Con el corazón en la garganta, Kerrin esperó recibir respuesta de Gehrman, pero este, completamente desesperado, siguió golpeando la cadena de la trampilla, ignorando por completo su voz.
Con los puños apretados y una compleja incomodidad reflejada en sus claros ojos ámbar, se forzó a avanzar, pasando junto a los cuerpos degollados sin atreverse a mirarlos.
No era la primera vez que el olor a sangre llegaba a su nariz, ni tampoco la primera que estaba cerca de cuerpos fríos. Pero sí era la primera vez que había tantos a su alrededor. Algunos contra las paredes, otros tirados en el suelo... todos ellos con el mismo rostro de horror y sufrimiento, como si los hubieran obligado a sentir, con plena consciencia, cómo les abrían el cuello.
No se sabía si Gehrman, completamente perdido, ignoraba su presencia o si simplemente era incapaz de percibirla, consumido por su concentración extrema.
Con un paso tembloroso, Kerrin cruzó a través de los cadáveres hasta la segunda habitación, tras la gran puerta densamente decorada.
"¿Gehrman?", preguntó por segunda vez, completamente preocupada por su estado.
Pero Gehrman no reaccionó. Solo siguió golpeando y tirando de la gruesa cadena de la trampilla.
Paso tras paso, Kerrin se acercó a él, su mente centrada en una sola preocupación: Gehrman.
Cuando finalmente llegó a la mesa, se agachó y lo observó luchar con la cadena como si su vida dependiera de ello. Sus manos, ya sangrando por los golpes y tirones, no cesaban. Seguían luchando con todo.
Con el brazo temblando por el nerviosismo, Kerrin tocó su hombro.
En un instante, tras sentir el contacto, Gehrman se detuvo de inmediato y giró el cuello con un rápido y peligroso movimiento hacia ella. Sus ojos, envueltos por una densa niebla grisácea que cubría incluso el blanco de las córneas, eran tan opacos como la noche misma.
Kerrin, asustada, retiró la mano y se alejó un paso. Gehrman, como si hubiese olvidado su mortal enemiga, la cadena, gateó fuera de la mesa y se puso en pie.
Sus ojos nublados la miraban fijamente, con una frialdad que parecía no reconocerla.
"Ge... Gehrman... ¿Qué ha pasado?, ¿estás bien? Tartamudeó, inquieta ante esa mirada que parecía atravesarla.
Gehrman no respondió. Solo mantuvo su mirada fija. No pestañeaba.
Y de pronto, forzó las piernas hacia ella.
"Ha... aaaaah..."
Su grito, tan ahogado como el de un mudo, hizo que la piel ya erizada de Kerrin se encogiera aún más.
Sorprendida por el repentino ataque, Kerrin dudó medio segundo, pero gracias a la distancia aún pudo reaccionar. Con una facilidad nacida de la práctica, aprovechó su impulso para sujetarlo y forzarlo a caer al suelo.
Claramente consciente por experiencias pasadas de que no tenía la fuerza suficiente para enfrentarse a él, decidió hacer lo que siempre le aventajaba.
Sin darle tiempo a soltarse, dejó caer su peso sobre su espalda, inmovilizándolo por completo.
Su respiración entrecortada, fruto del breve pero intenso segundo de tensión, se calmó al instante cuando, como una ola en expansión, resonó en toda la mansión el chirrido oxidado de una puerta al abrirse.
Centrándose en mantener a Gehrman inmovilizado, quien, pese a esforzarse por escapar, no hacía ruido ninguno, Kerrin esperó, rezando, porque fuese una falsa alarma, pero unos segundos después, junto con el sonido de los pasos, una luz comenzó a iluminar el final del pasillo que daba al
"Mierda, debo esconderme", pensó mientras comenzaba a buscar locamente un buen escondite.
Cualquier lugar que podía entrar a sus ojos levemente opacos por la niebla como escondite era ineficaz; su rostro, envuelto ahora por el más extremo estrés por la necesidad de esconderse, mostraba el único pensamiento que podía pasar por su mente.
...
Sosteniendo una antorcha, un hombre vestido con una larga túnica roja que incluso cubría sus pies caminaba por el elegantemente decorado pasillo de la mansión. Su rostro estaba oculto tras una máscara del color de la sangre. Tras él, siguiéndolo como perros tras su amo, venían tres hombres más: dos con túnicas completamente blancas, y uno que destacaba sobre ellos, vestido con pantalones grises oscuros y anchos que contrastaban con su ajustada camiseta de igual color. Al igual que el hombre de rojo, este último también portaba una máscara carmesí, dejando al descubierto solo su corto cabello negro azulado, fuertemente engominado hacia atrás.
