Capítulo 3: Caos y juventud

Entre el jaleo y las risas de los borrachos, el sol, que recientemente había terminado de salir, iluminaba el interior de un angosto y cutre bar. Con una pequeña barra en el centro atendida por dos cantineras, dejaba el resto del espacio cubierto por mesas y bebedores. En una de las decenas de mesas, había un joven de 16 años, vestido con ropas marrones anchas que hacían destacar su bufanda y botas de color naranja. Su cabello castaño permanecía tranquilo por el nulo viento del interior, mientras que sus profundos ojos del mismo tono observaban el vaso con licor de mora frente a él.

Sin levantar la mirada y fijándose en la sombra que se proyectaba en la mesa, no pudo evitar suspirar.

"¿Por qué me has seguido?", preguntó secamente mientras agarraba el vaso frente a él.

Frente a él, sentada de forma poco elegante, había una joven un año menor que él, vestida exactamente con las mismas ropas. Dejaba caer su largo y suelto cabello del color del vino.

"Estaba aburrida, y tampoco quiero pisar el barco hasta justo antes de zarpar", respondió, ignorando la sequedad de la pregunta.

Alzando la mirada y observando a la joven frente a él, forzó una ligera sonrisa antes de hablar.

"Quedan menos de 15 minutos para zarpar. Llegarás tarde", afirmó, manteniendo su sonrisa provocadora.

Soltando un simple "ja" ante las palabras del joven, abrió la boca:

"No llegaremos tarde, tranquilo. Después de todo, no quieres volver a quedarte tirado en un puerto por otros tres días."

Dejando de forzar la sonrisa, nuevamente la miró serio.

"Sabes, podrías tratarme con más respeto. Si no llega a ser porque el capitán vio que era útil pese a ser un crío, no se habría planteado recogeros a ti y a tu hermana", respondió después de terminarse de un trago el vaso con el dulce licor de mora.

Sacando un pequeño reloj plateado de uno de sus bolsillos, la joven observó la hora, ignorando las palabras del muchacho frente a ella.

"Quedan exactamente nueve minutos para zarpar. ¿Vas a hacer algo o vas a seguir quejándote y perdiendo el tiempo?", dijo arrogantemente y sin una pizca de respeto.

Tras un largo suspiro para tranquilizarse, él la ignoró por completo. Cogió el vaso vacío y se levantó, acercándose a una de las mesas del bar. En esta había cinco hombres completamente borrachos, todos más grandes que él, algunos por grasa y otros por músculo. Ciertamente, un grupo bastante variopinto. Seguro de sus acciones y sin dudar ni un segundo, agarró la jarra de cerveza de uno de los hombres y la volcó sobre su cabeza, bañándolo por completo.

Por un segundo, el hombre empapado en cerveza se quedó absorto, procesando la situación, mientras que la joven desde la mesa no pudo evitar comenzar a reír descaradamente mientras se levantaba.

"¡¿Qué haces, niñato?!" gritó el hombre una vez procesó lo sucedido. Sus compañeros, aunque sin gritar, también se levantaron.

"¡Aquí a los niñatos se les enseña el respeto por la fuerza, así que nada de quejas!" bramó en un tono amenazante al pequeño joven frente a él.

El joven no dijo una palabra y simplemente sonrió de manera pícara, buscando provocarlo.

Cegado por la falta del joven, ni siquiera pensó antes de lanzar un fuerte puñetazo directo a su cara. Con agilidad, el joven, que ya había previsto el ataque, giró rápidamente, logrando esquivar el golpe. El borracho, por su parte, debido a su estado, no logró mantener el equilibrio, cayendo de boca al suelo ante la mirada de sus compañeros.

Sin perder el tiempo, el joven sujetó con firmeza el vaso en su mano y, apuntando con cuidado, lo lanzó hacia otro hombre, también más grande que él.

El vaso voló sobre el borracho caído, golpeando la espalda del otro hombre. Este se rompió en varios fragmentos, llegando incluso a cortarle la piel. Sorprendido, pero sin gritar de dolor, el hombre se levantó y giró el cuerpo, buscando quién le había lanzado el vaso.

Frente a él, ignorando a la gente a su alrededor, había un hombre en el suelo, rodeado por cuatro borrachos igual de ebrios alrededor de la mesa. A su lado, un joven de pelo castaño lo señalaba con el dedo, acusadoramente, al borracho empapado.

Apuntando indiscriminadamente, el joven vio cómo el hombre al que había arrojado el vaso, claramente también borracho, lo miraba.

"¡Ha sido él! ¡Te ha lanzado el vaso, y por borracho se ha caído!" gritó sin contenerse.

