—Sígueme, y no le digas ni una palabra —instruyó Audrey.
María asintió y siguió a Audrey por detrás.
—Buenas tardes, señor —Audrey sonrió dulcemente al hombre frente a su puerta.
Secretamente inhaló su aroma a pino que parecía más fuerte después de su ducha. Se veía delicioso con su camiseta ajustada color verde militar y pantalones negros, descaradamente lo miró de pies a cabeza, recordando su tiempo juntos en el baño.
—¡Catherine, te está hablando! —María susurró gritando, dándole un codazo en la espalda a Audrey.
—¿Eh? Oh, um, lo siento, solo estaba pensando en cosas aleatorias. ¿Qué dijiste? —dijo Audrey, sonrojada.
Alfa Lago sabía que Audrey lo estaba mirando de arriba abajo, después de todo; se había vestido para impresionar.
Le dio una mirada cómplice, su hoyuelo visible mientras le sonreía. Le encantaba lo fácil que podía ponerla nerviosa, sus mejillas eran siempre otra ventana a su alma, y siempre la delataban cuando se sonrojaba profusamente.