Capítulo 17: Resultado

Por la mañana, cuando el sol apenas asomaba entre las nubes, tiñendo el mundo con la tibieza de un amanecer, Luke despertó en su cama, la mente todavía cargada de pensamientos. Su primer reflejo fue girar la cabeza hacia la derecha. Allí, dormida plácidamente, estaba Aroa, envuelta en las sábanas blancas y con el cabello rubio derramado sobre la almohada. Una sonrisa cálida, mezcla de alivio y cariño, le cruzó el rostro.

No quiso sobrecargar su mente con lo ocurrido la noche anterior. Con cuidado, como quien protege un sueño, se levantó y caminó hacia el armario, vistiéndose con ropa sencilla antes de ir a la cocina.

Tras una media hora tranquila, la cocina se llenó de aromas suaves y colores: varios boles con leche, algunos platos centrales con tostadas y pequeños tarros de mermeladas de distintos sabores. La luz del amanecer se filtraba por las ventanas, iluminando la estancia con una calidez casi hogareña.

Puerta por puerta, Luke fue despertando a cada uno de los niños con una voz suave, cariñosa, hasta que finalmente llegó a su propia habitación.

Allí, Aroa seguía dormida, con el rostro tranquilo y sereno. Durante un momento, Luke dudó en despertarla. La observó en silencio, como si quisiera atrapar aquel instante para siempre. Luego, se inclinó y le dio un beso suave en la frente.

"Buenos días, cariño. ¿Has dormido bien?"

Antes siquiera de abrir los ojos, Aroa contestó con voz algo ronca, arrastrada por el sueño:

"Sí... ¿cómo estás tú? ¿Estás ya mejor?"

Luke sintió que una calidez le llenaba el pecho. Su sonrisa se ensanchó.

"Sí, mucho mejor. Ya está el desayuno. No tardes mucho."

Tras despertarla, le dio otro beso y salió de la habitación, despidiéndose con un "te quiero" antes de cerrar suavemente la puerta.

Después de desayunar y de limpiar la cocina, los niños se dispersaron como un enjambre feliz hacia sus rincones del orfanato. Luke, mientras tanto, permaneció junto a Aroa. Ella fue la primera en hablar.

"Me pidió Cassimir que te dijera que no tuvieras prisa, que cuando estuvieras mejor fueras a buscarle nuevamente."

Luke, antes de responder, se sentó en la mesa de madera, apoyando los codos y entrelazando los dedos.

"Está bien. Iré lo antes posible. Pero antes... ¿podemos hablar de una cosa, por favor?"

Aroa, sin sorprenderse, asintió con la calma de quien ya intuía que algo pesaba en su pecho. Se sentó frente a él, y sus ojos rojos lo miraron con esa mezcla de serenidad y fuerza que tanto admiraba en ella.

"¿Qué ha pasado?"

Luke respiró hondo. Con voz pausada, cargada de confianza, comenzó a explicarle todo. Le habló del caso en el muelle abandonado, de su conversación con Lidia, del almacén. No escatimó detalles. Su voz tranquila y sincera prevalecía. Terminó planteándole dos preguntas: si se le ocurria que podían haber ocultado algo en el sótano y si pensaba que aquello podía ser obra de la rama abandonada.

Aroa lo escuchó sin interrumpirlo, con una paciencia casi infinita. Cuando terminó, suspiró y se quedó pensativa un instante.

"Realmente no se me ocurre qué podría haber allí abajo que pudiese ser dañino para nosotros" dijo con franqueza. "Al final, incluso en la rama política nos llega poca información de la principal, y más a mí, que estoy algo apartada de esos temas. Si alguien lo sabe, es Cassimir. Pero lo conozco bien: si te dijo que era confidencial, no vas a conseguir sonsacárselo."

Se detuvo un segundo, midiendo sus palabras.

"Sobre la posible implicación de la rama abandonada, tengo mis dudas. Todavía no han conseguido ocultarse bien, así que cualquier amenaza sería rápidamente contenida."

Su voz, aunque cargada de honestidad, dejaba entrever que tampoco tenía respuestas definitivas.