"Zofe, ¿qué opinas de que todo haya salido tan bien?" rompió el silencio del pasillo el hombre vestido de rojo.
"Era de esperar, superior Irmis", respondió respetuosamente Zofe.
Irmis dejó escapar una risa anciana y satisfecha ante las palabras de su subordinado. Disminuyó levemente el paso, comenzando a hablar con un tono notoriamente orgulloso.
"Un gran plan elaborado por una gran mente maestra como yo... Fue difícil encontrar a una mujer con sangre de los Olvidados, pero una vez superada esa barrera, todo fue tan sencillo... Tuvimos suerte de que su padre, sediento de poder y respeto, se sometiera tan fácilmente a nosotros. Aunque... sí, siento lástima por él. Realmente aprecio a nuestros fieles seguidores. ¿Sabes? Podríamos haberlo utilizado durante tanto tiempo si no fuese por su innecesario amor hacia su familia. Una verdadera lástima."
Zofe, en absoluto silencio, solo abrió la boca cuando su superior le pidió su opinión.
"Es usted un genio entre genios, superior Irmis", continuó alabándolo sin dudar.
Con su rostro satisfecho por el nuevo halago, Irmis avanzó hasta que el amplio salón se mostró ante ellos. Bañado en la sangre de los sirvientes, no provocó ni la más mínima reacción en ninguno de los cuatro hombres, que comenzaron a caminar hacia la segunda sala sin el menor pudor.
"Zofe, si bien es cierto que eres eficaz, eres demasiado bárbaro. "Podrías haberles dado una muerte más pacífica", suspiró Irmis con absoluta calma antes de detenerse frente a la puerta decorada que daba paso a la segunda sala, sin llegar a cruzarla.
Zofe, a su lado, también se detuvo. "Lo siento. "Seré más piadoso la próxima vez", se disculpó sinceramente.
Entonces, Zofe sacó de uno de los bolsillos de su ancho pantalón una pequeña botella de cristal. En su interior se movía, en constante agitación, una densa niebla grisácea tan opaca como la noche más cerrada.
Con una delicadeza impensable para sus robustas manos, quitó el corcho que cerraba la botella. Sin embargo, la niebla no salió de inmediato, sino que permaneció en su interior, como si fuera más densa que el mismo aire.
"Vuelve"
En el instante en que la orden fue dada, el aire de la habitación frente a ellos dejó de ser transparente: se volvió una niebla grisácea, densa y opaca. Con un fluir casi místico, toda aquella niebla se introdujo por su cuenta en la pequeña botella, devolviendo al espacio un aire verdaderamente limpio y transparente.
"Gran Irmis, es seguro", concluyó Zofe con su voz respetuosa.
Con un suave golpe en el hombro, Irmis lo felicitó sin necesidad de palabras, antes de ser el primero en cruzar el umbral. Ignorando por completo el cuerpo decapitado del padre de Alizée, se acercó a la mesa, la cual, como si fuera de cartón, cedió fácilmente ante su empujón, quedando volcada con las patas apuntando hacia la pared.
Bajo esta, la trampilla, perfectamente camuflada salvo por la cadena y la luz que se filtraba por sus bordes, quedó al descubierto. De uno de los bolsillos de su larga túnica, Irmis extrajo una pequeña llave plateada, con la que abrió la cadena sin el menor esfuerzo.
"Zofe."
Sin siquiera incorporarse, le cedió la tarea de abrir la trampilla. Zofe, obedeciendo sin vacilar, la levantó, permitiendo que la luz, antes apenas visible, iluminara tenuemente la habitación.
Sin pronunciar palabra, Zofe se hizo a un lado, dejando pasar primero a Irmis, quien descendió con paso seguro, seguido por él y los dos hombres silenciosos que los acompañaban.
...
Kerrin y Gehrman, casi con lágrimas en los ojos por la dolorosa sensación de raspado que la niebla había dejado en sus cuerpos mientras escapaba por la fuerza, finalmente habían logrado controlar sus pensamientos, evitando que se aferraran desesperadamente a una sola idea.
Saliendo antes del shock gracias a haber permanecido algo más consciente durante aquel momento, Kerrin ayudó a Gehrman, quien, con sus ojos castaños y profundos finalmente visibles, ya comenzaba a calmarse.
Apartando a la fuerza los seis cuerpos degollados y con expresiones de horror bajo los que se habían ocultado, Kerrin, manchada por la sangre seca de estos, miró a Gehrman, quien al fin parecía despertar del todo.
