Capítulo 22: Puerto Nomaris

Tras una larga semana en la que Gehrman apenas sobrevivió gracias a cortas siestas inesperadas, el Dragón Blanco —con tanto jaleo como siempre— finalmente logró llegar sin inconvenientes al puerto de Nomaris, durante la mañana, este se encontraba en la isla más occidental del territorio del Mar Medio, fronteriza con Anzu. Un amplio puerto dedicado exclusivamente a los trabajos del mar, pues el pueblo más cercano se encontraba en Numaris, la isla hermana, a dos kilómetros de allí.

Gracias a la Ley de Privacidad Marítima, solo necesitaron pagar el precio para entrar al muelle y así poder atracar, descansar del viaje y vender lo robado durante los dos asaltos a barcos mercantes que llevaron a cabo durante el trayecto.

El muelle, mucho más grande incluso que el de Farne, estaba lleno de enormes embarcaciones, dejando al Dragón Blanco fuera siquiera del grupo de los diez barcos más grandes del lugar.

Con la ayuda de todos, el Dragón Blanco atracó sin problema alguno, al igual que Nina, quien como siempre hizo alarde de su fuerza al plantar la pasarela para bajar del barco.

Como era costumbre, el capitán Aphyrius dio su charla antes del desembarco, estableciendo que partirían hacia el interior nuevamente en dos días.

Gehrman, destrozado por el sueño, solo observó cómo algunos se bajaban del barco con más prisa que otros antes de regresar a su camarote, buscando milagrosamente lograr dormir.

Con un brazo tapando sus ojos por el molesto sol, cerró sus pesados, secos y rojos ojos solo para ver nuevamente aquella escena: la sangre expandiéndose, el sonido entrecortado de su respiración, el olor a vela fundida... Incapaz de soportarlo, abrió los ojos y se sentó, soltando un largo suspiro de sufrimiento.

Su mirada, fija en el vacío, se cerraba y abría debido al cansancio, pero aun así, sintiéndose incapaz de dormir por voluntad propia, solo el sonido de su estómago hambriento logró sacarlo del trance. Sin pensarlo demasiado, se levantó lentamente y volvió a la cubierta.

Allí todavía quedaban algunos terminando tareas de mantenimiento. Los que se percataban de su paso lo miraban con lástima. Ya le habían dicho cómo lucía: demacrado, ojeroso, vacío. Gehrman no tuvo pudor alguno en ser sincero con lo que causaba su insomnio. Algunos intentaron ayudarlo con mezclas de hierbas o contándole sus propias historias sobre las vidas que habían arrancado como piratas, pero nada logró aliviarlo.

Cruzó junto a Nina, quien dormía profundamente junto a su botella de licor, bien sujeta bajo el brazo.

La arquitectura de la zona comercial del muelle, basada principalmente en ladrillo, dejaba diferenciar claramente los edificios más ricos de los más pobres por si estaban pintados o no. La humedad salina, presente en todos los puertos, también causaba estragos aquí, oxidando farolas y carteles por igual.

Tras un corto paseo, Gehrman entró en el primer bar que encontró sin siquiera mirar el nombre o analizar a la gente en su interior, como solía hacer.

El lugar resultó ser relativamente silencioso y vacío, dejando como más ruidosos a dos grupos de pescadores borrachos que jugaban a las cartas al fondo, opacando cualquier otro sonido, incluidos los de tres individuos solitarios que comían en silencio.

Al sentarse en la silla desgastada por la humedad de una de las muchas mesas vacías, Gehrman esperó pacientemente a que la camarera tomara su orden. Como desconocía los platos, simplemente señaló el pescado que ya tenía medio terminado uno de los hombres solitarios y pidió uno igual.

La larga espera realmente valió la pena cuando plantaron frente a él medio lenguado asado al vapor, acompañado de medio tomate trinchado con aceite y vinagre, y una ramita de romero para decorar.

El olor, cálido y profundo, hizo que Gehrman salivara de inmediato, incontrolablemente. Su hambre, claramente potenciada por el cansancio acumulado, lo llevó a atacar el plato como un cazador sobre su presa.

El sabor delicado y la firmeza de la carne resultaban agradables al paladar, y solo dejaban una mínima sensación de sequedad que desaparecía por completo con la acidez fresca del tomate.

Antes de darse cuenta, ya había terminado. Con el estómago saciado, y de alguna manera con el alma en calma, se estiró contra la silla y bostezó, dejando que su cuerpo por fin se relajara. Poco a poco, el sonido de los borrachos jugando a las cartas se desvanecía, como si una pared de agua lo separara de ellos.

"¿Qué ha pasado...?" susurró Gehrman al aire, alzando lentamente la cabeza apoyada en sus brazos.

