Dame una sonrisa, gatita

Amelie disminuyó sus pasos cuando llegó al ala este de la mansión. El lobo estaba siendo llevado y ya estaba cubierto con una tela blanca.

Miró a Gabriel y Karmen, que conversaban casi en susurros, difíciles de escuchar.

—¡Señorita, está aquí! La he estado buscando —dijo Collie, una de las criadas.

—¿Eh? ¿Por qué? —preguntó Amelie, parpadeando confundida.

—Hubo una llamada telefónica de su casa —le informó Collie, algo sin aliento—. La persona que llamó dijo que era su madre... quiere hablar con usted.

Amelie se quedó helada al enterarse. ¡¿Su madre la había llamado?! ¿Cómo? No conocían el número de este lugar o quizás, su padre había usado sus recursos. «No quiero hablar con ella. ¿Papá le habrá contado todo, y ahora, quiere echarme toda la culpa?», pensó.

—Vamos —dijo Amelie y caminó con Collie hacia la sala de estar de la mansión. Al llegar allí, vio que Albus sostenía el teléfono fijo y le dirigió una pequeña sonrisa.