Entre las calles más abiertas del pueblo y puerto Farne, con el sol ya en su punto más alto e infundiendo su calor sobre todo el lugar, Gehrman tomó inmediatamente el camino hacia el este, en dirección al lugar indicado por Fhyl.
Con paso firme avanzó entre las muchas casas antiguas, desgastadas por la humedad del mar. Algunos niños corrían de un lado a otro, los adultos caminaban hacia sus destinos o hablaban abiertamente a gritos. Ignorando la gran cantidad de miradas que recibía por sus ropas, Gehrman mantuvo su paso hasta el final de la calle.
Al salir de esta, un gran campo abierto se desplegó ante él. Hierbas secas y tierra removida cubrían el suelo. A una distancia media, hacia la derecha, podían verse tres pequeños edificios similares a almacenes, rodeados por el vasto descampado.
Conforme se acercaba, los detalles de los tres almacenes se volvían cada vez más evidentes. Las enredaderas trepaban y cubrían las paredes ya blanqueadas por el sol. Los tres almacenes no estaban unidos, dejando entre ellos pequeños espacios por donde solo cabría un niño pequeño.
Cada uno tenía una puerta de madera clara. Las dos puertas laterales eran viejas y débiles, con aspecto de poder romperse con una sola patada. Pero en contraste con el desgaste del entorno, la puerta del centro destacaba: elegantemente decorada, pintada y bien cuidada. Su madera oscura, junto al pomo y el marco dorados, no encajaban con el escenario.
Curioso por la puerta, Gehrman sacó la llave negra de su pequeña bolsa de lino, mientras en su mente agradecía a Fhyl por facilitarle tanto las cosas. Tras dos suaves giros de llave, la puerta se abrió, dejando escapar un largo chirrido que resonó por todo el interior.
El interior estaba completamente oscuro, de no ser por la luz que entraba por la puerta abierta. La sala parecía vacía, a excepción de una larga trampilla en el suelo, cerrada, aunque su candado ya había sido retirado.
Gehrman levantó con cuidado la trampilla, revelando una gran escalera en descenso envuelta en oscuridad. Pensativo y cauteloso, trató de escuchar si había algún sonido proveniente del fondo, pero no oyó nada.
Con cuidado de no hacer ruido y en alerta total, Gehrman bajó escalón tras escalón hasta llegar al fondo. En ese instante, la sorpresa lo inundó, y no pudo evitar detenerse de golpe.
Bajo las escaleras se abría un amplio espacio, suavemente iluminado por la luz de unas pocas velas. El lugar estaba lleno de jaulas de menos de un metro de altura. En su interior, decenas de mujeres jóvenes de diversas edades permanecían encerradas. Ninguna tenía ni un solo ápice de esperanza en la mirada. Sus cuerpos, temblorosos por la falta de ropa y el frío, sujetos por fuertes cadenas, mostraban signos de desnutrición y maltrato constantes.
Ninguna reaccionó con violencia ante la aparición de Gehrman. Simplemente lo observaron, sin esperanza, sin emoción.
Paralizado, en blanco por la escena ante sus ojos, su atención se centró en una de las niñas más pequeñas, que apenas llegaría a los doce años. Su cabello rubio, largo y maltratado no lograba cubrir sus ojos azules, vacíos, como los de todas las demás. Estaba, igual que ellas, firmemente encadenada en el interior de su jaula.
Siendo la única que mostró alguna reacción, la niña movió los labios, tratando de dejar salir su voz.
"A...t...rá...s..."
Su voz era extremadamente ronca y afónica, como si sus cuerdas vocales hubieran sido destrozadas.
Leyendo sus labios y alcanzando a escuchar su débil susurro, los ojos de Gehrman se abrieron aún más y giró la cabeza tan rápido como pudo.
Antes siquiera de poder ver algo, una fuerte barra de metal golpeó su cabeza, tumbándolo en el acto. El dolor fue tan intenso que lo desconcertó al instante, obligándolo a caer al suelo sin ninguna reacción. El mareo se intensificó de inmediato, haciendo que las ganas de vomitar se volvieran incontrolables... aunque no logró hacerlo.
Incapaz de mover su cuerpo por el dolor y el shock, solo pudo escuchar una conversación ondulante y apagada antes de desmayarse sobre el charco de sangre que se formó desde su cabeza, brotando de la herida abierta en su frente.
"Hermano, menos mal que esa puerta hace tanto ruido", dijo alegremente una voz demasiado grave para el tono de la frase.
