Bajo la luz de la luna menguante, tras la soberbia y altiva orden de la mujer, todos los hombres —a excepción de los que sujetaban a Gehrman— rugieron al unísono y se abalanzaron sobre Aphyrius sin dudar ni mostrar piedad.
El más cercano fue el hombre calvo, de ojos del color de los rubíes, quien llamaba "hermana" a la mujer. Sacando un cuchillo oculto entre sus ropas, se lanzó sin control alguno.
Con un suave movimiento de pies, Aphyrius esquivó el ataque por poco, provocando que el atacante perdiera el equilibrio.
En el instante en que el hombre intentó recuperar el equilibrio y preparar un segundo ataque, su brazo cayó al suelo. Ante la sorpresa, todos los que corrían hacia él se detuvieron en seco, cesando también sus gritos.
Observando su ahora amputado brazo, el hombre calvo —con sus ojos rojos brillando de horror— no pudo evitar poner una expresión de absoluto pánico antes de empezar a gritar como un loco. De la herida, cortada con una precisión antinatural, la sangre brotaba sin detenerse, formando un creciente charco bajo sus pies.
Horrorizado, retrocedió tambaleándose mientras se sujetaba el brazo sangrante. Incapaz de soportar el dolor, sus piernas cedieron y cayó de rodillas frente a Aphyrius."¡Hermana, hermana! ¡Haz algo, hermana!"Su voz, normalmente grave y aniñada, ahora estaba ronca por el dolor y la desesperación.
Impactada por lo sucedido, la mujer rubia de ojos rojo brillante no pudo evitar una mueca de sorpresa."¿¡Acaso os habéis paralizado ante un solo hombre que solo ha hecho un movimiento!? ¿¡Esto es lo que sois!? ¡¿Cobardes?!"
Su grito resonó entre todos los presentes, que, heridos en su orgullo, no dudaron más y se lanzaron contra él, gritando a pleno pulmón.
Manteniendo su mirada fija en el calvo aterrorizado, Aphyrius ignoró completamente a los hombres que se le acercaban. Tras un largo suspiro, esperó pacientemente a que estuvieran casi encima de él.
En menos de un segundo, el silencio se apoderó del lugar. Como si siempre hubiera estado allí.
Todos los hombres que un momento antes se lanzaban sobre Aphyrius fueron cortados horizontalmente en dos, como si una fuerza invisible los hubiese partido. Un mar creciente de sangre se extendía por el muelle.
En un solo instante, más de cien hombres fueron reducidos a mitades, de una forma incomprensible. Solo los hermanos y Gehrman —cubierto de la sangre de los dos hombres que lo sujetaban— seguían vivos. Él, con la mirada vacía, mostraba una expresión derrotada, como si ya hubiese aceptado su destino. Atado y encadenado, ni siquiera intentaba resistirse o huir.
Aprovechando que la mirada de Aphyrius se posó en la mujer, su hermano, sujetando su brazo cercenado, corrió hacia ella."¡Ayuda, hermana! ¡Ayúdame!"
Antes de que pudiera reaccionar, su cuerpo fue bañado en sangre. Frente a los ojos rojos de la mujer, su hermano, ya sin cabeza, cayó al suelo, manchándolo aún más de rojo.
Cubierta de sangre y en un estado de shock extremo, la mujer perdió toda fuerza en las piernas y se desplomó. Solo podía observar, aterrada, los fríos ojos esmeralda que la miraban con odio.
Con paso firme, mientras sus botas se empapaban aún más en sangre, Aphyrius mantuvo su mirada fija en la mujer, que temblaba, devastada, incapaz de mover un solo músculo. Frente a ella, estiró la mano y sujetó su cabello rubio, ahora completamente manchado.
Con fuerza, se agachó, dejando que una de sus rodillas cediera. Con el movimiento, estrelló la cabeza de la mujer contra el suelo con violencia, salpicando la sangre ya derramada sobre la ropa de ambos.
Levantando nuevamente su cabeza y tirando de su largo cabello, Aphyrius se acercó a su oreja."Os di la oportunidad de hacerlo por las buenas... y no habéis querido. Espero que estés satisfecha", murmuró con una voz grave, forzada y completamente carente de piedad.
La mujer, con los ojos desbordados de terror y la nariz y la boca sangrando por el impacto, solo pudo susurrar una súplica:"Ha...ré... lo q...ue qui...e...ras... pe...rdón..."Su voz, rota por el miedo y los dientes quebrados, había perdido todo rastro de confianza y seguridad.
Observándola con cierta ira mientras suplicaba por su vida, Aphyrius se mantuvo serio. Lentamente, acercó su mano izquierda al cuello de la mujer.