Como si no le diera la cabeza para pensar, el hombre con la espalda herida se acercó al borracho empapado y, sin pensarlo dos veces, le dio una fuerte patada en el costado. Sus amigos, que todavía procesaban el grito del joven, actuaron por instinto y se abalanzaron sobre el hombre que pateó a su amigo.

Entre golpes, gritos y empujones, el bar se vio envuelto en una batalla campal en menos de dos minutos. Las dos cantineras se agacharon y se escondieron bajo la barra, sorprendidas al ver a un joven de pelo castaño que, cobardemente escondido junto a ellas, se reía con la boca tapada para no hacer ruido.

Sacando de su bolsillo un pequeño reloj idéntico al de la joven que ya no se veía por ninguna parte, observó que quedaban seis minutos para zarpar. Forzándose a dejar de reír, se levantó y comenzó a correr hacia la puerta, chocando con todo aquel que estuviera en medio.

Con los mínimos inconvenientes posibles, y aprovechando el caos, el joven salió del bar a toda prisa, mientras levantaba una pequeña bolsa de lino colgante en su cadera y guardaba los objetos y joyas que había conseguido robar entre el desorden y los choques con la gente.

Apenas dio cinco pasos fuera del bar cuando, desde arriba, el sonido de un cristal roto resonó por toda la zona. Sorprendido, pero sin frenar, alzó la mirada y observó cómo una joven de pelo largo y del color del vino saltaba desde el segundo piso del bar, rompiendo una ventana en el proceso.

Cayendo sobre unas cuantas bolsas de basura acumuladas, logró amortiguar la caída, tardando menos de un segundo en esprintar hacia el barco lo más rápido posible.

"¡¡Corre!!" gritó, claramente alertada, mientras superaba al joven, que corría con más tranquilidad.

Haciendo caso sin discutir a la joven, también aumentó su velocidad, alcanzándola y colocándose a su lado.

"¿Qué pa...?"

<¡Boommmm!>

Antes de que pudiera terminar la pregunta, un fuerte sonido de explosión desde su espalda no solo inundó la zona, sino todo el puerto, logrando incluso que las aves salieran volando, alarmadas. Girando la cabeza por instinto, observó cómo el segundo piso del bar había estallado sin piedad y cómo el primero ya estaba prácticamente envuelto en llamas.

"¡¿Ves?!" gritó la joven, corriendo ahora por su vida hacia el barco. Sus ojos ámbar brillaban con orgullo e ilusión por su acto.

El joven, por su parte, al ver la situación, también aumentó su velocidad, corriendo como si su vida dependiera de ello.

"¡Maldita pirómanaaaaaa!" gritó, lanzando su queja al mundo entero.

Corriendo a toda prisa por las calles, llegaron al muelle, donde, en el camino de madera que más se adentraba en el mar, se alzaba un gran barco de 92 metros de largo. Pintado de un blanco puro, destacaba sobre cualquier otra embarcación atracada en el puerto. En su cima ondeaba una bandera de color azul oscuro, con el símbolo de un dragón devorándose su propia cola en dorado.

Ese era el Dragón Blanco, el barco donde había crecido durante los últimos siete años, bajo el mando de su padre, quien le había prohibido llamarlo así. Ahora, simplemente, era parte de su tripulación.

Sin bajar el ritmo, ambos jóvenes llegaron a la cubierta del barco en el último segundo. Cansados y jadeantes, se dejaron caer, sentándose para recuperar el aliento.

"¡¿Se puede saber qué estabais haciendo?!"

Subiendo por las escaleras, una mujer ya entrada en sus cuarenta gritó enfadada ante los jóvenes, que a su lado parecían apenas unos niños.

Esta era Klema, una de las más veteranas de la tripulación y quien se había encargado de enseñarle a leer, escribir y otros conocimientos durante su estancia en el barco. Vestida con ropas anchas marrones y una bufanda y botas azul oscuro, iba igual que todos los tripulantes. Su largo cabello, ya comenzando a blanquearse, caía sobre sus hombros, y sus ojos azules observaban con enfado a los dos jóvenes, que aún trataban de recuperar el aliento.

El joven castaño no dudó ni un segundo en gritar, buscando evitar toda la bronca de la mujer.

"¡Ha sido ella! ¡Yo solo quería llegar sin hacer demasiado escándalo y va ella y explota todo el bar!"

Sin parecer demasiado sorprendida, Klema observó fríamente a la joven.

"¿Así que la explosión es cosa tuya?"

Preguntó sin gritar, pero con un tono aún más horripilante.

Con la piel erizada por la pregunta de Klema, la joven trató de evitar a toda costa responder directamente.

"¡Tú has montado una batalla campal en el bar!"

Se chivó con la misma energía con la que él lo había hecho antes.

