Aplástalos usándome

Albus salió silenciosamente de la habitación, asegurándose de que ningún otro sirviente los molestara. Sabía que necesitaban privacidad para discutir todo lo que había sucedido antes.

Gabriel se paró frente a Amelie, sus penetrantes ojos violetas fijos en ella.

—¿Sigues molesta? —preguntó—. Deberías acostumbrarte. Habrá muchos momentos en los que verás este lado de mí. —Su mirada bajó brevemente a su vientre antes de volver a su rostro—. Pero intentaré que no suceda frente a ti.

Amelie permaneció en silencio, sin pronunciar una sola palabra.

Gabriel dejó escapar un suspiro.

—No soy un lector de mentes, Amelie. Di lo que piensas —insistió, acercándose a ella. Sus manos permanecían en sus bolsillos, pero su presencia era abrumadora mientras se alzaba sobre ella, esperando su respuesta.

Finalmente ella lo miró.