Luke la creyó sin dudar. Sus palabras, sencillas y claras, le bastaron. Decidió esperar a que le entregaran la información sobre cualquier motivo de chantaje en los últimos días.

Conforme el sol ascendía con calma, Luke, sentado frente a la mesa, garabateaba papeles. Cada trazo era un hilo de pensamiento: la información reunida, las hipótesis que había tejido, las piezas que pensaba que aún faltaban. Imaginaba, con la base de las pistas, y la escena que habia planteado la tarde anterior, buscando con ella, un culpable y una razón para el asesinato.

Mientras su mente trabajaba sin descanso, entre cientos de escenas e hipótesis que se entrelazaban en un laberinto de posibilidades, Luke apenas parpadeaba. Cada detalle, cada recuerdo, cada palabra que había escuchado en las últimas horas se convertía en un hilo suelto que intentaba anudar.

El silencio de su despacho, apenas roto por el canto lejano de algún pájaro, era su única compañía. La luz tenue de la mañana se filtraba por la ventana, mezclada con la ondulante vela frente a él, iluminando la mesa de trabajo y las hojas garabateadas que se acumulaban sobre ella.

De pronto, la puerta se abrió lentamente, dejando entrar un haz de luz más amplio. Una niña de unos trece años, con el cabello castaño y la frente perlada de sudor.

"¿Qué pasa, Ana?", preguntó Luke, con una voz tranquila y acogedora. No le importaba que lo interrumpieran.

La niña, que pese al sudor no parecía demasiado cansada, alzó la mano. En ella llevaba un archivador de cuero, viejo y gastado, lleno de papeles.

"Ha venido un guardia y quería entregarte esto", dijo, con una voz firme que le llenó el pecho de orgullo.

Luke sonrió. Una sonrisa cálida que le borró un poco el cansancio. Se levantó despacio de la silla y se acercó a la niña para tomar el archivador.

"Gracias".

Ana no dijo nada más. Solo lo abrazó con la naturalidad de quien lo ha hecho cientos de veces. Luego se marchó por donde vino, dejando tras de sí el leve susurro de sus pasos.

Luke, de pie junto a la mesa, sostuvo el archivador entre las manos. Sabía que era. Su pulso se aceleró un segundo antes de volver a calmarse. Era lo que esperaba: las posibles causas de chantaje recopiladas en los últimos días.

Se sentó con cuidado, colocando el archivador sobre la mesa. Al abrirlo, algunas hojas se desprendieron y cayeron en un susurro de papel sobre la madera.

Luke cerró los ojos un instante y respiró hondo. Luego, sin dudar, empezó a hojearlas una por una, rezando en silencio por encontrar algo que lo llevara a algo.

Cuando finalmente terminó de leer todos los documentos, Luke dejó escapar un suspiro que largo. Sus ojos se quedaron fijos en las dos hojas que había dejado a un lado, como si sus palabras hubieran prendido fuego en su mente.

“Hace dos días, alguien que decía ser un enviado de los Argantha entró a uno de los bares del puerto, gritando que tenían a un miembro de la tripulación del Demonio Esmeralda, y que si querían recuperarlo, fuera su capitán a medianoche al muelle abandonado.”

“Algunos hombres dijeron que vieron hace dos noches a un hombre vestido de blanco y sangre, arrastrando como un esclavo a un joven bañado en sangre entre las calles.”

La información lo golpeó como un puño en el estómago. Sintió el frío recorrerle la espalda, mientras sus pensamientos se atropellaban en su cabeza.

“¿El Demonio Esmeralda… es el causante de la masacre?” susurró al viento, como si esperara que la brisa le devolviera la respuesta.

Para Luke, el Demonio Esmeralda era una figura que ya se había desvanecido, un nombre susurrado en las tabernas con miedo y respeto hacía años. Un pirata que cuando él aún rondaba los treinta, todos conocían por sus constantes asaltos a los puertos y por el terror que dejaba a su paso. Su silueta, envuelta en ropas blancas y adornada con accesorios azul verdoso que brillaban como metal, había sido la pesadilla de muchos. Comandaba el dragón blanco. Malvado, egoísta, egocéntrico. Serio. Irascible. La definición misma de un monstruo encarnado en un hombre. Desde hacía años no había escuchado nada de él, y el recuerdo de su existencia se había ido desdibujando.