"¿Me he dormido...? ¡Me he dormido!"

Sobresaltado, cualquier rastro de pesadez desapareció de inmediato. Se palpó el cuerpo rápidamente en busca de sus objetos. Por suerte, todo estaba intacto.

"Menos mal... no me han robado."

Sorprendido por un nuevo sueño inesperado, miró a su alrededor. Todo estaba igual: la misma escena, la misma luz, incluso su plato seguía ahí. Solo había pasado un par de minutos.

Desanimado por descubrir que ni siquiera había logrado dormir más de dos minutos, pagó el plato y salió del bar con paso arrastrado.

Sin saber muy bien qué hacer, decidió vagar por el lugar. Los bostezos eran constantes, las miradas sobre su rostro ojeroso también. Sus pasos, lentos por el peso del sueño, solo hacían más difícil llegar a algún sitio. Tras media hora de lenta y monótona caminata, Gehrman acabó frente a una playa de rocas y arena, poco concurrida para la hora que era.

Sin más intención que perder el tiempo, caminó por la orilla ignorando a los niños que corrían y reían a su alrededor y esquivando las altas rocas que brotaban de la arena como pequeñas montañas de hasta un metro de alto. Al llegar frente al mar, su mirada se detuvo en un espacio cruzando dos rocas sujetas por una cuerda bien tensa, donde bajo una piedra curva que formaba una sombra perfecta: lo justo para cubrir su rostro del sol.

Viéndolo como una bendición, Gehrman no dudó en saltar la cuerda y acostarse bajo esta roca que cubría con su sombra el rostro de German, dejando su cuerpo sentir el calor directo del sol atenuado por el viento suave, con la comodidad de que la luz no fuese directamente a sus ojos.

La paz. La tranquilidad. El momento era casi de ensueño.

Aun así, cada vez que Gehrman intentaba cerrar los ojos, los abría de inmediato, reviviendo en sus párpados la misma escena de siempre. Así pasó un tiempo incierto. Eventualmente, desistió. Ya no intentó dormir. Solo se quedó allí con su brazo cubriendole los ojos, en silencio, permitiéndose al menos disfrutar del momento. 

Gehrman, ya envuelto en un estado de tranquilidad y paz ante el mundo, finalmente había logrado volver a disfrutar el sonido del romper de las olas y el viento, cuando una aguda y melódica voz sonó sobre él.

"Perdona, estás en mi sitio."

Sintiéndose más molesto por el hecho de que lo sacaran de ese hermoso trance —en el que hasta había olvidado que tenía sueño— que por la sorpresa, separó su brazo de los ojos, dejando que la luz le alcanzara.

Sobre él, encorvada para mirarlo directamente y sonriendo con curiosidad, había una joven de la misma edad que Kerrin. Vestida con un caro y elegante vestido dorado que sujetaba sus hombros y cintura con flores blancas bordadas, su cabello, de un color medio entre el castaño y el pelirrojo, caía como cascada hasta la mitad de su espalda, dejando lucir sin impedimentos una belleza más nacida de la juventud que de unos rasgos armoniosos.

Gehrman quiso ser el primero en hablar, pero fue interrumpido antes siquiera de abrir la boca.

"Verás, este es mi sitio. "¿Te importaría devolvérmelo?" Su pregunta, formulada con una voz aguda aun para su edad, no sonaba arrogante ni orgullosa, sino más bien a una inocente petición que encajaba con su sonrisa natural.

Gehrman, encontrando extraña la pregunta, no dudó en identificarla como una rica caprichosa, lo que provocó que no tuviera pudor en acostarse de lado para darle la espalda.

"La playa no es de nadie. "Búscate otro sitio", respondió arrogantemente, dentro de lo que su voz cansada le permitía.

Sorprendida, más porque la ignorara que por su tono de voz, la joven no pudo evitar inflar sus mejillas formando un puchero, solo para rápidamente darse cuenta y obligarse a respirar para calmarse.

"Realmente sí. "Esta parte de la playa sí es mía", respondió con el mismo tono armonioso que antes.

Aun tratándola como una mentirosa y con intención de ignorarla, Gehrman se sentó y miró a su alrededor, solo para percatarse de que la cuerda que había saltado realmente estaba unida a varias piedras colocadas en línea recta, las cuales terminaban junto a una escalera que conectaba con el jardín de una gran mansión. Extrañado, giró su cabeza hacia el otro lado para ver una segunda línea de piedras sujetas por otra cuerda que terminaba también al pie de la escalera.

Aceptando que, realmente, esa parte de la playa pertenecía a la mansión, y sin necesidad de dudar de que la joven vivía allí —principalmente por sus ropas—, no tardó en comenzar a levantarse con la intención de no buscar problemas, menos aún en su estado.

