Tras un corto paseo por las calles polvorientas de Farne, acompañado de una conversación cordial que apenas rozaba la superficie, Luke sintió que algo no encajaba. La tarde había ido apagando poco a poco su luz y el aire se había llenado de un aroma a tierra y sal. Frente a él, un descampado amplio, cubierto de plantas secas y tierra removida, se extendía como un mar quieto.
Al final del campo, tres edificios antiguos, similares a almacenes, se alzaban como testigos mudos de un tiempo mejor. Sus tejados caídos y las ventanas rotas daban la sensación de que hasta el viento los había abandonado.
Cassimir no se detuvo al llegar a la orilla del campo. Sus zapatos de cuero negro no temblaron ante la tierra y el polvo que se adherían a ellos.
"Es allí", dijo, sin mirar atrás.
Luke lo siguió, con el paso algo más lento, dejando que su mirada se deslizara por el lugar. Había sido llevado a sitios así demasiadas veces, pero siempre por guardias, no por el mismísimo canciller de la región oeste de la isla Filis. Algo le roía por dentro, una sospecha que se instalaba como un rumor en su pecho.
Al llegar junto a los almacenes, Cassimir sacó una pequeña llave negra, tan opaca como el hierro. Luke, con la luz tenue que se colaba entre las nubes, alcanzó a ver dos letras grabadas en el metal.
"L. P.", murmuró, extrañado de no reconocer de quién podían ser esas iniciales.
Cassimir, que esta vez no lo escuchó, giró la llave y abrió la puerta. En el instante en que la hoja de madera se apartó, el olor le golpeó con una fuerza que le hizo cerrar los ojos. Era un olor denso, que mezclaba sangre ya seca y cera fundida. Instintivamente, Luke pensó: "un caso o una trampa". El pensamiento escapó de sus labios en un susurro apenas audible.
Cassimir lo escuchó esta vez. Permaneció tranquilo, con la mirada fija en la puerta abierta.
"Respira es un caso. Entra y te doy los detalles".
Luke asintió: "Ya veo". Su voz salió áspera, pero firme. Y sin decir nada más, entró al almacén.
"Está todo como lo encontramos. "No hemos movido ni un solo centímetro", dijo Cassimir, acompañando sus palabras con un tono que mezclaba respeto y prisa.
Luke comenzó a recorrer el lugar con la mirada entrenada. Junto a las paredes, algunas estanterías polvorientas y cajas dispersas guardaban su propio silencio. En el centro de la estancia, una trampilla de madera cerrada con un candado.
Pero lo que dominaba la escena era el cuerpo. Este poseía un amasijo de sangre, músculos y huesos destrozados como cuello. Junto al cadáver, un fragmento largo y afilado de cristal estaba bañado casi por completo en sangre. Cerca de él, un farol roto rodeado de cristales pequeños revelaba en su centro un charco de cera fundida y seca.
A unos pocos metros, un nacimiento de sangre que se había unido a la sangre bajo el cadáver ya estaba vacío. Junto a ella, abandonado como un juguete roto, un florete plateado brillaba bajo la luz mortecina que entraba por las ventanas.
Superando la incomodidad inicial por el olor y la escena gracias a su experiencia, Luke miró a Cassimir.
Cassimir, al ver su mirada, habló antes de que Luke pudiera decir nada.
"Gracias a Aroa y a la guardia de la isla sabemos que eres un gran detective. Como representante de la familia Argantha en el oeste, hablo en nombre de todos: estamos realmente preocupados por esta situación. En pocos días ha habido tres asesinatos y un herido. Aunque sean de la rama secundaria, esto solo puede ser el inicio de algo mayor. Me gustaría que te encargaras de esto en secreto. Por supuesto, me comprometo a aportarte todo lo que necesites y una generosa donación al orfanato de mi hermana".
Luke bajó la mirada un instante, evaluando las ventajas y las contras. Pero la mención de la donación al orfanato pesó más que cualquier objeción. Tras un breve titubeo, asintió.
"Está bien. Espero tu colaboración. "Pero tengo dos peticiones". Su voz se endureció mientras hablaba. Sus ojos azules se fijaron en el rastro de sangre que nacía desde el cuerpo y se deslizaba hasta la trampilla. "Quiero que me abras la trampilla y que me dejes completamente solo. Que nadie entre durante al menos quince minutos."
Cassimir no dudó. Sacó una llave plateada más pequeña de uno de sus bolsillos.
"Por supuesto".
Abrió el candado, levantando la trampilla. Luego, sin una palabra más, salió y cerró la puerta tras él. Luke quedó solo, con el eco de sus pasos desapareciendo y la luz mortecina filtrándose por las pequeñas ventanas del almacén.
