—De acuerdo —aceptó Amelie—. Haz lo que creas correcto —afirmó.
—Gracias por confiar en mí —dijo Gabriel—. ¿Quieres descansar más?
Amelie negó con la cabeza.
—No tienes que preocuparte por mí. Me salvaste antes de que pudiera pasar algo. Oh, ¿ya almorzaste? —preguntó—, de repente me apetecen fideos.
Gabriel podía ver que sus manos aún temblaban de miedo, pero ella hacía todo lo posible por fingir que estaba bien.
—No he almorzado —respondió Gabriel—. Le pediré al cocinero que prepare fideos para ti y algo ligero para mí —agregó.
—¿Por qué ligero? Come tu comida completa. Eres un alfa. Tu ingesta dietética es mayor —declaró Amelie.
—No tengo mucho apetito —razonó Gabriel. La expresión tensa en su rostro hizo que Amelie sintiera que él todavía estaba molesto por todo lo que había sucedido. Estaba demasiado preocupado por ella.
Gabriel se alejó de su lado.
—Volveré pronto —dijo y salió de la habitación.