“Si doy esta información como cierta, puedo confirmar que la masacre del muelle abandonado fue un chantaje al Demonio Esmeralda, lo que llevó a que los dos Argantha se prepararan con cien hombres. Después, el Demonio Esmeralda acabó con todos y tomó al rehén, llevándolo sin cuidado entre las calles. ¿Pero qué sentido tiene eso? Es, literalmente, delatarse gratuitamente. Es más… ¿Por qué siquiera iría a rescatarlo? Obviamente, es alguien que no dudaría en abandonar a un tripulante. “Tiene que haber alguna razón…”

La última frase se le quedó atrapada en la garganta.

Decidido a confirmar lo que había descubierto y buscar las respuestas que todavía se le escapaban, Luke salió corriendo hacia el ayuntamiento. Cruzó la plaza principal con el paso firme, empujado por la urgencia de su hallazgo. Al llegar a la recepción, no se detuvo.

“Voy a por Cassimir", dijo con un tono seco. La recepcionista, ocupada con sus papeles, asintió en silencio.

Cuando llegó a la puerta de Cassimir, tocó suavemente antes de escuchar su voz al otro lado y abrir con decisión.

Cassimir, concentrado en los papeles, ni siquiera levantó la cabeza hasta que Luke estuvo de pie frente a él.

“Veo que ya estás mejor. Me alegro. ¿Has encontrado algo?”

“Sí. “Tengo al culpable de la masacre del puerto abandonado”.

La mano de Cassimir se detuvo en mitad de una frase. Dejó la pluma sobre la mesa y lo miró con una mezcla de incredulidad y urgencia.

“Soy todo oídos”.

Luke le explicó con calma, aunque sus palabras eran un torrente contenido. Desde el enviado que había dado el mensaje hasta lo que imaginaba que había ocurrido en el muelle abandonado. Después, compartió las dudas que aún lo roían por dentro.

Cassimir, atónito, se quedó en silencio unos segundos, procesando la información como si sus pensamientos se atascaran en cada frase.

“¿Por qué no nos ha llegado esa información?”, dijo al fin, con una voz que sonaba tan cansada como sorprendida. “Aunque los dos murieran, el mensajero debería habernos informado. "¿Qué ha pasado aquí?”

Las mismas preguntas que rondaban la cabeza de Luke parecían ahora palabras en la boca de Cassimir: ¿por qué arriesgarse a rescatar a un rehén cuando, según lo que le sabía, tantas veces antes los había abandonado? ¿Por qué exponerse caminando entre las calles a plena vista?

Mientras Cassimir se sumía en sus pensamientos, Luke aprovechó el silencio para hablar con calma, sin alzar la voz.

“Ahora que conocemos al culpable… “¿Necesitas que informe a alguien?”

Su tono era el de un hombre que ya había recorrido ese camino muchas veces: resolver un caso publico y luego, casi como un ritual, informar a las partes implicadas mientras otros se encargaban del papeleo y las gestiones finales.

Cassimir, recostado en su silla, con los ojos cerrados como si necesitara protegerse de sus propios pensamientos, dejó escapar un suspiro antes de responder.

“No, esto es más que suficiente. “Yo me encargo”.

Abrió los ojos y lo miró con un brillo que mezclaba gratitud y cansancio.

“A cambio de esta ayuda, te daré por adelantado la mitad de la donación al orfanato. Por ahora, sigue con el segundo caso. Ahora que sabemos sobre el causante de la masacre, usa esa pista para resolver si el demonio esmeralda tiene algo que ver con lo que pasó en el almacén. Muchas gracias.”

Luke asintió despacio con serenidad.

“A ti”, murmuró con una voz leve. Y sin añadir nada más, se dio la vuelta y salió, cerrando la puerta tras de sí con suavidad.

Mientras salía del ayuntamiento, todavía sentía un nudo en la garganta. Había resuelto el caso, sí, pero en su mente las preguntas giraban como las agujas de un reloj roto: ¿Por qué fue a rescatar a un tripulante? Eso no debería ser propio del Demonio Esmeralda. ¿Por qué volvió a la vista de todo el mundo? ¿Qué habrá pasado con el mensajero que enviaron los dos Argantha decapitados?

