Capítulo 5: Ladrón

Acercándose con cuidado al edificio para no ser visto por ningún guardia inoportuno, observó con atención. El interior del edificio desprendía un fuerte y nauseabundo olor a humedad y polvo. El primer piso estaba decorado como un simple salón, aunque elegantemente dispuesto: una gran alfombra cubría la mitad del suelo, un sofá alargado y claramente desgastado descansaba frente a una chimenea, y algunas estanterías y armarios con puertas de cristal albergaban papeles y objetos varios.

Al fondo, a la izquierda, había una escalera que conducía al segundo piso. Escuchando los ligeros pasos en la planta superior, Gehrman entró sigilosamente.

Tras registrar el primer piso y no encontrar nada de valor, asomó la cabeza por la escalera, aún escuchando los pasos y el sonido de algunas hojas de papel cayendo al suelo. Al subir, encontró un pequeño rellano antes de llegar a la puerta que daba acceso al segundo nivel.

Manteniendo un silencio total, Gehrman se apoyó pacientemente a un lado de la puerta, con el florete en mano. Los minutos pasaron, hasta que un alegre y agudo sonido, claramente contenido, resonó en la segunda planta.

"Bingo"

Tras esa corta celebración, los pasos se acercaron rápidamente a la puerta, con intención clara de marcharse cuanto antes.

Manteniéndose sigiloso pero ya con cierta tensión, Gehrman aguardó. La figura del ladrón cruzó la puerta... y con ello, a Gehrman, que lo había estado esperando pacientemente.

Con cierta emoción en los ojos, el ladrón observó la escalera y, bajo ella, la puerta abierta, única fuente de luz en el primer piso. Pero antes de que pudiera reaccionar, una fuerte patada lo empujó escaleras abajo.

Impotente durante la caída, ni siquiera pudo pensar en protegerse más allá de cubrirse la cabeza. Escalón tras escalón, el dolor se acumulaba: rodillas, espalda, brazos... Su mente se mantuvo en blanco, sin siquiera procesar la situación. Cuando finalmente llegó al suelo, el dolor cubría todo su cuerpo, especialmente su pierna derecha. Incapaz de moverse, solo pudo gemir del dolor.

Manteniéndose serio ante la situación, Gehrman observó al ladrón, claramente herido, a quien había empujado sin piedad. Bajando lentamente la escalera, escuchaba los gemidos. Sus ojos se posaron sobre la pierna derecha del ladrón, la cual estaba claramente dislocada y girada en un ángulo antinatural. Sin dejarle tiempo para respirar, apuntó el florete a su nuca, permitiendo que la punta se clavara levemente en la piel.

Sintiendo el pinchazo en su nuca, el ladrón, con lágrimas en los ojos por el dolor, no pudo evitar desesperarse. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

"¡No me hagas nada! Solo soy una enviada, ¡no he hecho nada, por favor!"

Suplicó, revelando su indiscutible voz femenina.

Sorprendido por el tono de voz, Gehrman no pudo evitar formar una ligera mueca, pero, forzándose a mantenerse firme, apretó un poco más la punta del florete contra su nuca.

"¿Quién te envía?" preguntó, forzando la voz para que sonara más grave.

"¡No lo sé! Solo me contactan algunos intermediarios. ¡De verdad, haré lo que quieras, pero déjame ir!"

La voz, derrotada entre el dolor y el miedo, resonó en todo el edificio.

Manteniendo la calma y con un seco y grave "dámelo todo", Gehrman mantuvo el florete en su nuca, aunque lo soltó levemente para que pudiera mover, aunque fuera, los brazos hacia atrás.

Ante la orden de su atacante, la ladrona no pudo evitar gritar:

"¡Sí, sí, sí!"

Mientras sus manos recorrían cada bolsillo de su ropa, sacando todo lo que encontraba y dejándolo caer al suelo: algunos papeles, un pedernal algo desgastado, una cantimplora medianamente llena de algún líquido, varios florines de bronce y uno plata, y un amuleto de metal similar al cobre, con algunas líneas blancas pintadas.

Observando todo lo que había sacado, Gehrman, claramente desilusionado, tomó el amuleto por el que había empezado todo aquello y los florines. Seguidamente apartó el florete de la nuca de la ladrona y se alejó un metro, sin quitarle los ojos de encima. Esperó, firme, a que ella, por voluntad propia, se sentara.

