Tras un largo tiempo de incertidumbre, la voz de Adaia, atenuada por la madera, sonó a través de la puerta:
"Soy Adaia, ¿estáis todas bien? Ya ha pasado el susto. "Por favor, subid a la cubierta lo más pronto posible".
Tras lo dicho, inmediatamente sonó otra puerta y se oyó a Adaia repetir la misma frase.
Tras una larga negociación, Yanela y Lia convencieron a Hazel, Luna y Marc de que volvieran a dormir antes de subir a la cubierta.
Allí, Jules, aun con rastros de sudor en su ropa, pero con su rubio cabello nuevamente peinado y cuidado, esperaba junto a los pocos pasajeros que transportaba el barco: una familia de tres con un bebé en los brazos de la madre, un grupo de jóvenes adultos y un hombre que fácilmente podría confundirse con un vagabundo. No había señal del hombre que temblaba y rezaba.
Los cuerpos y la sangre habían desaparecido, pero con la falta de caos, los detalles de cómo la madera había sido rota, desgastada, cortada y quemada podían apreciarse.
Lia miró nuevamente hacia el puesto de vigía, pero estaba vacío, lo que volvió a hacer que la escena de la persona desapareciendo se repitiera en su mente.
Ante el llamado de Yanela, que ya estaba junto a los pasajeros, Lia bajó la mirada y se acercó.
Jules, en el centro, todavía tenía rastros de sudor en la ropa por lo recién ocurrido, pero su pelo, nuevamente peinado y cuidado, no daba pistas de lo que había sucedido.
"Lamento el susto de esta noche. Lamentablemente, hemos sido atacados y nos ha tocado defendernos".
En el momento en que Jules se sinceró, los pocos pasajeros —excepto Yanela y Lia— se sorprendieron y abrieron sus ojos, demostrando que, pese al jaleo, se habían encerrado en su habitación, asustados.
"La situación ahora mismo es complicada. La mayoría de mis hombres están heridos, así que, como caso excepcional, y dado que solo queda un día de viaje, tengo una petición: a cambio de dejar de deber la mitad del pago, podéis ayudar en los trabajos del barco. Por supuesto, es opcional, pero en caso contrario se deberá pagar todavía la mitad del importe".
Tras una pequeña pausa para pensárselo, de los pasajeros solo el aparente vagabundo decidió aceptar, dejando al resto que prefirió descansar y pagar.
Una vez se fueron los que rechazaron el trato, de nuevo a sus camarotes, Jules les pidió a Lia y Yanela que ayudaran a Adaia —a quien ya conocían— a cuidar a los heridos. Al vagabundo lo dejó ayudando a otros dos a arreglar la cubierta del barco.
Guiadas por Adaia, que afortunadamente resultó ilesa, las dos acabaron en el almacén, el cual se había convertido en una improvisada enfermería. En esta, seis tripulantes se encontraban heridos. La mayoría solo necesitaba vendajes o inmovilizar alguna extremidad, mientras que uno, desmayado sobre una tela blanca, dejaba ver cómo le faltaba medio antebrazo que, pese a estar fuertemente vendado, todavía dejaba gotear su oscura y roja sangre sobre la tela.
Manteniendo la calma, Yanela miró inmediatamente a Adaia con entusiasmo.
"¿En qué necesitas que ayude?" —preguntó, demostrando estar inmediatamente lista para ayudar.
Tras un largo trabajo y esfuerzo durante la noche, Adaia, Lia, Yanela y un joven tripulante lograron dejar a todos en un estado en el que, por lo menos, la pérdida de sangre y las infecciones no fuesen un riesgo.
Durante el resto del siguiente día, dejaron que Hazel y Luna ayudaran a Yanela a elaborar la comida de todos, mientras Marc echaba una pequeña mano a los tripulantes, llevando maderos y materiales para arreglar los daños del barco. Lia, por su parte, se quedó de guardia con los heridos, ya que su pierna no le permitía moverse demasiado.
Antes de darse cuenta, el siguiente puerto se dejó ver ante el infinito y cristalino mar que los rodeaba.
Cuando finalmente llegaron, justamente estaba comenzando a atardecer, bañando al puerto con su anaranjado resplandor. Este estaba claramente más pequeño que Farne; mantenía su mismo estilo arquitectónico basado en madera y casas bajas y unidas por la misma pared mohosa por la humedad de la costa. El trabajo para atracar el barco fue indudablemente rápido, dejando claro las ganas que todos tenían de pisar tierra.
Como una estampida, todos los pasajeros bajaron del barco hacia el muelle, a excepción de Lia, Yanela y los pequeños, quienes no pudieron bajar hasta que Jules y Adaia terminaron de agradecerles.