"Sí... pero ¿cómo alguien ha logrado llegar hasta aquí?", preguntó, pensativa, una voz femenina.
Tras un breve silencio, en el que se agacharon para vaciar los bolsillos de Gehrman, la voz grave volvió a hablar, esta vez con un tono aniñado:
"No lo sé, pero mira esta ropa... no es la de la tripulación del Diablo Esmeralda."
Pensativa, la voz femenina no pudo evitar soltar una pequeña carcajada animada.
"No, ellos usan azul, no naranja. Debe ser algún farsante... Aun así, podemos usarlo como trampa."
...
Tras el primer atardecer en el puerto Farne, un amplio local de dos plantas iluminaba esa zona del puerto con velas envueltas en cristales rosados, tiñendo el ambiente con un tenue resplandor. En la entrada, bajo el cartel brillante del Burdel Rosa del Sinisti, Gehrman Aphyrius, de pie ante la ligera corriente de viento que recorría el puerto, fumaba un puro que ya iba por la mitad.
Cerrando los ojos entre calada y calada, sentía el viento rozar su piel curtida por los años, cuando, de alguna manera, una pequeña hoja de papel se incrustó en su puro.
Tras soltar un largo suspiro, dejó caer el puro... y con él, el pequeño papel. Luego, sin decir una palabra, comenzó a caminar hacia un lugar.
En el papel blanco solo había un dibujo: un dragón dorado que se mordía su propia cola.
Manteniéndose tranquilo y serio, Aphyrius llegó a la cubierta del Dragón Blanco, donde, sin perder el tiempo, tocó una puerta pintada de colores pastel.
Al instante de tocar la puerta, la voz cálida y dulce de Fhyl resonó desde el interior de la habitación.
"Pasa, capitán."
Extendiendo su mano, abrió la puerta con rapidez y observó el interior. Allí, junto a Fhyl, se encontraba un hombre bajito y fornido, vestido con las ropas marrones estándar de la tripulación, con bufanda y botas azul oscuro.
Sin querer perder el tiempo, Gehrman habló mientras cerraba la puerta.
"¿Qué ha pasado? ¿Por qué me habéis llamado?"
Preguntó, aún con tono tranquilo.
"Gim tenía prisa por hablar contigo", respondió Fhyl, sin levantarse de su lugar.
Apoyándose en la puerta y sin sentarse, Aphyrius dirigió la mirada hacia Gim.
"Cuéntame."
"Estaba en la plaza principal bebiendo con Klema y Bromu cuando llegó un enviado de los Argantha. Decían que habían cazado a uno de los nuestros y que, si lo queríamos de vuelta, fuéramos en mitad de la madrugada a la zona abandonada del muelle. Solo tenemos dos críos que se atreverían a meterse con los Argantha y, sobre todo, si se trata de Kerrin, hay que actuar rápido."
La voz de Gim, notoriamente preocupada, salió con ligereza y prisa. Después de todo, como principal encargado del mantenimiento, era uno de los que más tiempo pasaba con los niños del barco.
Sin mostrar sorpresa por la información, Aphyrius se mantuvo en silencio durante unos segundos, aclarando la situación en su mente. Después de todo, estaban involucrados los Argantha, la principal familia encargada de la esclavitud y trata en el Mar Medio.
"Está bien, entiendo la situación. Puedes irte", dijo finalmente tras unos segundos más.
Sin más que decir, Gim apretó los puños y se levantó con un suave "sí", antes de marcharse y dejar a Fhyl y Aphyrius solos en la habitación.
Con Gim fuera, Aphyrius miró a los ojos a Fhyl antes de preguntar:"¿Cuál de los dos?"
Ante la pregunta de su capitán, Fhyl simplemente sonrió mientras le devolvía la mirada."¿Tú qué crees?"
Con la contrapregunta de Fhyl, Aphyrius tuvo claro quién estaba metido en el lío. Incapaz de contenerse, arrastró la mano por su rostro en señal de agotamiento.
"¿Es una trampa?", preguntó con tono desganado.
"Por supuesto", afirmó instantáneamente Fhyl.
Cayendo nuevamente en silencio, Aphyrius no tuvo nada más que decir y se dio la vuelta para marcharse.
"¿De verdad vas a ir?"Esperó a que la puerta ya estuviese abierta.
"Necesito pensármelo", respondió secamente.
"¿Si fuera algún otro, habrías ido?"
"No..."Respondió sin dudar ni un segundo.
Tras su corta y concisa respuesta, ninguno volvió a hablar. Y tras cerrar la puerta de Fhyl, Aphyrius entró en el camarote del capitán.
