A este bollito de pan no le caigo muy bien. Me encanta esa carita de buenazo que tiene, ahora fruncida como si hubiera olido algo desagradable.
—Oh, vamos, no engañas a nadie, ricura. Te he visto todo palote con esa muñequita en el anfiteatro. ¿Has visto cómo se ha corrido? No dijo ni mu, se la veía muy necesitada. Estoy seguro de que hasta el director la escuchó correrse cuando le metí los dedos.
—Callate. —Esquiva mi mirada, y observa la gente a nuestro alrededor. Pero he visto el brillo en sus ojos y sé que el recuerdo de la chica temblando en oleadas de placer le está rondando.
—¿Te da vergüenza hablar de esto cuando todo el mundo está apuntándose a clubes sexuales?
—Eso... eso es...
—Ya, ya, se ve que no has pillado muy bien de qué va este lugar, ¿eh?
Me acerco a él, que se crispa al momento. Eso hace que me relama, pues exarceba mis intentos de cazador. O quizás sea mi sangre nórdica, mi abu decía que teníamos algo de vikingos, y lo que deseo es someter a este pastelito al que le saco una cabeza.
Es gracioso verle no amedrantarse por mi altura, aquí todos suelen rehuirme. Me gustan el tamaño de esos huevos.
—Si quieres, puedo darte un curso rápido.
El chaval da un paso atrás y coloca una mano en mí pecho. Se apresura a retirarla al sentir mis músculos debajo, pero ha dejado clara su postura.
—Bueno, cuando tú quieras. Si eres tradicional, empecemos por lo básico. Mi nombre es Stanis, pero todo el mundo me dice Stan. ¿Y tú cómo te haces llamar?
—¿Y a ti qué te importa?
—¿Te haces el difícil? Eso tiene fácil solución. Cassie, ¿me pasas ese formulario?
La morena con orejas de gato no ha perdido comba, estoy seguro. A esta le gusta más el chisme que un buen dilatador con forma de cola en su ano. Y eso es mucho decir. Ella me sonríe, un poco avergonzada por haberla descubierto, y me pasa el formulario que sé que el nuevo acaba de rellenar. Llevo un buen rato vigilando sus pasos de corzo tembloroso.
Leo su nombre y le sonrió al chaval que parece enerva por mí actuación. Hasta ha cruzado los brazos delante sí, como un adulto hecho y derecho.
—¿Y dónde ha quedado la Ley de Protección de datos? —exige saber, dirigiéndose a Cassie. Esta semana encoge de hombros.
—La ley te ha metido aquí. Es gracioso que la blandas como si estuviera para protegerte, Paul.
—Creía que los prisioneros también tenian sus derechos.
—No para los que son tan malos en el sexo, un trabajo tan básico como comer y dormir, que los tienen que enviar aquí.
—Tú también estás aquí —me señala, todo rojo.
Es tan adorable. Me pregunto si le temblará el labio así si le empotro contra esa pared de ahí. Tengo la pilla tan apretada dentro del pantalón ante la idea que duele.
Descarto el formulario y me saco del bolsillo de atrás de mi pantalón mi propio formulario. Con toda la tranquilidad del mundo, cojo el bolígrafo de Cassie, y me apoyo sobre la mesa para escribir bien claro el nombre de Paul.
—¿Qué estás haciendo? —quieres saber él, nervioso.
—Oh, te estoy apuntando a mi club.
—Ya me he apuntado a ese otro.
—No es problema, este se organiza los sábados.
—¡No quiero ir!
—Oh, te va a encantar.
Trata de arrebatarle la lista, pero la levanto por encima de su cabeza, y su esfuerzo queda patético. Por su expresión entiendo que está pensando en pegarme un puñetazo, y eso me pone a cien. Al final, se echa atrás, pero le veo abrir y cerrar los puños por las ganas.
—Pues no iré.
—Te recomiendo que vayas —dice Cassie, apoyada sobre sus codos. Ahora no hace ni es ánimo de esconderse, que pillina—. Si no asistes, aparecerá en tu expediente y podrías no aprobar el curso.
—No importa, yo no me he apuntado, se lo diré al director.
Me recorren escalofríos. Ah, no. A ese tipo no. No me haría ninguna gracia que ese viejo verde me levantara a mi presa.
—Tú mismo —le sonrío, y él se estremece—. Si aceptas una recomendación, trata de que nunca te envíen a su despacho. No estoy seguro de que pudieras soportarlo. Estas muy verde todavía.
—Escúchale, sabe lo que dice —me apoya Cassie. Chica, acabas de ganarte un cunilingus. Le guiño un ojo para hacerle entender que pienso cumplir mi promesa silente. Ella traga saliva, pero desvía la vista y añade con sorna—. Además, cuando tengas un problema de este tipo, debes buscar tu monitor de dormitorio. Esos son menos... peligrosos, por lo general.
Paul está indeciso, creo que tiene buenos instintos. Un último empujón.
—Venga, te prometo que te gustará —le insisto—. No es nada raro, como los furros. Podrías aprender la técnica que usé con la muñequita...
Eso al fin despierta su interés. Sigue dudando, pero al final, se cruza de brazos y suelta un suspiró resignado. Afirmando con la cabeza, me tiende la mano para quitarme el formulario y yo enmarcó la ceja cuando lee el título.
—¿Curso de seducción? Parece un curso cutre de esos youtubers viejunos.
—Oh, Paul. ¿Acabas de compararme con un carcamal? Esto va a ser divertido.
Le quito el papel y me lo guardo con una sonrisa. Él parece incómodo, y se dirige a Cassie.
—A todo esto, ¿cómo sé quién es el monitor?
Ella rie, divertida. Yo también, está claro que este tipo no ha leído las instrucciones que se le enviaron. Cassie, con los codos sobre la mesa, me señala a mí. Él no lo entiende al principio, pero luego abre esos adorables ojos de golpe.
—¿Eres un jodido monitor?
—Oh, cariño. Claro que lo soy —le tararear, divertido.
Paul pone los ojos en blanco, y se da la vuelta para irde allí. Yo le saludo con la mano, encantando con mi siguiente presa. Y yo que pensaba que este curso sería aburrido.
—Este no te lo va a poner fácil, Stan —dice Cassie, divertida.
—Cuanto más se esfuerce por rechazarse, mejor sabrá cuando me lo coma. Y hablando de comer...
Trabajar como monitor no era el sueño de mi vida, pero tiene sus ventajas. Sobretodo para alguien como yo. Mientras meto mi lengua y los dedos dentro del coño de Cassie en el cuarto privado, haciendlla gritar como la perra que le gustaria set, pienso en cómo será comerme la polla de Paul y hacerle gemir hasta hacerle perder la conciencia.