—Mabel, no digas eso —finalmente intervino el Rey Alfa Raidan. Lanzó una mirada a Gabriel, quien aún no había respondido. Antes de que la discusión pudiera comenzar, Raidan dijo:
— Deberías ir a tu habitación. Descansa un poco.
Gabriel, sin embargo, no tenía intención de irse sin dejar clara su postura. Su mirada violeta se fijó en la de su madre.
—No volveré a pisar este palacio después de asistir a la gala con Amelie —declaró—. Tu trato me ha endurecido tanto que tus palabras ya no me afectan, Reina Mabel. —Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona, aunque sus ojos no mostraban diversión—. Y mientras te enfurezca, seguiré haciendo todo lo que haga que tu corazón arda de odio.
Gabriel apretó su agarre en la mano de Amelie mientras se dirigían hacia el Palacio del Este, la parte aislada de la propiedad donde podían encontrar algo de paz, lejos de la tensión sofocante del palacio principal.