Cuando la medianoche ya había pasado, Aphyrius, en silencio y sentado frente a la mesa, observaba una pequeña caja de madera abierta. Dentro, había un anillo transparente con un tono verdoso, hecho de un material similar al cristal. Este emitía un ligero brillo verde claro, recostado sobre un suave material negro similar al terciopelo.
Tras observarlo durante un tiempo indefinido, no dudó más y lo colocó en el anular de su mano izquierda. En ese instante, un fuerte viento barrió toda la habitación. No destruyó nada, pero comenzó a girar de manera invisible alrededor de Aphyrius.
Con el anillo puesto y todo preparado, se levantó y se dirigió hacia la trampa que le habían tendido.
Bajo la luz de la luna menguante, que hacía unas pocas horas había pasado su punto más alto, el muelle abandonado se sentía lúgubre. Incluso las pequeñas zonas iluminadas por la tenue luz de las velas tenían un aire opresivo.
En la zona central, la iluminación era más clara. Allí, frente a un gran edificio cerrado, había una hombre sentado en una silla de madera, observando la nada como si estuviera esperando a alguien.
Cayendo desde uno de los tejados, una figura apareció frente a él. Vestido con ropas anchas de un blanco impoluto, destacaba aún más por su capa, su sombrero en forma de barco, sus botas y su bufanda de color azul verdoso. En su mano izquierda, un anillo cristalino emitía una ligera luz verdosa y fantasmal.
Forzando una voz aún más grave y seca, Aphyrius rompió el silencio de la noche:"¿Dónde está él? No quiero problemas, así que si me lo dais por las buenas... haré como que esto no ha pasado."
El hombre frente a él, calvo y de ojos castaños, comenzó a reír al escuchar la petición de Aphyrius. Su voz natural, grave, resonó en todo el lugar antes de hablar con un tono demasiado aniñado para su edad:"¡Ya está aquí, hermana! ¡Es hora de jugar!"Su voz grave y teatral resonó en todo el muelle.
Al instante, una mujer rubia, de cabello rizado y perfectamente cuidado, salió desde uno de los callejones oscuros, acompañada por un grupo de hombres.
"¿Lo buscas a él? Es una lástima que hayas venido por un farsante", dijo con voz aguda y chirriante, hablada con una seguridad pura, como si ya todo estuviese decidido.
Los hombres tras ella sujetaban con fuerza a un joven de cabello y ojos castaños. Su rostro, cubierto de sangre ya seca, mostraba una expresión de ira pura. Sin embargo, debido a las cadenas en sus manos y la cuerda que lo sujetaba, cualquier intento de resistencia era inútil.
En el instante en que sus profundos ojos castaños se posaron en su capitán, su furia se desvaneció por completo, siendo reemplazada por un miedo y un deseo de huida extremos.
Seguido de ella, decenas de hombres salieron de otros callejones oscuros, rodeando a Aphyrius y cerrando cualquier ruta de escape. Por su parte, Gehrman hizo un intento desesperado por liberarse; su rostro, completamente cubierto de sudor, comenzaba incluso a limpiar la sangre seca que tenía en él.
Todos los hombres allí presentes portaban alguna arma: espadas, ballestas o cuchillos. Sus rostros mostraban confianza; después de todo, eran más de cien contra uno.
Ante la evidente situación de ventaja, la risa animada de la mujer resonó nuevamente en el muelle."El Demonio Esmeralda. Cuatro mil florines de oro por tu cabeza... Puedes estar orgulloso de ayudarme en mi búsqueda de la belleza."
Manteniéndose sereno y tranquilo, Aphyrius ignoró a la charlatana. Con cuidado, revisó su alrededor antes de posar la mirada sobre Gehrman. En ese momento, frunció el ceño, claramente enfadado. Con ese simple gesto, el intento de escape de Gehrman se intensificó mil veces, al punto que, incluso en su estado, los hombres que lo sujetaban se vieron obligados a lanzarlo al suelo y abalanzarse sobre él para inmovilizarlo.
Observando a su hijo completamente reducido, Aphyrius desvió la mirada nuevamente hacia la mujer, que hablaba como si fuera la organizadora de todo."Última oportunidad: o por las buenas o por las malas."Su voz, aún forzada para sonar más grave, ahora contenía un tono de enfado evidente.
Ante la advertencia de Aphyrius, la mujer no mostró el más mínimo rastro de miedo o nerviosismo. Mantuvo su voz segura mientras alzaba la mano y lo señalaba directamente."Acabad rápido."