—¡No me jodas! —exclamó Sandra con asombro detrás de Audrey.
Alex le dio un codazo, diciéndole que cerrara la boca.
Audrey estaba en el centro, mirando de Caleb a María. Su misión en la Manada Sangre Gris acababa de verse comprometida.
María no podía creer lo que oía, ¿pareja? Era lo último que pensó encontrar cuando vino a esta manada.
Se quedó allí, sin palabras, mirando fijamente esos ojos azules. Admitió que era un lobo apuesto, pero, hace apenas unos minutos, se había prometido a sí misma que no planeaba quedarse aquí por mucho tiempo y seguía pensando en el rencor que sentía hacia ellos por tratar mal a las brujas.
¿Y ahora qué? ¿Tendría que tragarse sus palabras?
En el momento en que la chica con el cabello pulcramente cortado a la altura de los hombros entró en su oficina, Caleb supo que era suya.
Su lobo nunca podría equivocarse en algo así. Su suave olor a rosas era como nada que hubiera olido antes.