El interior secreto de la iglesia conservaba la misma estética del templo principal. Tonos azules, verdes y plateados decoraban las paredes, adornadas con conchas y pequeños animales marinos disecados e incrustados con cuidado artesanal. El espacio era reducido, casi íntimo; un pequeño cuadrado de piedra delimitaba la entrada, y desde allí, un pasillo angosto se extendía hacia la derecha, cruzando discretamente por detrás de la gran estatua de Náurya.
El pasillo, iluminado por velas elaboradas con grasa de criaturas marinas, desprendía un olor espeso y penetrante, difícil de ignorar. Al final, aguardaba una puerta completamente plateada, grabada con el símbolo de una ola en movimiento. Luke contuvo la respiración lo suficiente para soportar el hedor, y se dirigió con paso firme hacia ella.
El golpe suave hizo que la puerta se abriera ligeramente con un crujido sutil; estaba entreabierta desde antes. Aun así, Luke esperó fuera, de pie, sin entrar.
Un nuevo olor, esta vez a sal concentrada, invadió el pasillo, desplazando el de las velas. Entonces, una voz suave se dejó oír desde el interior.
"¿Por qué no entras, Luke?"
"Alguna vez tenía que seguir el protocolo," respondió con tono burlón, mientras comenzaba a avanzar dentro de la habitación.
El olor a sal era abrumador, extremo. No una simple presencia, sino una sustancia que se colaba por cada rincón de los pulmones, resecando el aliento. Pero Luke, acostumbrado a esa sensación, apenas pestañeó. Cerró la puerta detrás de él con tranquilidad.
El interior de la sala revelaba, de inmediato, su pertenencia a alguien de alto rango. La iluminación no provenía de velas, sino de lámparas alimentadas por gas: un lujo reservado a las esferas más elevadas de la ciudad. La luz, blanca y constante, caía sobre muebles elegantes pintados en tonos plateados que cubrían por completo las paredes, acompañados por estantes repletos de libros. Una alfombra del mismo tono se extendía bajo sus pies, cerrando la escena en una monocromía casi hipnótica, rota únicamente por un lujoso sillón azul oscuro en el centro de la estancia.
Allí, sentada con una serenidad absoluta, se encontraba una niña que no aparentaba más de quince años. De belleza etérea, su piel morena, suavizada por la vida en el mar, contrastaba con la oscuridad azul de su largo cabello, que caía como un manto hasta su cintura, absorbiendo la luz a su alrededor. Sus ojos, sin pupilas, abiertos sin temor, brillaban con un místico plateado que parecía ajeno a este mundo.
Cuando Luke se giró para verla tras cerrar la puerta, la joven esbozó una sonrisa amplia, luminosa. Se levantó con entusiasmo.
"¡Luke!" exclamó, y su voz, aguda y alegre como la de una niña pequeña, resonó por toda la sala al tiempo que corría hacia él.
Luke sonrió también, abriendo los brazos para recibir el abrazo sin titubear. La recibió con ternura, como si aquel instante tuviera el poder de sanar algo dentro de él.
Tras unos largos segundos, suaves, tranquilos, fue él quien se separó primero con delicadeza.
"Lidia, ¿podrías ayudarme con una cosa?"
Los ojos de la joven comenzaron a brillar, encendidos por la simple pregunta. Asintió de inmediato, con entusiasmo infantil.
"Sí, claro que sí. Solo pide."
Su voz, dulce, aniñada y cálida, tenía el poder de alegrar y calmar el corazón de Luke.
"Necesito que me digas qué pasó anoche en el muelle abandonado."
Su voz, aunque aún serena, se volvió un poco más grave. La petición llevaba en ella una seriedad contenida, como si se tratara de algo que no deseaba imponer, pero que tampoco podía dejar pasar.
Lidia no dudó ni un segundo en asentir. Luego se sentó con gracia en el sillón azul oscuro del centro de la habitación y extendió una mano hacia él.
"¿Me das la mano?"
Luke no pudo evitar soltar una breve risa al ver su gesto. Con paso tranquilo, se acercó y le tomó la mano, permaneciendo de pie junto a ella.
Cuando sus dedos se enlazaron, Lidia cerró los ojos. De inmediato, su rostro alegre y aniñado se transformó. La expresión se volvió seria, casi adulta, marcada por una concentración inusual. Era como si toda la ligereza de su voz se hubiese evaporado.
"Todo sucedió en tierra... así que no puedo sentir nada especial," murmuró, algo contrariada, aunque no soltó su mano.
Pasaron unos segundos más. Entonces, de pronto, una exclamación escapó de sus labios.
