En el pequeño camarote 16, donde Gehrman había descansado durante años, había una mesa estrecha empotrada en la pared, con algunos papeles, una pluma bañada en tinta negra y un ligero espejo de mano. A su lado, un pequeño armario más alto que ancho, con cuatro compartimentos. Frente a ellos, el reducido espacio solo permitía colocar una fina cama individual, donde Gehrman ya se había acostado para perder el tiempo hasta llegar al siguiente puerto.
No era la primera vez que le ordenaban quedarse en ese pequeño espacio durante horas, o incluso días. De hecho, era sin duda su castigo más habitual, junto con las horas extra de estudio con Klema.
Acostumbrado, decidió hacer lo que más le gustaba en esa situación: dormir. Sin quitarse la bufanda ni las botas, cerró los ojos, esperando que el tiempo se deslizara en medio de sus sueños.
Ya en su séptimo sueño y tras unas pocas horas de descanso, el sol se encontraba en su punto más alto, iluminando el camarote mucho más que cuando se durmió. Claramente molesto, Gehrman abrió los ojos para ir a la puerta, desganado y medio zombi.
Al abrirla, se encontró con un joven delgado y visiblemente frágil. Su cabello negro y corto intentaba cubrir sus ojos verde oscuro. Vestía las mismas ropas que él, incluyendo la bufanda y las botas naranjas. En sus manos llevaba una pequeña bandeja plateada con dos trozos de pan, un cuenco de sopa con algo de carne y patatas flotando, y una pequeña naranja.
Claramente afectado por el despertar, y sin molestarse en ocultarlo, Gehrman lo miró fríamente.
"¿Qué quieres?"
Sin molestarse por su reacción, demostrando claramente que ya estaba acostumbrado, el joven estiró sus brazos golpeando débilmente la bandeja contra el pecho de Gehrman.
"La comida"
Bajando la mirada hacia la bandeja, simplemente la cogió con un seco "gracias" antes de darse la vuelta y tratar de cerrar la puerta con la pierna.
Esta no logró cerrarse del todo, debido a que con su pie, el joven delicado detuvo la puerta.
"¿Qué has hecho esta vez?" preguntó con tranquilidad mientras se apoyaba en el contorno de la puerta.
Apartando las hojas de la mesa, colocó la bandeja mientras respondía.
"Yo nada especial, todo es culpa de la pirómana de Kerrin" respondió aún con algo de enfado.
Entendiendo a la perfección su respuesta, el joven simplemente se dio la vuelta para irse.
"Ya veo, que se te haga ameno", se despidió mientras cerraba la puerta.
"Ojalá" susurró Gehrman con la puerta ya cerrada.
Sin mucho más que hacer, se sentó en la cama, que gracias al pequeño espacio le permitía llegar cómodamente a la mesa. Acostumbrado a ese tipo de comida a diario, no le prestó mucha atención, simplemente disfrutándola por el hecho de sentirse aburrido.
"¡Kan-Os!"
A falta ya de simplemente pelar la naranja y comérsela, el fuerte grito agudo de una mujer resonó por todo el barco con fuerza. Abriendo los ojos por la sorpresa, Gehrman dejó la naranja y se asomó a su ventana en busca de los Kan-Os.
Asomando la cabeza por la ventana, sus pupilas no tardaron en expandirse hasta cubrir casi todo su iris por la sorpresa. Si bien todavía estaban a gran distancia, una gran flota de barcos navegaba en conjunto con las velas izadas. Los tonos rojos y dorados decoraban todos los barcos. Su bandera, compuesta por la mitad superior roja y la mitad inferior morada, mostraba en el centro de la franja roja un rombo irregular, con el lado derecho más grande que el izquierdo, del mismo tono morado que la parte inferior. Cargados con cañones plateados que brillaban bajo la luz del sol, imponían respeto. Entre todos ellos destacaba un gran barco, más grande que el Dragón Blanco, en el que se podían ver cientos de hombres.
"¡Bajad el ritmo, dejad que crucen, cambio de rumbo, al puerto Farne!"
Entre la sorpresa de Gehrman, la voz de su capitán resonó en todo el barco. Con un fuerte "¡Sí!" todos los tripulantes se pusieron manos a la obra, cambiando de dirección con rapidez.
Mirando a través de su ventana, poco a poco la flota fue encogiéndose hasta desaparecer. Sin cambiar el rumbo por ello, el Dragón Blanco siguió firme hacia su nuevo destino.
Encerrado en su habitación, Gehrman no tuvo mucho más que hacer aparte de mirar por la ventana y dormir. Para su incredulidad, una gran cantidad de barcos con el rombo morado e irregular navegaban en el mar hacia el sur. Ninguno de ellos perdió el tiempo con el Dragón Blanco. Después de todo, ninguno tenía la capacidad de hacerle frente a ese gran barco.
