Capítulo 14: Resquicios de la noche

Como si una fuerza ajena, más grande que él, lo arrastrara de nuevo a la conciencia, los ojos de Gehrman se abrieron por segunda vez.

Lo hicieron con lentitud, aún pesados, pero ya no con el mismo ardor de antes. El descanso había sido breve, imperfecto, y sin embargo, suficiente para que el mundo no pareciera tan distante. Se incorporó con cuidado, sintiendo cómo cada músculo reclamaba su parte del dolor. El cuarto seguía tal y como lo había visto, salvo por la luz: una claridad fuerte y dorada se derramaba por la ventana, marcando que el día ya habia avanzado.

Sin saber con certeza qué hora era, cruzó la puerta y caminó hacia el pasillo. La madera crujía bajo sus pies descalzos. Subió las escaleras con pasos torpes. Sorprendentemente, su ropa estaba limpia. Relucía ligeramente ante el sol que se asomaba con cada escalón que subía, como si hubiese sido lavado y tendido mientras él dormía.

Al llegar a cubierta, el sol lo cegó. Tuvo que detenerse, una mano alzada sobre los ojos, hasta que la visión se le aclaró. Tal como había imaginado, el lugar estaba casi vacío. Nina permanecía sentada con su eterna botella de licor apretada contra el pecho, inmóvil pero despierta. Klema, en una de las esquinas, apoyada junto a un barril, lo esperaba de pie, brazos cruzados.

Gehrman avanzó con un andar más vivo que el de la noche anterior, aunque aún torpe. Se sentó en el barril frente a ella sin decir palabra.

Nina, sorprendentemente consciente, se quedó boquiabierta. Miró su rostro magullado, hinchado y amoratado, con los labios entreabiertos. Pero no dijo nada. Solo lo observó en silencio.

Klema, tan severa como siempre, solo esperó a que se sentara para hablar.

"Llegas seis minutos tarde. "¿Por qué?"

Gehrman soltó una risa leve, como si la escena tuviera un tinte irónico que solo él podía notar.

"Me quitaron mi reloj de bolsillo. ¿Qué le voy a hacer?"

Ella no reaccionó. Sus ojos no pestañearon.

"No quiero excusas. Que no vuelva a pasar. Dicho esto, empecemos. Las veintidós reglas de la ley pirata."

No le dio tiempo a responder. Simplemente comenzó a hablar. Su tono era firme, pero no monótono. Había en su voz cierto ritmo —casi alegre, casi recitado— que le daba a las reglas un aire ceremonioso, como si hablara de leyes sagradas.

Los minutos pasaron lentos, espesos. A los quince, Gehrman ya sentía cómo su mente empezaba a flotar. Se forzaba a seguir cada palabra, cada ejemplo, cada advertencia. Pero el cansancio y el aburrimiento eran un ancla que tiraba hacia el fondo.

Cuando la clase superó la hora, Gehrman solo se mantenía despierto por las preguntas repentinas que Klema lanzaba al aire, con la precisión de una flecha.

"¡Nina!"

La voz llegó desde el muelle, fuerte, desordenada, casi cantarina. Una risa alegre acompañó el grito, y Gehrman se giró de inmediato.

Nina, tan ágil como siempre, hizo alarde de fuerza y dejó caer la pasarela para subir al barco. Con paso calmado, subieron dos muchachas de unos quince años.

Vestían ropas anchas de tonos castaños, con bufandas y botas naranjas. Ambas tenían el cabello color vino, brillante bajo el sol, y unos ojos ámbar que parecían contener fuego líquido. Eran tan parecidas que solo al acercarse era posible notar la diferencia: una tenía pecas salpicadas sobre la nariz, la otra no.

Una reía a carcajadas, hablando a gritos sin preocuparse por nada. La otra, en cambio, sonreía en silencio, atenta solo a escucharla. Mostrando una chispa desbordante y su reflejo tranquilo.

con el barco practicamente vacio rapidamente ambas vieron a gehrman quien se habia dado la vuelta en el instante en el que llego el grito a sus oidos

Su figura sentada y el rostro golpeado llego a ambas haciendo que se detuvieran de golpe. El silencio cayó sobre ellas como un paño.

Durante dos segundos no dijeron nada.

Y entonces, la más calmada corrió hacia él.

"¡Gehrman! ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? Bueno, ya veo que no, pero... ¿qué ha pasado?"

Su voz estaba cargada de preocupación genuina. Al llegar hasta él, lo tomó por los hombros con suavidad, examinando su rostro con los ojos grandes muy abiertos.

Gehrman no se sobresaltó ante la súbita cercanía. Ya había aprendido a no hacerlo con Verena. Su presencia era como la de una hermana mayor preocupada que, aunque inesperada, jamás resultaba violenta.