"Espera... he sentido algo. Un viento muy fuerte alcanzó el agua del muelle. Tiene forma de semicírculo que se expande... ¿un círculo? Sí... si fuera un viento circular tendría sentido cómo movió el agua."
Su voz era baja, casi un susurro hacia sí misma, pero Luke la escuchó con atención.
Tras otro breve silencio, Lidia abrió lentamente los ojos.
"Lo único que logró entrar en contacto con el agua del muelle fue esa corriente de aire semicircular. Creo que el aire se expandió en un movimiento circular."
Luke, que ya desde la segunda frase había intuido una posible conexión con lo ocurrido en el muelle, no tardó en expresar en voz alta el pensamiento que tomaba forma en su mente:
"¿Un artefacto antiguo?"
No buscaba una respuesta, solo poner en palabras la hipótesis que empezaba a asentarse en su interior.
Lidia, que ya había salido de su estado de concentración, lo escuchó con una sonrisa tranquila.
"Si me traes a Nar, te lo puedo confirmar."
Su voz volvió a sonar alegre, liviana, segura. Casi como si todo fuera un juego.
Luke la miró con cierta seriedad. Aquella respuesta inesperada lo tomó por sorpresa.
"No. Ya encontraré otra forma."
Su negativa fue tajante, pero no dura. Lidia, en respuesta, infló los mofletes y frunció el ceño en una expresión de berrinche mal contenido.
"¡Será rápido, tranquilo! No recibiré muchos efectos secundarios."
Luke evitó mirar directamente sus ojos plateados, que ahora lo miraban como si imploraran lástima. Pero aún así, se mantuvo firme. O al menos, lo intentó. Después de catorce peticiones —contadas una a una, sin pausa—, simplemente cedió, no por convicción, sino por agotamiento.
"Sólo unos segundos," dijo al fin, con voz firme, aunque no logró ocultar del todo la preocupación que vibraba en su interior.
La expresión de Lidia cambió al instante. El puchero desapareció, reemplazado por una sonrisa orgullosa.
Se levantó con entusiasmo de su sillón y se acercó a uno de los armarios. De él colgaba una pequeña caja de acero plateado que abrió con cuidado. En su interior, reposaba un pañuelo de un suave color anaranjado, único en aquella sala de tonos fríos. El tejido, similar a la lana, parecía emanar una calidez sutil, más ilusoria que real.
Con el pañuelo en la mano, Lidia volvió a sentarse y, por segunda vez, extendió su mano hacia Luke.
"¿Me lo pones y me das la mano?"
Visiblemente preocupado, Luke se acercó a la pequeña Lidia y, con delicadeza, ató el pañuelo en su muñeca. Lo dejó flojo, sin apretar, como si temiera lastimarla. Luego, por segunda vez, le ofreció su mano. Poco a poco, comenzó a sentir cómo la de ella se calentaba.
Lidia cerró nuevamente sus brillantes ojos plateados, y una atmósfera de concentración llenó la habitación. El silencio se hizo profundo, casi reverente, mientras un calor suave e ilusorio emanaba de su cuerpo. Los segundos pasaban en la sala bañada en sal y gas, hasta que, lentamente, sus ojos se abrieron… y una amplia sonrisa cruzó su rostro.
"¡Ha habido reacción! ¡Hubo un artefacto antiguo!" exclamó, orgullosa, como una niña que ha descubierto un tesoro.
Ante la confirmación, Luke contuvo su impulso de analizar de inmediato la nueva información. Sin soltar su mano —aún cálida—, usó la otra para desatar el pañuelo. En el instante en que el tejido dejó de tocar la piel de Lidia, su temperatura corporal descendió bruscamente. Fue como si de pronto hubiera salido de un lago helado: empezó a tiritar violentamente.
Luke no lo dudó. Se quitó su gabardina de trinchera y la envolvió con ella. Lidia, agradecida por el abrigo, aprovechó la cercanía para lanzarse en un nuevo abrazo.
"¿Ves? Estoy bien," susurró con una sonrisa, acurrucándose contra él.
Luke, algo más tranquilo al escucharla, le devolvió el gesto, rodeándola con suavidad. También él comenzaba a sentir como Lidia recuperaba la temperatura habitual de su cuerpo.
"Esto no se va a volver a repetir. ¿Queda claro?"
Su voz sonó relajada, pero con un fondo de seriedad que no dejaba lugar a réplica.
Lidia asintió con un susurro casi imperceptible. Esperó, como siempre, a que fuera Luke quien pusiera fin al abrazo. Cuando él se separó, ella volvió en silencio a su sillón, con pasos ligeros y una sombra de desilusión en la mirada.
