Mientras las brillantes estrellas inundaban el cielo, gracias a la casi inexistente luz nocturna en la playa, los ojos de Gehrman se abrieron lentamente. Los antes rojos, ardientes y vacíos ojos nuevamente se sentían vivos, limpios y profundos.
Su rostro, todavía con ojeras, ya no se sentía tan pálido y enfermo, sino más bien el de alguien que ha tenido una mala noche.
Su mente, enfocada en el hecho de que ya era de noche, desencadenó una ilusión aniñada: había dormido, y no solo unos pocos minutos, sino un día completo. Después de tanto tiempo... pudo lograrlo.
Envuelto en la felicidad muda —sin sonido, pero que sí lograba escapar en su rostro—, buscó a Alizée, quien, acostada a su lado, dormía en paz. Su postura, claramente antinatural y poco elegante, provocó que Gehrman se forzara a aguantar la risa.
Su rostro, antes visto por Gehrman como uno joven y no muy destacable, ahora brillaba como el de un ángel ante sus ojos.
Junto a sus pies, en algún momento, había sido extendida sobre la arena una tela cuadrada de tono rosado, sobre la que reposaba un pequeño canasto de fibras vegetales con algo de comida: un ligero bocadillo con un poco de embutido y aceite, con un claro mordisco en uno de sus lados; dos ya frías magdalenas; y una pequeña botella de cristal llena de un líquido de un color intermedio entre el blanco y el transparente. Había también algunas migas de pan, dos pequeños papeles arrugados sobre sí mismos y una botella vacía.
Ante esta agradable sorpresa, Gehrman devolvió su mirada hacia Alizée con una sonrisa natural.
"Gracias".
Inmediatamente después, sintiendo el hambre de un recién despertado, disfrutó de la comida y de la bebida —que resultó ser agua de coco—. Luego se acostó de nuevo junto a ella, lo suficientemente cerca para sentir su respiración. Y, observando su rostro tranquilo por el sueño, cerró los ojos, donde, en vez de revivir aquel momento, ahora sentía el cosquilleo agradable en su espalda y oía el recuerdo de la dulce nana, hermosamente cantada por Alizée, hasta nuevamente dormirse.
...
Poco tiempo después de que Gehrman se durmiera por segunda vez, fue Alizée quien abrió esta vez los ojos, solo para fijarse en que Gehrman no solo estaba mucho más cerca, sino lo suficientemente cerca como para sentir su respiración lenta, mirando en su dirección. Anonadada por la situación, no reaccionó hasta que, como una reacción retardada, sintió la oscuridad del lugar, y al confirmarlo con su visión periférica, se percató de que ya era de noche.
Sobresaltada, se levantó con prisa y se sacudió, en la medida de lo posible, la arena de la ropa antes de acercarse al canasto, donde ya no quedaba la comida, solo los restos. Ante esto, sus ojos castaños, que hasta entonces se movían con prisa, se llenaron de un suave brillo.
"Se lo ha comido", se dijo a sí misma, claramente ilusionada.
Alegre por ello, pero volviendo en sí, metió la tela llena de arena dentro del canasto y se marchó corriendo hacia la mansión.
Con la escalera ya subida y segura sobre el mármol limpio, se sacudió los pies y se colocó unos zapatos elegantes que combinaban con las flores de su vestido, los cuales había dejado junto a una maceta llena de girasoles y entro dentro de la mansion a traves de una ventana abierta.
La habitación, decorada con tonos grises y amarillos mates, otorgaba una sensación de seriedad y riqueza extraordinarias al ambiente. Sin prestar la más mínima atención a la aburrida habitación de invitados, Alizée no dudó un segundo en salir de allí y caminar hacia el amplio salón.
Poco a poco, el rostro animado de Alizée se volvía más serio conforme el salón se mostraba frente a ella. Allí, la habitación—decorada aún más lujosamente que el dormitorio, pero con los mismos tonos—estaba extrañamente vacía, incluso sin los sirvientes. Esto hizo que se fijara en la puerta decorada al estilo barroco que destacaba en el centro de la pared, frente a la entrada del salón, notando que dejaba escapar un fino hilo de luz bajo el marco.
"Una reunión... joo", murmuró desilusionada, al no poder estar con su padre.
Decidió entonces ir a la cocina a pedirle a su chef privado, Arlino, que le preparara algo dulce mientras esperaba que terminara la reunión.
