Audrey se sentó en un taburete y observó a María servir la comida en los platos.
—Entonces, ¿la perra de Adeline te tendió una trampa y lo más probable es que esté llorando a mares frente al Alfa abajo fingiendo que es inocente? —preguntó María mientras sacaba una bandeja plateada del armario superior.
—Muy probablemente —Audrey se encogió de hombros.
—La odio —gruñó María.
—Igual yo —respondió Audrey.
—Entonces, ¿por qué dejas que te manipule? Ni siquiera merece ser considerada una amenaza para ti. ¿Por qué complacerla? —preguntó María con incredulidad.
Ella sabía que Adeline no era nada para Audrey si ella quisiera, debía haber una razón por la que aún no le había hecho nada. Tenía curiosidad.
—Bueno, nuestro querido Alfa cree que es tan inocente como una paloma. Quiero revelarle lentamente su naturaleza villana —Audrey tamborileó sus dedos sobre la mesa.