… —quiero hacerme el gracioso y darme un puñetazo en la cara al mismo tiempo.
—Te digo que no —repite ella, recogiendo los lados de su pijama con ambas manos.
—No quería decir nada, yo solo…
Ambos nos miramos incómodos. Supongo que no ha sido tan buena idea hablarla en este momento. Por amor de Dios, que solo lleva un camisón, yo también estaría agresiva.
—¿Qué hacéis, tortolitos? ¿Algo interesante? —Aparece Silvia por detrás, abrazando a Vera. Nos señala la mesa de al lado con el cartel de “Estudio safos”—. Yo acabo de encontrar lo mío. ¿Qué tenéis por aquí?
Vera se pone roja y está adorable con ese tono de piel. Pero viendo que no quiere que vea el panfleto que acaba de soltar, cojo uno cualquiera y lo muestro para entretener a esta lesbiana metomentodo. Total, a estas alturas, todo me da igual y solo quiero que Vera me siga mirando.
—Yo haré esto.
Ambas me observan con la boca abierta, y yo, ahora sí, me fijo en el panfleto que tengo en la mano. Joder. “Desata tu animal erótico”. Se me suben los colores inmediatamente.
—Muy bien, escriba su nombre aquí —dice la chica del mostrador, extendiéndome un portafolio con una tabla de Excel mal diseñada con solo cinco nombres en ella. La miro aterrorizado, lleva unas orejitas de gatita asomando entre su pelo color trigo. Y lleva COLA.
—Y yo que creía que este era un muermo —se carcajea Silvia, marchándose y dejándonos a Vera y a mí solos, como un par de tomates al sol. Y la tipa del mostrador, claro, no podemos olvidarla, que está esperando con ansiedad a que le devuelva el boli moviendo de lado a lado su cola.
—No tienes por qué hacerlo… —me susurra Vera. Creo que se ha dado cuenta de mi estratagema de parecer caballeroso.
Trago saliva, venga, puedo jugar con esto. Me hago un poco el duro y escribo mi nombre con decisión.
—No pasa nada. Hora de probar cosas nuevas. ¿Por qué no te unes a ese otro club?—le sugiero como que no quiere la cosa—. Creo que das unos masajes increíbles.
Aaaaa. ¿Por qué ostias no me callo? Ambos recordamos el momento en el que ella me masajeó los pies, y esquivamos nuestras miradas azorados.
—Eeeh, sí, creo que voy a hacerlo —dice ella, finalmente sonriendo, mientras vuelve atrás y se inscribe al club que realmente le interesaba. Parece tan feliz mientras lo hace que casi olvido en la mierda de club en el que me he inscrito.
—¡Vera, tienes que ver esto! —dice la voz de Annia desde la puerta, interrumpiendo lo que sea que esté ocurriendo entre los dos. Y encima no puedo desearle ningún mal, porque la pobre ya ha tenido que aguantar a Zacarías hoy.
—¿Nos vemos luego? —me pregunta ella, azorada, mirándome desde abajo con sus enormes ojos. Me entran unas irresistibles ganas de posarle la mano en la cabeza.
En vez de eso, asiento con la cabeza y le digo adiós con la mano como un idiota.
—Aunque tiene cara de niña, tiene una delantera de infarto—afirma un tipo que acaba de aparecer a mi lado.
Le miro de reojo y pongo los ojos en blanco. En otra vida debí ser el padre de Hitler por lo menos. El karma me la tiene jurada. Porque aquí está de nuevo a Don Monstruo, el rubio de dos metros que ha hecho que Vera se corra con sus dedos.