"Espera", lo detuvo a mitad de movimiento.

"Puedes quedarte. Mientras me dejes un hueco, no me importa... Sé compartir, ¿sabes?"

Sin saber por qué había querido resaltar lo último, pero sabiendo que le había gustado demasiado ese sitio, Gehrman no dudó un segundo en volver a acostarse, esta vez más pegado a la piedra, dejando un hueco para ella.

Ella, tras mirar apenas un segundo el espacio libre en la sombra, se sentó cruzando sus pies descalzos, mirando a Gehrman e ignorando la arena que manchaba su vestido.

"¿Cómo te llamas?", preguntó con su aguda y melódica voz.

Gehrman no pudo evitar soltar un ligero gruñido de queja antes de responder secamente, demostrando su nulo interés en iniciar una conversación.

"No te interesa."

Ignorando su tono y satisfecha con que al menos respondiera, la joven mantuvo su tono alegre.

"Soy Alizée, y sí me interesa. "Dime cómo te llamas, allanador de playas".

Un nuevo quejido salió de Gehrman ante la insistencia animada.

"Gehrman. "¿Contenta? Ahora déjame descansar", siguió siendo cortante.

"Dormir ahora? "Ya es tarde como para ello", continuó, ignorando por completo la desgana de Gehrman.

"Llevo muchos días sin dormir", respondió aún con tono seco, pero más cansado que molesto.

"¡¿Muchos días?! Wow... Bueno, a ver... Se te nota. "¿Tienes insomnio?", preguntó, esta vez uniendo a su aguda voz un tono de sincera sorpresa.

"Sí..."

"¿Alguna idea de por qué tienes insomnio?"

"Sí..."

"¿Por qué?"

Tras un largo silencio, respondió con una voz cansada y nada cortante:

"No quieres saberlo."

"Sí quiero".

"Créeme, no quieres", insistió.

Aún manteniéndose firme, Alizée trató de seguir insistiendo, pero fue cortada antes de poder terminar.

"Créeme, sí qu..."

Antes de que pudiera decir más, Gehrman volvió a quitarse el brazo de los ojos secos y la miró directamente.

"No insistas. Estoy a gusto y no quiero irme".

Alegre no solo por el hecho de que ya no la estaba respondiendo con la misma desgana, sino que ahora también la estaba mirando, sonrió con naturalidad.

"Bueno... no insisto más", aceptó sin demasiado problema.

Sin taparse esta vez los ojos, Gehrman, con un suave "gracias", comenzó a mirar a las aves que volaban por el cielo.

Tras unos cortos segundos en los que el viento, las aves y el mar tocaron una melodía de primera categoría, Alizée volvió a hacer sonar su aguda voz.

"Una última pregunta: si te ayudo a dormir, cuando despiertes, ¿puedes hablar más animadamente conmigo?"

Gehrman, sintiéndose por alguna razón más a gusto, tranquilo y en paz, respondió sin darse cuenta:

"Si consigues que duerma, yo mismo me ofrezco a hablar contigo durante todo el tiempo que esté en la isla. "Te cuento toda mi vida, si es necesario", dijo completamente en serio.

"Entonces daré mi mejor esfuerzo", respondió ella junto con una ligera risa. "Por favor, dame la espalda."

Extrañado y sintiendo que sería otra pérdida de tiempo, Gehrman, todavía con una mínima esperanza, cedió y le dio otra vez la espalda.

"Voy a empezar. "Prohibido reírte, ¿queda claro?", insistió, nuevamente en un tono más de petición que de orden.

Al momento en que Gehrman respondió con un nuevo y cansado "sí...", sintió sobre su espalda unas medianamente largas y bien cuidadas uñas que, suave y lentamente, comenzaron a moverse de arriba abajo.

Rápidamente, el cosquilleo, tenuemente atenuado por su camisa castaña, seguía siendo agradable —incluso casi adictivo—. Este se extendió por toda su espalda, provocando que, pese a lo inesperado, lo disfrutara y dejara que continuara.

Envuelto en la tranquilidad del lugar y el cosquilleo en su espalda, dejó que sus pesados ojos se cerraran. Aun así, sentía que no podía dormir, cuando el sonido de las olas fue sobrepasado por el suave canto de una aguda y dulce voz.

La canción —indiscutiblemente una nana de cuna— resultaba hermosa, unida a la sorprendentemente buena voz de Alizée, logrando calmar aún más a Gehrman.

Con sus ojos cerrados y su mente concentrada en el cosquilleo y la hermosa voz de Alizée, logró finalmente ver el vacío oscuro de sus párpados, el cual casi había olvidado. Sin más impedimentos mentales, su cuerpo, destrozado por la falta de sueño, pudo ceder al fin... y descansar.