Pero en el mismo instante en que ese pensamiento pasó por su mente, la puerta densamente decorada se abrió con fuerza. De esta salió su padre, con un cuerpo relleno por la buena vida, el cabello largo recogido en una coleta del mismo color que el de su hija, combinando con sus oscuros ojos castaños. Salió envuelto en sudor.
"¿Papá, todo bien?", preguntó preocupada nada más verle.
Reaccionando inmediatamente por su voz, el rostro de su padre se suavizó en una sonrisa tranquilizadora.
"Sí, cariño. Solo ha sido una reunión un poco tensa, no te preocupes, todo está bien".
"Pensaba preguntarte por dar el paseo, pero supongo que no es buen momento...", dijo desilusionada, entendiendo la situación.
"Lo siento, cariño. Ahora mismo necesito pensar a solas un rato. "Tú descansa, que ya es tarde".
Algo fastidiada por no poder dar su tradicional paseo nocturno por el jardín, hizo caso a su padre y se fue a su habitación. Esta, prácticamente idéntica a la de invitados, solo podía diferenciarse por la gran cantidad de peluches de todo tipo de animales y colores sobre la cama gris.
Sin sueño por su larga siesta y sin nada que hacer, Alizée se acercó a la estantería llena de libros junto a su escritorio y agarró un libro azul. Un vagabundo sobre la arena, y comenzó a leerlo entre peluches, con una sonrisa ilusionada.
…
Dentro del gran salón de la mansión, iluminado por lámparas de gas, el padre de Alizée se encontraba encorvado, sosteniendo la cabeza con ambos brazos.
"No puede ser... No puede ser... ¿cómo se les ocurre...? Joder... tengo que encontrar una manera de solucionar esto..."
Su voz, frustrada y aterrorizada, conjugaba con su rostro, roto por la desesperación y el estrés.
…
Con el cielo ya amanecido, Gehrman—con casi veinticuatro horas de sueño seguidas en su cuerpo—despertó completamente revitalizado sobre la arena, ya sin rastro ni de Alizée ni del canasto sobre la tela.
Sin sorprenderse por ello y sin levantar su cuerpo, aguantó unos minutos con la mente en blanco, disfrutando de sentirse descansado y sin sueño, hasta que una armónica y aguda voz resonó en la playa:
"Veo que ya estás despierto."
Alegre por escuchar esa voz, pero forzándose a no mostrarlo, Gehrman se incorporó lo justo para sentarse y dejarle a ella un hueco bajo la sombra.
"Pensaba que tardarías más. "¿No me habrás estado espiando?", preguntó en broma.
Al procesar la pregunta, Alizée se paralizó un momento; su rostro se sonrojó levemente antes de responder:
"¿¡Yo… espiarte!? Para nada, ha sido casualidad, lo juro".
Gehrman, por alguna razón, sintió una inmensa ternura ante la reacción de Alizée. Aun así, se forzó a mantenerse tranquilo.
"Qué buena casualidad… Bueno, Alizée, ¿quieres hablar?"
Como si las compuertas de una presa llena se hubiesen abierto, Alizée no pudo evitar sentir una genuina ilusión ante la pregunta de Gehrman, pero, igual que él, se esforzó por aparentarlo lo mínimo posible.
"Claro, por eso he venido", respondió mientras se sentaba en el hueco bajo la sombra que Gehrman había dejado para ella.
Alizée, quien ya tenía en su mente una larga lista de preguntas y temas de conversación en los que se sentía cómoda, mantuvo el silencio esperando a que Gehrman comenzara. Pero, al recibir solo silencio, cedió sin demasiado problema.
"¿Qué edad tienes?", preguntó directamente.
Gehrman, manteniendo la mirada hacia el vasto y azulado mar, finalmente fue incapaz de soportarlo más y forzó una mueca de sonrisa.
"Tengo 16. ¿Y tú?"
Ante la respuesta, Alizée no pudo evitar soltar un ligero suspiro de tranquilidad.
"Hace dos meses cumplí los 15…"
Gehrman, quien se quedó más con la acción que con la información, no pudo evitar preguntar:
"¿Y ese suspiro, por qué?"
Con un aumento en el rojo de su rostro, Alizée tardó en decidir qué responder.
"Yo… estaba preocupada de que fueses más… mayor".
Ignorando que no se atrevía a mirarlo, Gehrman solo reaccionó llevándose la mano al rostro, notando su ligera barba joven, sin forma y algo crecida por la falta de cuidado.
