—La marca... no apareció —susurró Amelie—. Creo... —Sus palabras se desvanecieron cuando Gabriel presionó suavemente un dedo contra sus labios, silenciándola.
Lentamente bajó su mano, sentándose para encontrarse con su mirada.
—No pienses nada sin sentido —dijo—. A veces la marca simplemente... no es visible.
Era una mentira piadosa, o quizás una esperanza envuelta en bondad. No podía soportar ver la tristeza en sus ojos.
—Pero nunca he oído eso —respondió Amelie, frunciendo el ceño.
—Eso es porque la mayoría no lo sabe todo —dijo Gabriel—. Ya puedo sentir la magia entre nosotros, Amelie. Eso es lo que importa.
Su expresión se suavizó, aunque su confusión persistía.
—¿Cómo? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza.
Los labios de Gabriel se curvaron en una leve sonrisa.