Ante esta situación, la mujer, aún rogando, no mostró lágrimas. Estaba paralizada por el miedo. Sus ojos, abiertos de par en par, imploraban un perdón que no llegaría.
Con una suave caricia de su mano sobre el cuello, lo separó del cuerpo con un corte limpio. Aphyrius sostuvo la cabeza —que no tuvo tiempo de cerrar los ojos— por el cabello, mientras esta se desprendía del cuerpo, que cayó inerte sobre el suelo rojo y pegajoso.
Bajo la luz de la luna y las velas del puerto, el silencio se apoderó del lugar por segunda vez. Todo el suelo, cubierto de sangre por los cuerpos partidos a la mitad, seguía creciendo en charcos mientras los cadáveres continuaban desangrándose.
Después de dejar caer la cabeza decapitada de la mujer sobre su propio cuerpo, Aphyrius se incorporó lentamente y se dirigió hacia Gehrman, aún atado.
En un silencio aterrador, Aphyrius desató las cuerdas que sujetaban a Gehrman, pero no tocó las cortas cadenas que unían sus manos. Manteniendo la mirada fija en el suelo teñido de rojo, Gehrman no se atrevía a mirar a su capitán, sintiendo tanto respeto como miedo.
Tras unos profundos segundos de silencio, Aphyrius sujetó la cadena que unía ambas manos de Gehrman y, como si simplemente fuese un esclavo, tiró de ella, obligándolo a seguirle. Incapaz de resistirse, y sabiendo que sería peor hacerlo, Gehrman lo siguió en silencio.
Dejando atrás el creciente mar de sangre formado en apenas unos minutos, la luz proveniente de las calles del pueblo iluminó a ambos piratas. La poca gente que aún permanecía fuera a esas horas, en su mayoría borrachos y prostitutas, observaban sin consideración alguna al hombre vestido de blanco y rojo arrastrar a un joven bañado en sangre encadenado hacia un destino desconocido.
En un eterno silencio incómodo, finalmente llegaron al puerto y subieron al barco. Aún encadenado, Gehrman fue forzado a entrar en el camarote del capitán.
Con la puerta cerrada tras él, la mesa con el mapa sobre ella permanecía sombría y borrosa, hasta que su capitán encendió una vela colocada sobre un fino plato de porcelana.
Viendo la tensión y la ira contenida en los movimientos de su padre, Gehrman dudó. Pero finalmente, tras tragar saliva varias veces, decidió al menos ser el primero en hablar.
"Yo... verás..."
Aphyrius, que estaba junto al único armario de la habitación, sacó una pequeña caja de madera antes de girarse y cortar bruscamente las palabras de Gehrman.
"Callate."
Su voz fue directa, sin necesidad de gritar. Aun así, bastó para que Gehrman se erizara incontrolablemente, forzándolo a mantener la cabeza agachada y a callarse en el acto.
Con Gehrman en silencio, Aphyrius no tardó en abrir la caja de madera, quitarse el anillo y guardarlo con delicadeza. Luego se sentó en la silla frente a la mesa."Más te vale tener una buena razón."Su voz, grave y cargada de enfado, resonó en el silencioso camarote, tenuemente iluminado. Su ropa, aún bañada en sangre, intensificaba la presión en el ambiente.
Como si su vida dependiera de ello, Gehrman trató de pensar en alguna forma de adornar lo sucedido y salir bien parado."¡Fui al mercado! Allí me robaron, lo que me hizo seguir al ladrón hasta un edificio en el muelle abandonado, donde recuperé lo que me quitó y conseguí robarle una llave. Al preguntarle, me dijo que había sido enviada a por esa llave y que esa puerta abría una tesorería... y pues, quise comprobarlo. Resulta que ese lugar era donde alguna organización guardaba a mujeres raptadas para la trata, y me tendieron una emboscada en el interior."
Manteniendo su cuerpo y cabeza firme ante la presión de la mirada de su padre, esa fue la mejor historia que pudo inventar.
Analizando en silencio, Aphyrius se mantuvo serio durante unos segundos."¿Tú qué opinas? ¿Es cierto?"
Gehrman, sorprendido por la pregunta, no supo qué responder, cuando, desde el otro lado de la puerta cerrada, se escuchó una alegre risita débil.
Mientras esa risita se desvanecía lentamente, la puerta del camarote se abrió con cuidado, revelando la figura de Fhyl. Su largo y hermoso cabello verde como la hierba flotaba suavemente tras ella. Cerró la puerta al terminar de entrar.
Todavía envuelto en la sangre de sus captores, Gehrman se rompió por dentro de inmediato. Aun con un hilo de esperanza, se mantuvo en silencio mientras Fhyl cerraba la puerta con calma.