Ignorando el hecho de que no le había contestado, Klema miró al joven.

"¿Así que lo de hacer poco escándalo era mentira?"

Preguntó con ese mismo tono tranquilo y aterrador.

El ambiente se volvió pesado ante el enfado de Klema, y ambos jóvenes bajaron la cabeza, cuando desde el interior del castillo de popa una fuerte y seca risa resonó en todo el barco.

Saliendo del camarote del capitán, apareció Gehrman Aphyrius, vestido completamente de blanco, lo que hacía destacar aún más sus botas, capa y sombrero en forma de barco, los tres brillando con un tono azul verdoso, similar al metal.

"Mira que os gusta meternos en problemas", dijo entre risas. Su voz no era seria ni enfadada, sino en un tono despreocupado que dejaba claro que realmente no le importaba lo que habían hecho.

"Partamos de inmediato. Ya es hora. De todas formas, daos prisa antes de que nos busquen para pedir explicaciones", ordenó con seriedad, dejando de reír.

Ignorando a los dos jóvenes, que ya habían recuperado el aliento y se miraban enfadados por su mutua traición, todos los tripulantes se colocaron en sus posiciones, haciendo zarpar al barco en menos de cinco minutos.

Ya adentrados en el mar, ambos jóvenes ayudaban en diversas tareas, destacando entre los demás por llevar bufanda y botas naranjas en vez de azules.

"¡Gehrman, Kerrin!"

Gritó un hombre desde la puerta del camarote del capitán. Ambos, que estaban ocupados, se detuvieron de inmediato y miraron al hombre, que con gestos les indicaba que el capitán los había llamado.

Sin hacer esperar al capitán, los dos se dirigieron al camarote y entraron en cuanto recibieron el permiso.

En el interior había una gran mesa con un mapa de todo el Mar Medio extendido sobre ella, y una pequeña estantería con algunos papeles y objetos, lo que hacía que el lugar se sintiera ciertamente vacío. Sentado tras el mapa estaba el capitán, quien esta vez sí los miraba con seriedad.

"Gehrman, ya tenemos suficiente con tus actos antes de zarpar. ¿Por qué Kerrin estaba contigo esta vez?"

Preguntó con tono serio y frío, aunque sin gritar.

Antes de que Gehrman pudiera contestar, Kerrin lo interrumpió.

"Eso, ¿cómo se te ocurre pedirme que vaya contigo?"

Observándola con un odio claro, Gehrman miró a su padre.

"¡Esta mentirosa me siguió y se metió porque le apeteció! Yo no tengo nada que ver."

Manteniéndose impasible y neutral, el capitán cambió su mirada fría hacia Kerrin.

"Realmente no me importa la razón por la que fueras. ¿Cómo se te ocurre explotar todo un bar?"

Preguntó firme.

Kerrin, sintiendo la presión de la mirada gélida de su capitán, bajó la mirada.

"Vi que el segundo piso estaba lleno de alcohol... y me pudo el ansia de prenderle fuego", se sinceró con desgana.

Tras un largo suspiro y pensarlo un poco, el capitán volvió a hablar.

"Kerrin, si vas a hacer estas cosas, al menos hazlas bien. Gehrman, ¿qué has conseguido esta vez?"

Gehrman, que había permanecido en silencio, agarró la bolsa de lino en su cintura y la abrió sobre la mesa, dejando caer los objetos y joyas que había robado durante el caos. Mostrando una expresión de orgullo, miró a Kerrin directamente a los ojos, quien claramente se sintió afectada por ello.

Observando el botín, el capitán esbozó una pequeña sonrisa.

"Está bien. En el próximo puerto las venderemos. Como recompensa, quieres lo de siempre, ¿verdad?"

Preguntó, dejando claro que esa conversación era habitual.

Con un seco "sí", Gehrman se dio la vuelta para marcharse. Después de todo, ya no había mucho más que decir. Kerrin, al verlo, lo siguió, pero cuando estiró la mano para abrir la puerta, fue detenida.

"¿A dónde vais? Primero, Kerrin, has hecho las cosas mal. Si vas a hacer ese tipo de actos, más te vale traer algo de valor al barco.

Y tú, Gehrman, sea cual sea la razón, deberías haberle explicado lo que ibas a hacer."

Los detuvo con sus palabras firmes y su mirada esmeralda y fría.

Ambos intentaron soltar un "pero", pero fueron cortados de inmediato.

"Ambos, a vuestros camarotes hasta que lleguemos al siguiente puerto. Que no os vea fuera. ¿Queda claro?"

Los castigó sin piedad.

Mirándose el uno al otro con furia, ninguno abrió la boca. Simplemente salieron del camarote del capitán, en dirección a sus habitaciones.