Entre siestas, comidas y miradas al mar, pasaron tres aburridos días hasta que comenzaron a atracar en el puerto de Farne, al oeste de Filis, la segunda isla más grande del Mar Medio. Sin perder un segundo desde que el barco empezó a atracar, Gehrman salió de su camarote en dirección a la cubierta. Cada quien estaba ocupado con su trabajo. En lo alto del castillo de popa, el capitán Aphyrius lo observaba sin decir una palabra.
"¡Eh, en vez de mirar, ayuda!"
Gritó un fornido hombre que tiraba con fuerza de una cuerda mientras miraba a Gehrman quieto en cubierta.
Gehrman dio un pequeño suspiro antes de ir hacia él a ayudarle.
"Es mejor que no hacer nada."
Tras varios minutos ayudando a atracar el barco, todos se reunieron en la cubierta, atentos a las palabras del capitán.
"Todavía no sé por qué Kan-A ha desplegado su flota. Trataré de encontrar información por mi cuenta. Hasta nuevo aviso, aquí nos quedamos hasta que las aguas se calmen. Nada de jaleos en el puerto, pasad desapercibidos. Cualquier problema que surja, no podemos marcharnos, así que si la liáis, os las apañáis. ¿Queda claro? Con esto dicho, sois libres por ahora. Cada dos días pasaré aquí la noche, así que si alguno encuentra información, que venga a buscarme."
Con las palabras dichas, algunos se dedicaron a terminar tareas pendientes. Otros, en cambio, no perdieron el tiempo y bajaron solos o en grupo de inmediato, ya fuera para entretenerse o emborracharse.
Gehrman, por su parte, abandonó rápidamente el barco para pisar tierra cuanto antes.
...
Caminando entre las calles más demacradas y vacías del puerto, Gehrman Aphyrius mantenía su mirada seria mientras pensaba. Observando a su alrededor, contemplaba a los pobres y borrachos tirados por el suelo, sin mostrar una clara señal de empatía.
Entrando en un pequeño local prácticamente escondido en la calle, el olor a alcohol inundó sus sentidos. Destacando por el brillo de sus ropas, se acercó a la barra, ignorando las miradas de todos los hombres en el bar.
"Cantinero, vayamos al grano. ¿Cuánto por información?" preguntó mientras se sentaba en un taburete alto.
Ignorando el tono del pirata frente a él, el cantinero continuó limpiando un vaso.
"Depende de la información y de qué pidas", respondió en un tono igualmente seco.
Alzando la mirada para mostrar sus brillantes ojos esmeralda, Gehrman se mantuvo tranquilo.
"Ponme un Cónsul Rojo. Busco información sobre la situación de Kan-A y el sur."
Manteniéndose sereno ante la petición, el cantinero no trató de ocultar su risa.
"Tienes suerte. Esa información es reciente. Seis florines de plata", dijo mientras comenzaba a mezclar algunos ingredientes.
Con el cóctel rojo brillante frente a él, Gehrman no dudó en dar un pequeño trago, dejando que el alcohol le quemara la garganta, al tiempo que sacaba de su bolsillo siete monedas de plata, ya desgastadas por el tiempo.
"Dilo todo."
Sin coger aún las monedas de la barra, el cantinero tomó un nuevo vaso para comenzar a limpiarlo.
"Como todo el mundo sabe, Lindilon del Norte y del Sur llevan años en una disputa política. Recientemente, parece ser que en un atentado ha sido asesinada la primera hija del rey de Lindilon del Sur, lo que ha hecho estallar la guerra civil.
En cuanto a Kan-A, lo que sucede es que han decidido apoyar al sur, por lo que han enviado a los Kan-Os a controlar las aguas y evitar que sus nobles huyan a través del mar. Esa es la situación actual entre Kan-A y el sur."
Atento a sus palabras y sumido en sus pensamientos, Gehrman consideró que realmente era una situación factible.
"¿Qué tan seguro es?"
"Ya está más que confirmado. Lo único que aún no se sabe con claridad son las características del atentado", respondió, antes de alejarse para atender a otro cliente.
Tras beberse su Cónsul Rojo, Gehrman Aphyrius se levantó en silencio y se marchó pensativo del bar.
...
Caminando entre los estantes del mercado establecido en las calles mas bajas del puerto, los pensamientos de gehrman fluian respecto al porque habian tantos kan-os cruzando el mar medio hacia el sur, ¿habia pasado algo en lindilon o anzu?
Haciendo uso de sus conocimientos, repasó todo lo que sabía para tratar de entender la situación. El Mar Medio estaba rodeado por cuatro países: al norte, cubriendo toda la costa hasta el canal de Dragnovich, se encontraba Kan-A, que recientemente había desplegado a sus militares, los Kan-Os, hacia el sur.
Cruzando el canal y rodeando el este del Mar Medio se encontraba Anzu, que hacía frontera con Lindilon, el segundo país con más territorio en contacto con el mar. Más específicamente, Lindilon del Norte, ya que el sur no tenía acceso al mar, una de las principales razones por las que ambos bandos se mantenían en conflicto constante.
Por último, estaba Esfhis, el más pequeño y reciente de los países, formado por dos pequeños territorios que rodeaban el estrecho del Mar Medio. A pesar de su tamaño, controlaban por completo las entradas y salidas del mar, lo que les otorgaba una enorme riqueza y el control de la moneda en las islas del mar: el florín.