Antes de hablar, Fhyl colocó su delicada y clara mano sobre el hombro de Gehrman, ignorando por completo el estado pegajoso de la sangre."Pequeño, sabes que mentir está mal. Hagamos esto: yo te pregunto y tú respondes, esta vez sinceramente. ¿Vale?"Su tono, agradable y dulce, no mostraba enfado alguno, sino más bien el gesto de quien ofrecía una última oportunidad de ser sincero.
Gehrman, con la esperanza por los suelos, pues Fhyl era la única persona a la que nunca había logrado engañar desde que estaba en el barco, simplemente asintió en silencio, sabiendo que no le quedaba otra opción.
Tras sentir cómo Fhyl le daba un leve golpecito en el hombro, escuchó su primera pregunta:"¿Cuál fue la verdadera razón por la que seguiste a la ladrona?"
Sorprendido por una pregunta que, en cierta medida, podía imaginar, Gehrman bajó la cabeza."Había tantas cosas a mi alrededor que podía robar... que me sentí tentado. ¡Pero logré controlarme!... Hasta que, por casualidad, vi a la ladrona robar... y vi la oportunidad de calmar mis ganas robándole a otro ladrón." su voz en tono de susurro apenas logro llegra a su capitan pero gracias al silencio de todo el lugar si pudo conseguirlo
Sin reaccionar ante su respuesta, Fhyl continuó:"¿Por qué buscaste realmente el lugar que abría esa llave?"
Aún con la cabeza gacha, Gehrman volvió a susurrar:"Por pura curiosidad."
Sin darle tiempo a decir nada más, Fhyl abrió la boca de nuevo:"Y por último... ¿cómo te atraparon realmente?"
Agradeciendo en su interior que fuese la última pregunta, volvió a susurrar:"Fui demasiado descuidado y precipitado al entrar, haciendo ruido, lo que alertó a los guardias de mi intrusión. Al bajar las escaleras y llegar al lugar donde las tenían encerradas... me quedé paralizado por la situación en la que estaban todas las mujeres. Me olvidé de buscar si había vigilancia. Si no llega a ser por una de las niñas, no habría reaccionado a tiempo para amortiguar el golpe que me dejó noqueado..."
Conforme se acercaba al final de sus palabras, su voz comenzó a quebrarse. Claramente afectado por verbalizarlo, terminó hablando con dificultad:"Podrían haberme matado..."
Con las tres preguntas resueltas, Fhyl dio un segundo golpecito en el hombro de Gehrman."Y eso es todo lo que pasó."
Con la historia ya explicada, Aphyrius suspiró antes de hablar:"Te has metido en los asuntos de los Argantha. ¿Eres consciente de la gravedad de eso? Tienes suerte de que no hayan quedado testigos y de que te trataran como a un farsante. Partiremos en dos días. Hasta entonces, tienes completamente prohibido bajar del barco. Da gracias que no quiero llamar la atención. Prepárate mentalmente para cuando partamos. Vete."Su voz, llena de furia, sonaba controlada, contenida con esfuerzo.
Sin decir una palabra más y tras la orden de su capitán, Gehrman abrió la puerta y se marchó, claramente abatido y sumido en sus pensamientos.
Quedando Fhyl y su capitán solos en el camarote, Aphyrius dejó de forzarse a permanecer serio. Se estiró y colocó las piernas sobre la mesa."¿Dónde entras tú en esto?", preguntó esta vez dejando salir su voz cansada.
Fhyl, manteniéndose elegantemente de pie, sonrió con serenidad."Yo le dije qué lugar abría la llave", respondió con sinceridad, sin dudar ni un segundo.
"¿Sabías que esto iba a pasar?", preguntó Aphyrius, aceptando la respuesta sin cambiar el tono.
Ante la pregunta, Fhyl simplemente levantó los hombros."Quién sabe."
Tras la respuesta, Aphyrius no pudo evitar esbozar una sonrisa de incredulidad, y nuevamente el silencio inundó el camarote.Sin nada más que decir, Fhyl se marchó, dejando a su capitán a solas, iluminado tenuemente por la luz de una vela que hacía brillar la sangre seca en sus ropas.
...
Con el sol ocultándose bajo el horizonte, el cielo anaranjado decoraba el mundo con una hermosura única.Entre las calles más pobres de Farne, una mujer vestida con ropas holgadas caminaba con gran dificultad. Apoyándose en una improvisada estructura hecha con dos palos de madera unidos por cuerdas, arrastraba su pierna derecha, dislocada y girada en sentido contrario.
Su cabello, corto y negro como la noche, no lograba ocultar sus ojos rojos como rubies ni su rostro dolorido y agotado.