Un silencio denso se instaló en la habitación. Luke respiró hondo. Sacó su guante blanco grisáceo y lo colocó con cuidado, ajustándolo a cada dedo mientras revisaba nuevamente el interior del almacén.
En cuanto el guante cubrió su mano, su mente se despejó. Cada pensamiento flotó en su cabeza con la ligereza y claridad que solo se encontraría en un sueño.
Luke primero se acercó al cuerpo, despacio, inclinándose sobre él con cierto respeto, dejando salir susurros de su boca.
"Tiene el cuello destrozado... pero el resto del cuerpo no está herido. El arma utilizada muy seguramente sea el cristal. Doy por hecho que la segunda marca de sangre provendrá del herido del que habló Cassimir. ¿Por qué razón asesinaría a uno y no a los dos? ¿Quiso matar a los dos, pero uno sobrevivió de milagro? No sé cómo acabó el herido, pero supongo que no muy bien..."
Desvió la vista hacia el farol roto, rodeado de cristales pequeños como lágrimas secas.
"¿Por qué está el farol roto? Podría ser que la víctima lo soltara al caer, tras un golpe sorpresa... o tal vez lo usó como arma, o incluso lo trajo el atacante. ¿Será el mismo asesino que el del puerto? Es evidente que podría haber una relación, más aún si ellos están preocupados..."
Sus ojos se fijaron en las manos de la víctima. Había sangre en los dorsos, una mancha seca y oscura. La observó con detenimiento, murmurando para sí.
"Los dorsos están manchados de sangre... No parecen salpicaduras. No vienen de las puñaladas. ¿Golpes? ¿Golpeó algo, haciéndose sangrar la piel? No parecen cortes, así que descarto el cristal y el florete... Tal vez fue del atacante. ¿Se defendió? ¿Pelearon?"
"Si pelearon, existe la posibilidad de que la intención del atacante no fuese asesinar a ambos, sino que, como resultado de la pelea, acabara con uno... Pero era un dos contra uno. No... espera. No hay nada que indique que hubiera un atacante. ¿Eran más? Podría haber sido un dos a dos. Eso explicaría por qué uno fue asesinado y el otro no. Puede ser que, como dos personas diferentes, tengan distintas disposiciones a matar. ¿Pero si hubiese sido uno solo? "¿Cómo habría actuado?"
Luke se inclinó un poco más hacia el cuerpo, su guante rozando la sangre seca. Sus ojos repasando cada mancha, cada rastro.
"El nacimiento de sangre del herido está cerca de la puerta. ¿Fue una emboscada? Eso explicaría que solo quedase noqueado, siempre y cuando la intención del atacante no fuese acabar con ellos".
Respiró despacio. Su mente giraba, buscando lógica.
"¿Aprovechó una emboscada para noquear a uno y luego tuvo que lidiar con el segundo, que resultó que sabía defenderse y lo obligó a matarlo? No puede ser. En estas situaciones, nadie sería tan idiota de meterse en una pelea sin conocer a su oponente si tenía la ventaja de estar oculto. ¿Tal vez quiso noquear a ambos, pero por alguna razón uno tuvo tiempo de reaccionar y eso llevó a un enfrentamiento? Espera, Luke, ¿en qué momento diste por hecho que pelearon? Además, existe la posibilidad de que después de noquear al herido, se tratase de un dos contra uno."
Durante varios minutos, Luke dejó que su mente hilara cada pensamiento, cada suposición. Pero el lugar ofrecía pocas pistas. Solo el cuerpo, la sangre, el farol roto y el florete. Demasiadas posibilidades, demasiadas rutas sin salida.
Sin atreverse a cerrar nada, decidió bajar por las escaleras. Siguió el rastro goteante de sangre seca, aferrándose a la esperanza de encontrar algo más.
Conforme descendía, la luz exterior se apagaba poco a poco, sustituida por el parpadeo ondulante y anaranjado de las velas encendidas. Abajo, le esperaba una habitación mediana, vacía. Solo el rastro de sangre, que se extendía unos metros, giraba a la derecha y continuaba recto, pero no llegaba a la pared.
Ante aquel vacío tan absoluto, lo único que escapó de sus labios fue un susurro.
"¿Por qué?"
Miró a su alrededor. La sala estaba completamente desierta, como si siempre hubiera estado vacía.
"No tiene sentido. Esto está vacío. ¿Por qué vendría hasta aquí el asesino? ¿Había algo y se lo llevó? ¿Pero qué podría haber aquí tan importante? En una sala vacía, debería haber sido algo grande, algo difícil de ocultar. Esto me confirma que no era uno solo. "¿Cómo si no habrían logrado huir con algo grande?"