Cuando finalmente Lia puso su pierna sana sobre tierra, su cuerpo se llenó de alegría y la tensión acumulada fue llevada por el viento salino del muelle. Finalmente estaba fuera de Farne. Aunque fuese una isla vecina y solo el primer paso en su huida, también era el más importante.
"Hemos llegado".
Aun en su estado de alegría y esperanza, Lia reaccionó hacia la voz, solo para ver a Yanela, que, sonriente y agachada, miraba a Hazel y a Luna de frente mientras estaban bien sujetas a sus manos.
"¿Qué vas a hacer ahora?" —preguntó Lia, conmovida por la escena.
"No lo sé... Buscaré algún trabajo para poder pagar un techo. "Quién sabe, a lo mejor en un futuro podemos tener nuestra propia casa". —respondió sonriendo, claramente esperanzada. "¿Y tú qué harás?"
Lia no pudo evitar contagiarse de la esperanza por el futuro de Yanela, provocando que esbozara también una bonita sonrisa y sujetara la mano de su pequeño hermano.
"Buscaremos formas de ir de puerto en puerto hasta alejarnos aún más de Farne".
Yanela, feliz de escucharla también feliz, se levantó y se acercó a ella, dándole un fuerte abrazo.
"Muchas gracias, Lia. Te deseamos mucha suerte en tu viaje. Espero que algún día nos volvamos a encontrar... eso sí, en una situación mucho mejor".
Cuando ambas terminaron de abrazarse, Lia, sin duda alguna, sacó una pequeña bolsa de la que sacó tres florines de plata.
"Se que no es mucho, pero ya que me lo he ahorrado, ten, quédatelo. Te ayudará a asentarte y a tener un techo donde dormir mientras encuentras algún trabajo".
Yanela, dudosa, tardó unos segundos en aceptar el dinero, que realmente le venía bien.
"Gracias, Lia. De verdad, muchas gracias por todo." —agradeció, más sonriente que antes.
Como tarde o temprano tenía que pasar, Yanela, Hazel y Luna se despidieron de ellos, perdiéndose entre las calles del puerto iluminado por el atardecer.
Lia y Marc, por su parte, aprovecharon que todavía podían permitirse un viaje antes de necesitar buscar una forma de ganar dinero y buscaron algún barco mercante que los llevase a un puerto más lejano.
...
En mitad del mar, aún a muchos kilómetros de llegar finalmente hasta su objetivo —las costas tranquilas de Anzu, donde la guerra civil y el control de la zona sur de los Kan-Os no habían llegado—, la luna llena brillaba con fuerza a través de la ventana del camarote 16.
Gehrman, con los ojos bien rojos y abiertos, daba la correcta sensación de alguien que no había logrado pegar ojo durante un par de días.
Los movimientos y quejas restantes solo le dificultaban vaciar su mente de la ya de por sí constante y lenta escena de él apuñalando el cuello de aquel hombre.
Cada vez que cerraba los ojos, no solo recordaba la escena: sentía el dolor en el cuerpo y la viscosidad de la sangre sobre sus manos y ropa, como si reviviera por segunda vez ese momento.
Hasta el sonido del viento y las olas le resultaban estresantes. Incómodo y al límite, se cansó de estar aburrido en la cama y se forzó a levantarse, pese al claro cansancio y su urgente necesidad de dormir.
La cubierta, oscura y tenuemente iluminada por las estrellas, dejaba viajar al viento sin impedimentos. Gehrman, directo hacia su objetivo, se acercó al borde izquierdo del barco —el derecho ya se había vuelto prohibido para él— para apoyarse y mirar hacia el infinito mar, deseando que, tras un rato, simplemente le entrara sueño y durmiese.
Mientras observaba el infinito y oscuro mar, una suave caricia y una voz cálida resonaron desde su lado.
"¿No puedes dormir?"
Sin siquiera girar la cabeza —pues conocía esa voz de memoria— alzó la vista hacia la luna llena.
"Ya son tres días sin dormir... Estoy en mi límite..."
Cansado, después de contestar cerró los ojos, pero al sentir en su mano el frío cristal de aquel momento, rápidamente los abrió.
Tras un largo silencio, acompañado por la respiración y el mutismo de Fhyl, Gehrman bajó la mirada hacia sus manos —manchadas solo ante sus ojos—.