"¿Mayor…? ¿Aparento ser más viejo?"
Sin atreverse a mirarlo todavía, Alizée soltó una ligera risa.
"La verdad… parecías un vagabundo."
Recibiendo la respuesta como un balde de agua fría, Gehrman se imaginó su rostro con la descuidada pelusa que llamaba barba, los ojos secos y rojos, y su voz ronca y cansada.
"Sí… supongo que sí parecía un vagabundo. Bueno, me toca preguntar: "Supuestamente en esta isla no vive nadie, ¿cómo es que tú sí vives en la mansión?"
Alizée, quien se había preparado exactamente 22 preguntas, se quedó en silencio ante justamente una que no había planeado. Aun así, por supuesto que conocía la respuesta.
"Pues… resulta que, pese a que esta isla solo se dedica al trabajo, todavía necesita un pequeño grupo político para dirigir y controlar todo. Y, pues, hace medio año mi padre fue elegido como canciller. La mansión es prestada hasta que él se jubile o cambien de canciller, lo cual es un problema, porque no puedo decorarla a mi gusto y tengo que soportar el aburrido gris y amarillo a diario. "¡Ya no lo aguanto más!"
Su respuesta natural dejó fluir su tono junto a la información, haciendo que Gehrman no tuviese tanto problema en escucharla hasta el final.
"¿Entonces vives sola con tus padres?". preguntó Gehrman, sintiendo la escena solitaria.
Siguiendo con el mismo tono liberado de vergüenza y duda, Alizée no tardó nada en responder:
"Sí... Es extraño no tener cerca a gente de tu edad, solo adultos aburridos que hablan de política. Ojalá tener un hermano..., aunque bueno, por lo menos mi padre trata de hacer que no me sienta tan sola. Siempre está conmigo cuando tiene tiempo libre, y por la noche nos damos un largo paseo por el jardín, hablando de cosas filosóficas. A veces es suficiente, otras veces no..."
Imaginándose la situación de Alizée, Gehrman ya no sintió tan extraño aquel acercamiento, aquella curiosidad y la simple petición de quedar para hablar. Seguía sintiéndolo extraño, pero al menos no tanto ante una razón que podía llegar a comprender.
"Me vuelve a tocar", bajó de su mente Alizée a Gehrman con su aguda voz.
"¿Por qué estás aquí en Nomaris?"
Sabiendo que no debía decirle la verdad y sin atreverse tampoco a ello, Gehrman respondió mientras improvisaba:
"Soy un marinero novato, no llevo más de unos meses navegando en un barco mercante. Estoy aquí porque ha dado la casualidad de que tocaba reabastecerse, lo que solo me deja dos días para estar aquí... bueno, ya uno."
"¿Un marinero...? Suena interesante. Dime, ¿es divertido?", respondió inmediatamente.
Imaginando la gran mayoría de sus experiencias como pirata, simplemente no podía decir que fuesen aburridas, pero siguiendo su papel de marinero novato, respondió acorde a ello:
"No, qué va. La mayor parte del tiempo es realmente aburrida y monótona. Y ojalá sea así... La única emoción que encuentras en el mar son los asaltos piratas y las fuertes tormentas."
Desanimada por la respuesta, Alizée dejó caer su tono de voz durante apenas medio segundo antes de devolverle su fuerza natural:
"Ya veo... También me puedo imaginar eso."
Pregunta tras pregunta, ambos se iban soltando, dejando que poco a poco las risas, las bromas y el tono informal se volvieran la norma.
Los minutos se convirtieron en horas, hasta que con cierta desilusión en sus rostros, ambos se despidieron, dejando en claro que se encontrarían durante la noche, al menos para disfrutar una última charla antes de que Gehrman tuviese que partir.
...
Dentro de una gran sala decorada elegantemente con tonos grises y amarillos mates, una gran mesa para cerca de veinte personas descansaba en el centro de esta. Elaborada con el mármol de más alta calidad, regalaba un toque blanco brillante a toda la habitación.
A cada lado, había una persona sentada. A la izquierda, un señor de pelo largo recogido, casi en un punto medio entre el pelirrojo y el castaño, se mantenía encorvado sobre la mesa, escondiendo su cuerpo claramente dado a la buena vida. Observaba nervioso a su invitado, quien, tras una máscara de metal tan roja y oscura como la sangre, cubría su cuerpo con una túnica igual de roja, que ocultaba incluso sus pies.