Con cierta curiosidad en los ojos, observaba atento las decenas de compras que se realizaban a su alrededor. Algunos compraban hortalizas y frutas, mientras que otros se detenían a mirar estantes con joyas de calidad desconocida. El ambiente estaba bastante vivo.
Forzándose a controlarse, Gehrman intentaba no ceder ante sus ganas de robar cualquier cosa de valor que viera, ya fuera chocando con la gente o aprovechando distracciones de los vendedores. Para contenerse, cada vez que sentía la necesidad, se obligaba a recordar las palabras de su padre:"Si la lías tú solo, te las apañas tú solo."Entendiendo que, hasta nuevo aviso, no podría abandonar el puerto, sabía que necesitaba evitar meterse en líos.
Con las manos en los bolsillos para no caer en ninguna tentación, porque sabía que, de tener la oportunidad, no dudaría en actuar, mantenía su mirada entre los puestos. Dulces, telas, ropas... Claramente se notaba que estaba en el mercado de la segunda isla más grande del Mar Medio.
En algún momento, al mirar al frente, se fijó en una persona. Vestido con ropas delgadas que no llamaban la atención y con el cabello negro y corto, caminaba entre las calles observando a su alrededor. La razón por la que Gehrman se fijó en él fue porque, por casualidad, vio cómo, de manera sutil, hizo tropezar a un pequeño niño que jugaba, provocando que se golpeara contra una tienda que vendía amuletos de varios tipos de metales.
Esto causó que algunos collares colgantes cayeran al suelo y que el vendedor se agachara para recogerlos. En ese momento, el chico extendió la mano para robar un pequeño amuleto del tamaño de media mano, con forma de lágrima. Estaba elaborado con un metal de color cobre, con algunas líneas pintadas de blanco.
Aquella acción hizo que Gehrman susurrara una frase para sí mismo:"Entre ladrones, el hurto no es penado."Colocando una pequeña sonrisa sutil, se sintió como si, tras días perdido en el desierto, le ofrecieran agua. Sin plantearse siquiera la posibilidad de resistirse, cedió a su deseo y comenzó a seguir al ladrón.
No tardó mucho en salir del mercado. Después de todo, ya estaban en la recta final. Entre calles, algunas más concurridas que otras, no perdió de vista al joven, pues con esas pintas podría desaparecer de su vista muy fácilmente.
Llegando frente a una gran valla que separaba una zona abandonada del muelle, el ladrón forzó un pequeño candado antes de entrar. Ignorando la puerta ahora abierta, Gehrman pudo seguirlo sin problemas.
La zona estaba llena de guardias vestidos con ropas ligeras y algunas piezas de metal como protección. En sus cinturas, todos llevaban floretes plateados, finos y afilados. Siguiendo los pasos ágiles del ladrón, Gehrman también logró escabullirse entre ellos.
Tras varios minutos serpenteando por la zona abandonada, el ladrón se detuvo en una esquina, observando un pequeño edificio. Este era ciertamente reducido en comparación con otras construcciones de la zona. Aunque tenía dos pisos, su aspecto era más el de una casa que el de un edificio relacionado con la pesca.
En esa parte patrullaba un guardia, caminando de un lado a otro, lo que no permitía al ladrón acercarse directamente. Observando la situación, y tras esperar un poco, aguardó a que el guardia se acercara a su posición. Cuando esto ocurrió, sacó un pequeño pedazo de cristal de uno de sus bolsillos y lo rompió contra el suelo, para luego esconderse ágilmente entre un par de cajas en esa misma calle.
El sonido del cristal roto no se expandió demasiado, debido al pequeño tamaño del fragmento, pero fue suficiente para llamar la atención del guardia, quien se acercó sin demasiada cautela. Tras observar el cristal roto en el suelo, algo que no era extraño en aquella zona abandonada, y mirar brevemente a su alrededor, se dio la vuelta para marcharse.
En el instante en que se giró, el ladrón salió rápidamente de su escondite y se abalanzó sobre él. El guardia no fue lo bastante rápido como para reaccionar, y debido a la cercanía, no tuvo tiempo de defenderse.
Con fuerza, el ladrón sujetó el cuello del guardia, logrando desmayarlo en cuestión de segundos. Con el guardia fuera de combate, fue directo a forzar la puerta del pequeño edificio.
Gehrman, que había observado todo desde la distancia, se acercó al guardia, que ahora convulsionaba levemente por lo sucedido. Con el mayor cuidado posible para no hacer ruido, tomó el florete que colgaba de su cintura. Después de todo, acababa de ver que el ladrón sabía, al menos, estrangular, y él estaba completamente desarmado.
Escondiéndose en la misma esquina donde el ladrón había esperado al guardia, mantuvo la paciencia mientras escuchaba cómo intentaba forzar la cerradura del edificio. Cuando finalmente oyó el clic del pestillo cediendo y vio al ladrón entrar, decidió acercarse con cuidado a la puerta.