Sumido en la duda, Luke dejó que su mente tejiera hilos imposibles. Pensó en cada detalle, cada historia que podría haberse escondido entre aquellas paredes. Hasta que, como una chispa en la oscuridad, un pensamiento cruzó su mente, y con él, un escalofrío le recorrió la piel.
"Han limpiado la habitación. Todas las víctimas son Argantha. Cassimir es uno de ellos. Puede que el asesino viniera aquí por una razón. ¿Y si lo que había aquí —lo que desapareció— pudiera dañar a los Argantha si saliera a la luz? Esto prácticamente me confirma que es cosa de la rama abandonada, ¿pero cómo? Es demasiado pronto para hacer algo. ¿Tal vez por eso el ataque? Nadie lo esperaría. No tienen pistas del asesino y han acabado recurriendo a mí. Y ellos, sabiendo que iba a necesitar bajar aquí para buscar pistas, lo han limpiado todo. Eso significa que lo que podría perjudicarles no fue robado por completo. Si no, no habrían tenido que limpiar nada. Me están escondiendo algo".
Respiró con fuerza. Aunque su razonamiento estaba lleno de cabos sueltos, se sintió extrañamente seguro. Pero no estaba dispuesto a darlo por hecho aún. Subió las escaleras de nuevo, con la decisión tallada en su rostro, y se dispuso a esperar a que Cassimir regresara.
...
Balanceándose suavemente sobre el mar del puerto, el Dragón Blanco sin su bandera reflejaba la luz del sol hacia el muelle. La madera crujía apenas con el leve vaivén de las olas, como si sus maderas claras respiraran con un ritmo lento y constante.
En la cubierta, Klema seguía explicando las reglas de la ley pirata con la misma energía y emoción con la que había comenzado horas antes. Frente a ella, sentado en un barril, estaba Gehrman. Sus párpados pesaban como plomo, y cada palabra de Klema era un desafío a su resistencia. A su derecha, dejando claro que no lograron escaparse de Klema, Verena y Kerrin, cada una sobre otro barril, compartían su mismo suplicio. A la izquierda, en algún momento, había aparecido Thom, quien, sentado en un taburete, escuchaba atentamente mientras escribía con agilidad en su pequeña libreta.
Los cuatro —Gehrman, Verena, Kerrin y Thom— compartían más que la cubierta de ese barco: compartían la misma historia. Niños abandonados que la tripulación había recogido y criado desde el principio. Vestían ropas anchas de tonos castaños, pero destacaban por las bufandas y las botas naranjas que llevaban con indiferencia.
El color no era casualidad. El capitán Aphyrius había decidido que ninguno recibiría ropa oficial hasta que fuesen adultos. El naranja era un recordatorio de un viejo chiste de Bromu, quien, recordando cómo cargó a Gehrman por primera vez al barco —según él, como un saco de naranjas—, le había puesto el mote de Naranjita. Con los años, la tripulación dejó de usarlo, haciendo que se convirtiera en una anécdota graciosa para todos... menos para Gehrman.
Como si una tortura interminable hubiese terminado. Klema, sonriente y con energía, terminó la clase habiendo repasado las veintidós reglas de la ley pirata con una profundidad increíblemente profesional y filosófica.
Gehrman fue el último en levantarse, los músculos protestando con cada movimiento. Su cuerpo suplicaba por un descanso que sentía tan lejano como la costa. Dio un paso, decidido a ceder al sueño y dirigirse a su habitación, cuando la voz de Klema lo detuvo en seco.
"¿A dónde vas?"
Gehrman, ya rezando para que no le hiciera hacer alguna clase extra como castigo, se giró forzando una cara de cansancio.
"Me voy a dormir. "De verdad... lo necesito", respondió, con la voz casi temblando.
Klema, impasible, lo observó con la misma seriedad que si recitara un código de honor.
"El capitán te está esperando".
El corazón de Gehrman se hundió como un ancla. El cansancio desapareció en un instante, reemplazado por una inquietud que le helaba la sangre.
"Yo... verás... estoy cansado, en serio... dile que voy en otro momento... por favor." Su voz, cargada de un miedo forzado a ser retenido, hizo que su rostro perdiera cualquier rastro de sueño.
Klema no cambió su expresión ni un ápice. "Sin excusas. "¿Vas tú o te llevo yo?", dijo con una calma que le pesaba como una sentencia.
Rendido, Gehrman supo que no tenía escapatoria. Con un suspiro, se mordió los labios. "Voy yo", contestó, su voz completamente desanimada.
La cubierta del barco, bañada por la luz del día, parecía observarlo en silencio mientras se dirigía hacia el camarote del capitán.