Con sus pensamientos como única compañía, Luke salió del edificio y caminó sin prisa. Cada paso lo llevaba más lejos de las paredes del ayuntamiento. Sin darse cuenta, sus pies lo guiaron hasta el puerto.

El olor a sal y el crujir de las maderas bajo sus zapatos lo envolvieron. Cerró los ojos un segundo y dejó que el aire marino lo llenara. Cuando volvió a abrirlos, su mirada se posó en los barcos que dormían en la orilla. Entre todos ellos, tres destacaban: barcos sin bandera.

...

En mitad del mar, bajo el sol que hacía brillar el claro color del Dragón Blanco, Gehrman se encontraba atado con cuerdas, dejando solo sus piernas y cabeza libres. Estaba de pie, con un equilibrio precario, sobre la barandilla lateral del barco.

Aphyrius lo observaba desde atrás, con el ceño fruncido y el rostro tallado en piedra. Ignoraba deliberadamente a los demás miembros de la tripulación, ocupados en sus tareas, pero con la vista clavada en ellos.

“Capitán, de verdad, te lo juro, ya he aprendido la lección”, suplicó Gehrman, mirando el mar que se extendía bajo sus pies.

“Por supuesto que aprenderás la lección después de esto”, respondió Aphyrius, con la voz grave y sin apartar la mirada.

Ante la atenta mirada de toda la tripulación, Aphyrius alzó una mano y la apoyó en el hombro de Gehrman, que temblaba bajo la cuerda que lo inmovilizaba. Con un gesto seco, lo empujó hacia el agua.

Gehrman soltó un agudo y nada heroico “¡haaaa!” mientras el mundo se volcaba a su alrededor. La cuerda, bien sujeta a uno de los mástiles, se tensó con un tirón que lo hizo rebotar, quedando colgando boca abajo a tres metros del agua, balanceándose como un pez atrapado en el anzuelo.

“¡Mierda, joder! ¡Capitán, de verdad! “¡Súbeme! ¡No volveré a acercarme a un maldito Argantha, lo juro! ¡Lo juroooooo!”

Sus gritos, agudos y desordenados, se mezclaban con el rugido de las olas, provocando risas y carcajadas a lo largo de la cubierta. Algunas más discretas, otras más descaradas, pero todas a costa de su humillación.

Aphyrius, sin más que añadir, se dio la vuelta y caminó hacia su camarote.

“¿Cuándo lo subo?”, preguntó Nina, que esperaba junto a la barandilla, con una botella de licor bien sujeta en sus brazos.

Aphyrius, sin siquiera girarse, se detuvo un segundo a pensar.

“Yo te aviso… cuando sienta lástima por él.”

Con la respuesta lanzada al aire, entró al camarote y cerró la puerta tras de sí. Dentro, Fhyl lo esperaba de pie y en silencio. Su largo cabello del color de la hierba se deslizaba sobre su hombro, y sus ojos, sin pupilas, de igual color.

En la cubierta, Gehrman se balanceaba imponente cerca del agua, su reflejo desfigurado en las olas. Entre risas fuertes y descaradas, una voz claramente conocida se alzó sobre él.

“¡Mierda! "¡¿Qué quieres ahora?!” gritó Gehrman, incapaz de ver a Kerrin.

Kerrin, con la risa casi ahogándola, lo observó desde la barandilla, los brazos cruzados sobre el pecho.

“¿Qué tal se está ahí abajo? “¿Se está tan a gusto como para hacer metamorfosis?”, preguntó, mientras su risa desordenada le temblaba en la garganta.

Gehrman, que podía soportar las burlas de todos menos las de Kerrin, se encendió al instante. Comenzó a balancearse con más fuerza, como si pudiera soltarse a fuerza de pura rabia.

“¡Puta! “¡Espera que te pille, estás muerta, malnacida!”

Kerrin, ante aquel grito, solo pudo reír aún más fuerte, doblada por la risa, con las lágrimas asomando a sus ojos.

FIN DEL ACTO 1: EL PUERTO FARNE