Aguantando el dolor en su pierna, cortando las lágrimas y tratando de mantenerse al menos sentada entre los objetos que había tirado, la ladrona finalmente pudo ver a su atacante. Su pelo corto y sus ojos profundos, que parecían negros por la poca luz, lo delataban. Su rostro serio se mantenía firme mientras hablaba:

"He dicho que todo."

Su voz, aún forzada a sonar grave, volvió a resonar con dureza.

Desconcertada, miró los objetos a su alrededor y luego a sí misma. Después de todo, solo le quedaba la ropa. Ante la situación, sus pupilas se dilataron al máximo.

"No..."

Suplicó en un breve susurro.

Ignorando la súplica, Gehrman no titubeó y levantó el florete para apuntarla.

"Todo."

Sintiendo el dolor punzante en su pierna, que aún le dificultaba respirar, los ojos de la ladrona volvieron a inundarse de lágrimas, esta vez por la impotencia y la vergüenza. Entre sollozos y bajo la mirada de Gehrman, que seguía serio e inmutable, comenzó a desvestirse, quedando con el cuerpo semidesnudo, delgado y visiblemente desnutrido.

Sin decir una palabra, Gehrman se acercó a ella. Frente a su figura temblorosa, que se abrazaba a sí misma por miedo y frío, se agachó y tomó su ropa. Con brusquedad, la agitó, sin preocuparse por si se rompía. De entre los pliegues, cayó una pequeña llave negra como el hierro.

Ante la aparición de la llave, la ladrona se tensó de golpe, apretando con más fuerza el abrazo sobre sí misma."¡Espera, por favor! ¡Llévatelo todo, pero deja la llave, por favor!"Suplicó nuevamente, claramente alterada.

Ignorando una vez más la súplica de la ladrona y confirmando que ahora sí no quedaba nada más, lanzó la ropa de vuelta, directo a su cara, antes de hablar:"¿Qué lugar abre esta llave?"

Sin esperanza alguna ante la pregunta del hombre frente a ella, solo pudo responder con impotencia:"No lo sé... solo me enviaron a buscarla...", Susurró, cubriéndose con la ropa recién lanzada.

Estudiando la llave por unos segundos, Gehrman revisó una vez más el entorno. Al no encontrar nada más de interés, guardó la llave y el amuleto antes de darse la vuelta para marcharse.

"Listo. Eres libre. Apáñatelas", se despidió secamente mientras cerraba la puerta tras de sí.

La ladrona, impotente, lesionada y en silencio, abrazó su ropa mientras la oscuridad del lugar comenzaba a envolverla por completo.

Caminando por el mismo camino por donde había entrado, Gehrman tardó poco en salir de la zona abandonada con éxito. Sin bajar el ritmo, sacó la llave negra como el hierro para examinarla a la luz. Era una llave sencilla, sin adornos ni marcas especiales, salvo por unas iniciales grabadas con precisión: "L.P."

Lanzándola al aire y tomándola como si estuviera jugando, esbozó una ligera sonrisa.

"Menos mal que sé qué hacer contigo", le dijo a la llave sin miedo a ser observado.

Entre calles y callejones, nuevamente apareció el mar ante sus ojos. Caminando por las chirriantes maderas del puerto, no tardó en llegar al Dragón Blanco.

"¡Nina!", gritó calmadamente.

En un instante, una mujer ya en sus treinta finales, bien abrazada a una botella de licor y vestida con el uniforme de la tripulación, hizo un gesto de saludo antes de bajar una larga pasarela.

Asintiendo como saludo, Gehrman subió al barco y se dirigió a una puerta pintada con varios colores pastel.

Tras unos segundos de espera, una voz cálida y dulce sonó desde el interior de la habitación.

"Pasa, Gehrman."

Con el permiso concedido, abrió la puerta con cuidado antes de entrar y cerrarla. Frente a él, iluminada por una vela, estaba la hermosa Fhyl, con su largo cabello del color del césped y sus ojos sin pupila del mismo tono. Por alguna razón desconocida, no había envejecido nada, viéndose igual de joven que cuando la conoció.

"¿Qué me has traído?", preguntó, como si ya supiera el motivo de su visita.

Tranquilo y sin mostrar sorpresa por la pregunta, Gehrman se sentó frente a ella y sacó la llave negra, colocándola sobre la mesa.

"¿Puedes decirme qué lugar abre esta llave? Tengo curiosidad por saber lo que esconde", preguntó relajado, disfrutando del dulce aroma del incienso que llenaba la habitación.

Sin decir una palabra más, Fhyl tomó la llave y cerró los ojos durante unos pocos segundos.

"Al este, en las afueras del puerto. Un almacén antiguo", respondió concisamente al abrir los ojos.