"Tranquila, Verena. Estoy bien" dijo con voz baja, aún algo áspera por el sueño y las heridas.

Ella, como marcaban las enseñanzas de Klema, no insistió. No preguntó de nuevo. Simplemente lo soltó, obediente a esa norma no escrita de la tripulación. Pero sus ojos seguían fijos en los suyos, cargados de una preocupación que no necesitaba palabras.

"Diría que me sorprende, pero para nada. Algún día tendrían que ponerte en tu lugar" comentó Kerrin, acercándose con la calma irónica que siempre la acompañaba. Su voz cargada de sarcasmo flotó sobre la cubierta como un dardo lanzado sin demasiada fuerza, pero con puntería.

Gehrman entrecerró los ojos. No le importava dejar pasar ese tipo de comentarios, pero no viniendo de ella.

"Te puedo asegurar que él acabó peor que yo" respondió con el mismo filo, una sonrisa torpe curvándole el labio, más por instinto que por humor real.

Pero antes de que pudieran enredarse como tantas veces antes, Klema alzó la voz. Ni una sílaba más alta de lo necesario, ni una menos. Justo en el punto exacto donde sabía que captaría su atención.

"Os veo a las dos con energía. Perfecto para que os unáis. No os habéis perdido mucho. Coged algo para sentaros."

La orden llegó tan natural que nadie se atrevió a tomarla como broma. Verena y Kerrin intercambiaron una mirada corta. Un parpadeo de desconcierto.

"Heee... bueno... tenemos que hacer cosas" dijo Kerrin, con ese tono forzado de quien busca una excusa apresurada. Ya estaba dándose la vuelta hacia los camarotes, estirando del brazo de Verena.

...

Dentro del orfanato, en una habitación amplia y silenciosa, Luke leía concentrado. Los informes se apilaban con orden meticuloso sobre la mesa elegante frente a él, su superficie limpia salvo por los papeles, el tintero y la vela encendida, cuya luz oscilante apenas competía con la claridad generosa que entraba por las dos ventanas abiertas de par en par.

No necesitaba la vela, pero la había encendido igual. Tal vez por costumbre, tal vez por la forma en que su llama temblorosa hacía que las sombras bailaran sobre los informes, volviendo más íntima —más tensa— la tarea de leer.

Tal como había solicitado, los guardias de la isla le habían entregado todo lo que habían podido reunir: registros, notas, observaciones sobre el comportamiento de los dos Argantha en sus últimos días.

Luke recorría cada línea con el ceño fruncido, la pluma inmóvil entre los dedos. Según todos los documentos, los dos sujetos no habían cambiado de actitud. Ni un signo de agitación. Ninguna señal de alarma. Vivieron sus últimos días como si nada fuera a ocurrir. Lo que hizo que Luke dudara sobre descartar o no la posibilidad de que el asesino los hubiera convocado esa noche por alguna razón.

Luke se reclinó en la silla, cerrando los ojos por un instante, dejando que el murmullo lejano del orfanato —una puerta, una risa infantil, el crujido de la madera— se mezclara con sus pensamientos.

Ya le habían confirmado que en un día le entregarían los informes sobre las posibles razones de un posible chantaje. Con eso en mente, Luke sentía que había llegado a un punto muerto. Por más que revisara los papeles una y otra vez, ya no había nada interesante que leer.

Tras un silencio breve, apartó la silla y se levantó. Caminó por el pasillo, dejando atrás el leve olor a papel y a cera que impregnaba la estancia. Se dirigió hacia el jardín de la entrada del orfanato. Hoy le tocaba a él encargarse de los niños: su mujer había tenido que asistir al funeral de dos de sus familiares, y Luke había aceptado de buen grado quedarse.

El jardín estaba lleno de risas. Los niños jugaban entre carreras y voces chillonas, ajenos al cansancio de la vida adulta. Alguno leía bajo la sombra de un árbol, otro escalaba las ramas con la destreza de un gato. A Luke se le aflojaron los hombros al verlos. Se sentó en la escalera de la entrada y los observó con una calidez que le envolvía el pecho.

El tiempo pasó rápido entre risas, carreras, caídas y alguna pequeña disputa que resolvió con una palabra amable y una mano firme. Cuando el sol empezó a ceder un poco y el aire se volvió más pesado, supo que había llegado la hora de comer. Con un suspiro se levantó y regresó al interior.

En la cocina, el ambiente estaba impregnado de calor y del aroma de las ollas recién apagadas. Su mujer le había dejado todo listo, con una previsión que siempre le hacía sonreír. Con cuidado, preparó los cuarenta y tres platos necesarios, colocando cada uno en la larga mesa con su respectiva servilleta y cubiertos.

Con la mesa dispuesta, llamó a los niños. Algunos corrieron, otros llegaron con pasos más tranquilos. Cada uno encontró su sitio y comenzó a comer.