"¿Qué ha pasado aquí?"
Gehrman guardó silencio unos segundos más antes de dejar escapar un susurro:
"Alizée..."
Entonces volvió en sí y, al ver a Kerrin frente a él, sus ojos se abrieron de inmediato. Miró a su alrededor, confirmando lo que ya sabía: sangre por todas partes, cadáveres horrorizados, el aire pesado.
"¡Esto no es lo que parece! ¡Yo no tengo nada que ver!", susurró nervioso, sin saber por dónde empezar.
Kerrin, sin sorprenderse por su reacción, mantuvo la calma, aunque sin bajar la guardia; su atención seguía puesta en cualquier sonido que pudiera venir de la escalera.
"¿Qué ha pasado?", repitió por segunda vez.
Tras un largo suspiro, Gehrman aceptó que aquella situación lo sobrepasaba. Fue sincero. Le contó cómo conoció a Alizée, cómo ella logró hacerle dormir y cómo, a cambio, le pidió simplemente que conversaran. Cómo finalmente habían quedado para verse esa noche… y por qué había entrado en la mansión.
Kerrin, anonadada por la historia, ya ni siquiera sentía nada ante los cadáveres que la rodeaban.
"¿Me estás diciendo que mientras yo me aburría con la santa de mi hermana, tú has acabado envuelto en un romance, un secuestro y ahora un rescate?"
El rostro de Gehrman se tornó inmediatamente rojo por la pregunta inesperada de Kerrin. Respondió desesperado:
"¿¡Cómo!? ¡No, nada de romance! Solo un secuestro... y ahora un rescate."
Ignorando su respuesta, los ojos ámbar de Kerrin, envueltos en una genuina envidia, lo atravesaron con una mirada de fastidio.
"Sí, sí, lo que sea... ¿Se puede saber por qué siempre tienes tú la suerte de vivir estas cosas?"
Finalmente recuperado de su conmoción, Gehrman logró forzar de nuevo su estado indiferente y serio.
"No lo hago porque quiera... solo aparecen."
Sintiendo más envidia de esa frase de lo que debería, Kerrin le soltó un puñetazo moderado en el hombro.
"Después te quejas de por qué te sigo..."
Forzando el cierre de la conversación, se levantó y le tendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie.
Luego giró el cuerpo y comenzó a caminar hacia fuera del elegante salón principal. Pero apenas había llegado al umbral, se detuvo al notar que no escuchaba sus pasos tras ella. Giró la cabeza, extrañada por no verlo seguirla, y al alzar la mirada lo encontró asomado a la trampilla.
"¿¡Qué haces!?" susurró con un volumen justo para que solo él pudiera oírla.
"Tengo que confirmar una cosa", respondió él en el mismo tono.
Las escaleras descendentes no eran la fuente de la luz: esta provenía de abajo, del lugar al que llevaban. Ya sin esa desesperación ciega por encontrar a Alizée, pero con el recuerdo de esa certeza tan clara que había sentido antes, Gehrman no podía ignorar su intuición. Aunque ya no era una certeza absoluta... aún sentía que debía bajar.
Kerrin entendió de inmediato la intención de Gehrman; no dudó en decirle que era mala idea y que no lo hiciera, pero tan cabezota y egoísta como siempre, Gehrman no cedió. Sin mucho más que hacer, Kerrin solo tuvo una última idea.
"Está bien, quédate... pero ni se te ocurra bajar. Voy a buscar a los del barco. Cuantos más seamos, más seguro será bajar y buscar a esa tal Alizée. Mientras tanto, escóndete, inútil."
Sintiéndose obligada a insultarlo por no haber cedido, Kerrin, sin embargo, no rechazaba del todo la idea de ayudar. Solo con imaginarse a su hermana o a ella misma siendo raptadas, no podía quedarse de brazos cruzados. Pero no solos; después de todo, ella era consciente de que todos los cuerpos fueron degollados por aquel hombre enmascarado que llamaban Zofe.
Con la orden dada y sin molestarse demasiado en pensar si Gehrman la obedecería o no, salió de la mansión con sigilo y, en cuanto pisó el jardín, corrió con prisa hacia el barco. Su mente, enfocada en convencer a su capitán, comenzó a elaborar posibles formas de explicarle lo que había sucedido.
...
En el instante en que Kerrin desapareció por el pasillo, Gehrman, sintiendo que no tenía tiempo que perder, no dudó. Sin pensarlo más, comenzó a bajar la iluminada escalera con el máximo sigilo que su impaciencia le permitía.