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—¿Qué? —Amelie estaba conmocionada al enterarse de que Gabriel estaba en su celo. Ella conocía bien el celo de un alfa, y en presencia de una omega, los impulsos sexuales se intensificarían aún más.
Pero momentos después, su expresión se suavizó mientras observaba sus ojos, que estaban controlando la tormenta de deseos en ellos.
—Entonces, no te contengas —susurró Amelie, dándole ánimo.
Gabriel hundió su cabeza en la curva del cuello de ella, su aroma lo calmaba y al mismo tiempo, lo volvía loco. Ella escuchó gruñir a su lobo y separó sus labios en anticipación. El puente de su nariz rozó suavemente su piel antes de que sus labios presionaran suaves besos en ella.
—No me digas que no me contenga —murmuró Gabriel, su gran mano descansando sobre el vientre de ella—. No tienes idea de lo que hago en mi celo.
Amelie tragó saliva con dificultad y miró al techo.