"Pensaba que no me afectaría tanto. He robado a demasiada gente, he visto a los nuestros cometer decenas de asesinatos durante los asaltos... a saber cuántas vidas he destruido con mis actos egoístas... y todo eso sin sentir la mínima culpa. Pero ahora no puedo dejar de ver ese momento, escucharlo... sentirlo... cada vez que cierro los ojos. Al principio logré pensar que ya estaba hecho, que lo había superado, pero en cuanto dejé de estar tan cansado como para que mi mente no pudiese pensar antes de dormir, no he podido cerrarlos sin recordar aquello..."
Con una voz rota, pero incapaz de llorar, su mirada cansada se posó sobre Fhyl, quien vestía un largo, ligero y sedoso vestido verde pastel —a juego con su cabello largo del color de la hierba y sus ojos sin pupila del mismo tono— bien abiertos hacia su rostro desanimado.
"¿Cómo todos pueden haberlo superado...? "¿Cómo puede mi padre haber superado asesinar a tantos?"
El rostro sereno de Fhyl ante la pregunta de Gehrman se mantuvo inamovible. Aun así, por alguna razón, dejó de mirarle a él para dirigir la vista al mar.
"Quién sabe si realmente lo han superado".
Al terminar, nuevamente giró su cuello solo para mirar otra vez a Gehrman, con una cálida sonrisa. la cual Gehrman imitó irónicamente.
"¿Algún día vas a darme alguna respuesta directa? "¿No te cansas de ser ambigua siempre?"
"¿Quizás?" respondió, dejando salir una ligera risa armoniosa.
Pese a estar acostumbrado a ese tipo de respuesta, Gehrman no pudo evitar soltar una risa irónica.
"Viendo que estás aquí para perder el tiempo, perdámoslo con alguna conversación interesante. Dime, "¿qué edad tienes?"
"¿No te ha enseñado Klema que no debes indagar en la edad de una señorita?", respondió sin mostrar reacción alguna ante la pregunta.
Como si nunca hubiese estado desanimado, Gehrman se estiró sin cuidado, añadiendo un ruidoso bostezo a la escena. Inmediatamente después apoyó el antebrazo en el borde y giró su cuerpo entero hacia Fhyl con una sonrisa pícara y una voz engreída.
"¿Señorita? No has crecido un minuto durante los siete años que he crecido yo. A veces, de verdad me imagino que tienes cientos de años."
La respuesta arrogante de Gehrman no logró alterar a Fhyl, quien estiró un brazo, se sujetó el dedo corazón con el pulgar y le golpeó la frente con suavidad.
"No tengo cientos de años aleducado, no soy tan vieja", recriminó, devolviéndole a Gehrman su tono engreído.
"No tengo cientos de años, maleducado. "No soy tan vieja", recriminó, devolviéndole a Gehrman su tono engreído.
"¿Ah, sí? "Entonces dime, vieja, ¿qué edad tienes?", insistió sin ceder ante el ligero golpe en broma.
"Mmmmm... ¿Déjame pensarlo...? Dejémoslo en que soy un poquito más joven que tu padre".
La respuesta impactó a Gehrman, quien realmente esperaba algo como “200 años” o “500 años”. ¿Pero menos de 100? ¿Más joven que su padre? Su padre estaba en sus 46 finales... y ella decía ser más joven.
"No mientas", respondió, creyendo sinceramente que era una broma.
"¿Alguna vez te he mentido?"
"No... Espera, ¿realmente tienes menos de 50? ¿Cómo haces para no haber envejecido nada? "¿Cuál es tu secreto?"
Tras un corto silencio, Fhyl finalmente dejó salir una segunda risa, esta vez más genuina.
"Supongo que es de las pocas cosas buenas de mi estado."
Gehrman, quien por milésima vez lograba sacarle de la boca esa vaga alusión a lo que ella solo llamaba "su estado", ya tenía una idea: se refería a su ceguera, a sus habilidades como vidente... pero más allá de eso, jamás logró que revelara nada, ni la más mínima información.
"¿Y cuáles son las cosas malas?"
Manteniendo su sonrisa cálida, Fhyl se detuvo un momento, apartó la mirada de Gehrman y comenzó a caminar en dirección a su habitación.
"En mi caso... no poder volver a mi hogar, y necesitar estar ligada a alguien durante toda mi vida", dejó caer al aire, como un ligero susurro, antes de desaparecer tras la puerta sin mirar atrás.
Solo de nuevo en la cubierta, su mente comenzó a dar vueltas sobre la frase. Sintiendo que aún era incapaz de dormir, Gehrman devolvió su mirada al oscuro e infinito mar.
"Ceguera, incapacidad de envejecer, poderes de vidente, no poder volver a su hogar y necesitar estar ligada a alguien de por vida... Esto de su estado... ¿Es una maldición?"