Pensativo, Gehrman finalmente agradeció a Fhyl.

"¿Qué haríamos sin ti?"

Preguntó en broma mientras abría la puerta para irse.

"Pues probarías miles de puertas hasta que alguna se abra", respondió también en broma, alzando los hombros.

"Ah, y espera, jovencito", lo interrumpió antes de que se marchara.

"¿Qué pasa?" preguntó sorprendido.

Fhyl, con calma, alzó su brazo y señaló la mano de Gehrman.

"Ese florete se queda aquí. Nada de armas hasta que seas adulto."

Tras un largo suspiro, Gehrman dejó caer el florete.

"Si me pasa algo, es tu culpa", volvió a decir en broma antes de, esta vez sí, cerrar la puerta.

Con el sol ya en su punto más alto, el hambre se hizo presente en su cuerpo, y sin pensarlo demasiado, entró a un bar cerca del muelle. Este tenía un reluciente y bien cuidado cartel donde se leía "Lady Brizn". El interior estaba completamente lleno de hombres y mujeres, piratas y no piratas. El olor a humano destacaba incluso por encima del aroma de la comida caliente y las jarras de alcohol. Las mesas y sillas estaban distribuidas de forma simétrica, logrando hacer cómoda la vista desde la entrada.

Buscando una mesa donde sentarse, giró la cabeza de un lado a otro hasta que, por casualidad, vio una figura familiar. Era un joven de su edad, aunque no lo parecía por su delgada y débil constitución. Los ojos verde oscuro de este estaban absortos en un bloc de notas en el que escribía sin pausa.

Sentándose frente a él, y notando que no se había percatado de su presencia, estiró la mano para intentar agarrar el bloc y leer lo que estaba escrito.

Alerta, y reaccionando con una velocidad inhumana, el cuaderno casi se teletransportó de la mesa a su pecho, donde lo abrazó como si su vida dependiera de ello."¿Qué quieres?", preguntó molesto una vez alzó la cabeza y vio a Gehrman sentado sin elegancia frente a él.

Sin tratar de ocultar la risa por la reacción de su compañero de tripulación, Gehrman respondió:"Tranquilo, Tom, solo era una broma."

Soltando el bloc de notas y guardándolo en uno de sus bolsillos, Tom no pudo evitar reír sarcásticamente ante la broma."¿Vienes a molestar?"

Ante la reacción de Tom, Gehrman fue dejando la risa lentamente."Solo vengo a comer algo. Te he visto aquí solo y el resto de mesas están ocupadas."

Suspirando ante sus palabras, Tom intentó tranquilizarse. Después de todo, ya estaba acostumbrado a este molesto y precipitado pirata."Bueno, ya que yo tampoco he comido todavía, me parece un buen plan. También es una buena oportunidad para que pagues algo de lo que me debes, ¿qué dices?"

Atento a sus palabras, Gehrman sonrió ante la petición de Tom, buscando los pocos florines que había robado a la ladrona."Está bien, tú ganas. Esto es lo que hay. Ve y pide lo que sea. Sorpréndeme", dijo arrogantemente después de lanzarlos sobre la mesa.

Sin decir una palabra más, Tom agarró los florines y caminó directo a la barra. Tras unos largos minutos de espera, se acercó a la mesa con una bandeja en mano."Normalmente no gasto tanto en una comida, pero como es tuyo, no me he contenido. Sin quejas, ¿vale?"Habló con arrogancia, devolviéndole la actitud anterior.

Con la bandeja en la mesa, el olor logró llegar suavemente a la nariz de Gehrman, disipando por fin el fuerte aroma a humano del bar. Frente a él, un robusto plato con una buena chuleta de vacuno bañada en una salsa espesa color piel, junto a un vaso lleno de un líquido anaranjado y gaseoso. Exactamente lo mismo tenía Tom frente a él.

Tras una larga conversación tonta y amena, ambos platos terminaron vacíos, marcando el final de la comida."Tienes buen gusto con la comida", alabó Gehrman a Tom después de echarse hacia atrás en la silla.

"Lo sé", respondió también estirándose en la suya.

Con el hambre ya saciada, Gehrman se levantó lentamente."Yo me voy ya."

Mirándolo de reojo, Tom se despidió con un simple:"Ten cuidado."

Dirigiéndose a la puerta, antes de salir, Gehrman le dio una última mirada a Tom, quien nuevamente se había sumido en su bloc de notas, escribiendo algo que, sabía bien, mataría por mantener en secreto.