"Vuelve dentro de poco, ¿vale?" dijo, con voz suave. Sabía que él no podía quedarse sin una razón, pero le costaba disimular el deseo de que lo hiciera.
Luke asintió. Antes de marcharse, guardó el pañuelo cuidadosamente en su caja. Luego se despidió con una última mirada, y cerró la puerta con cuidado tras de sí.
En el salón principal, los cuatro guardias lo esperaban en silencio, con sus floretes al cinto.
Al reunirse con ellos, Luke rompió el silencio con calma:
"Todo está hecho. Podéis volver. Yo me voy a casa."
Sin cuestionarlo, los cuatro hombres emprendieron el camino de regreso al muelle junto a su superior. Luke, en cambio, tomó la dirección opuesta.
Caminó solo entre las calles iluminadas de Farne, sumido en pensamientos. A su archivo mental se sumaba ahora una pieza vital: un artefacto antiguo capaz de manipular el viento.
No podía confirmar aún si su única función era crear cuchillas aéreas o si era solo una de muchas habilidades dentro del dominio del aire. Pero la mera posibilidad… le provocó una sonrisa leve, casi infantil, que no supo reprimir.
Era la primera vez que se cruzaba con un artefacto antiguo más allá de su propio guante y del pañuelo de Lidia, al que ella llamaba Nar.
Y por primera vez en mucho tiempo… se sentía genuinamente ilusionado por un caso.
En las afueras del pueblo, en dirección al interior de la isla, se alzaba una casa grande y rústica construida con maderas oscuras. Su estructura en forma de “U” abrazaba un amplio jardín de grava blanca, todo ello protegido por una alta valla negra rematada en finas puntas de hierro. La barrera no solo mantenía alejados a los extraños, sino que convertía aquel rincón en un santuario.
Dentro del jardín, bajo la luz cálida del sol, resonaban risas y gritos infantiles. Algunos niños corrían unos tras otros, otros pateaban una pelota con torpeza alegre, mientras una pequeña niña leía en silencio, oculta entre las sombras de la galería. Todo en el ambiente desprendía una sensación de hogar, de vida, de respiro.
El chirrido de una ventana abriéndose no destacó entre los juegos, pero desde uno de los cuartos del segundo piso, una mujer madura se asomó, mostrando sus ojos rojos como rubíes centelleantes a la luz y su ya apagado cabello rubio. Debía haber pasado los cuarenta hace poco, pero el largo vestido amarillo que vestía y la sonrisa que curvaba sus labios le daban una calidez luminosa, casi eterna.
"¡Chicos, la comida está lista!"
Su voz clara y maternal cruzó el aire como una orden llena de amor. De inmediato, los niños respondieron con vítores y afirmaciones alegres, y en estampida, corrieron hacia la entrada de la casa.
A unos pasos del portón de hierro, Luke observaba la escena en silencio. Esperó a que los últimos niños desaparecieran en el interior antes de abrir la verja negra y entrar también.
El interior de la casa era amplio y decorado con humildad. El tamaño del lugar le daba un aire algo vacío, pero el bullicio de los niños lo llenaba todo con una calidez profunda. Siguiendo sus voces, Luke cruzó el vestíbulo y entró en el salón comedor.
Tres largas mesas de madera ocupaban el centro de la sala. Sentados allí, los niños —más de los que había visto fuera— comían con entusiasmo desordenado. Tenían platos sencillos frente a ellos: un estofado humeante, un vaso de agua y dos rebanadas de pan. Comían sin etiquetas, pero con una energía que contagiaba.
Desde una larga encimera, la misma mujer que los había llamado los observaba con una sonrisa satisfecha. En ese momento, como si algo invisible le indicara, giró la cabeza y sus ojos rubíes se encontraron con los de Luke, que la miraba en silencio desde la entrada.
Luke abrió los labios con una ternura que rara vez mostraba fuera de esas paredes.
"Ya estoy en casa."
La mujer cruzó la distancia sin decir nada. Lo abrazó con suavidad, como si no necesitara más palabras para entenderlo.
"Bienvenido, cariño. ¿Cómo ha ido todo?"
Antes de que pudiera responder, alzó el rostro y unió sus labios a los de él en un beso breve, dulce, lleno de promesas cotidianas. Luke respondió con naturalidad, como si aquel gesto fuera lo único real tras el mundo de sangre y viento que acababa de dejar atrás.
"Un caso único… e interesante," murmuró después, apenas separados.