"Ya estoy aquí".

Cuando cerca de la mitad de los platos ya estaban acabados y la otra mitad estaba casi vacía, una dulce voz femenina, ajada por el tiempo, sonó desde la puerta de la cocina.

Allí, una mujer ya asentada en sus cuarentas observaba a Luke con sus brillantes ojos rubíes y una sonrisa levemente cansada. Su cabello rubio ya apagado estaba escondido bajo un amplio sombrero negro que cubría su rostro elegantemente maquillado con una traslúcida y fina maya negra, su cuerpo cubierto por un largo vestido negro con una flor del mismo color naciendo de su cadera izquierda.

Notoriamente alegre por su llegada, Luke se acercó a ella y la abrazó. "¿Qué tal el funeral, cariño?"

Ella sonrió suavemente antes de responderle con un beso tranquilo.

"Todo fue normal hasta que apareció la anciana", dijo, con la voz aún baja.

Luke, sorprendido, se quedó en silencio un instante.

"¿Ha ido la anciana? "¿No eran de la segunda rama?"

"Por eso nos sorprendió a todos", contestó, quitándole importancia con un leve gesto de hombros. "Supongo que habrá alguna razón."

Se quedó callada un segundo, como si recordara algo importante, y luego retomó con un tono más serio.

"Por cierto, me han pedido que te diga que, si puedes, vayas esta tarde al ayuntamiento a buscar a Cassimir".

Luke alzó las cejas, un poco confundido por la petición, pero contestó con una sonrisa alegre.

"Claro", dijo, sin pensarlo demasiado.

La mujer le devolvió la sonrisa, antes de girar y desaparecer por el pasillo para cambiarse. Luke suspiró y volvió a la cocina y empezó a recoger las mesas con la ayuda de algunos niños, sus voces frescas como la brisa que corría por la estancia.

...

Con la tarde ya bien entrada, el calor en el pueblo y el puerto de Farne se había suavizado, dejando en el aire un soplo de sal y de brisa que aliviaba el peso del día. Luke caminaba con la gabardina de trinchera castaña abierta, el viento jugueteando con sus bordes. Se detuvo frente al edificio, que sobresalía entre las casas bajas y encaladas de alrededor. Era una construcción firme, de muros bien pintados en tonos de arena, con una solidez que imponía respeto. No sabía con certeza por qué lo habían citado allí, pero no dudó en subir las escaleras de piedra y entrar.

En el interior, el suelo estaba cubierto de mosaicos claros, formando figuras que se repetían a lo largo de toda la planta. Al fondo, una mujer madura revisaba con atención unos papeles, ajena al mundo que pasaba a su alrededor.

Luke cruzó el salón con paso seguro. El lugar estaba decorado con mesas y sillones de distintas maderas. Se detuvo frente a la mujer y habló, con la voz pausada.

"Buenas, vengo a buscar a Cassimir".

Ella levantó la vista de inmediato, sacudida por su concentración. Sus ojos, claros y atentos, lo escrutaron con un dejo de sorpresa.

"¿Es usted el señor Luke?" preguntó con un tono profesional, pero amable.

Luke asintió con un leve movimiento de cabeza. Ella, tras un segundo de vacilación, dibujó una sonrisa cortés.

"Está en su despacho. "Sube cuando quieras".

Con un gesto de agradecimiento, Luke se despidió de la recepcionista y caminó hacia las escaleras, subiendo con pasos medidos. Tocó la cuarta puerta a la izquierda.

"¿Quién es?" La voz grave llegó desde el otro lado, con un timbre de autoridad.

"Soy Luke. Me han dicho que me buscan".

"Ah, sí, espera que salgo ya."

El tiempo se le hizo largo. Contó los segundos, uno a uno, hasta que la puerta se abrió con un leve chirrido. Salió un hombre que tendría algunos años más que Luke, delgado, vestido con un traje negro impecable que olía a jabón caro y a tiempo bien invertido. Sus ojos, de un rojo intenso y profundo, reflejaban un brillo familiar. Su cabello, rubio y apenas canoso, le recordó a su mujer. Por un instante, tuvo la sensación de que la estaba viendo en un cuerpo diferente.

"Perdón por la espera, Luke. Tenemos algo de prisa. "¿Puedes seguirme, por favor?", dijo con elegancia, mientras extendía la mano hacia él.

Luke lo miró a los ojos, viendo esa mirada que tanto le recordaba a casa. Apretó su mano y asintió.

No hubo más palabras. Ambos hombres salieron del ayuntamiento, sus pasos resonando en el suelo de mosaicos. Al pasar por la recepción, ambos sonrieron a la mujer. Y entonces desaparecieron por la puerta, rumbo a un destino que Luke aún no alcanzaba a adivinar.