capítulo 3

La tenue luz de la pantalla iluminaba el rostro pálido de Scáthach, acentuando la sombra de sus ojos violeta, que se movían con una intensidad casi felina a través de las líneas de texto. Su larga cabellera morada, con un flequillo recto que rozaba sus prominentes cejas, caía en ondas sobre sus hombros, fundiéndose con la oscuridad de su atuendo gótico. A su alrededor, la habitación estaba sumida en una penumbra acogedora, decorada con estanterías repletas de libros antiguos, objetos curiosos y un ligero aroma a incienso. Scáthach, una figura imponente y enigmática, se reclinaba en su sillón de terciopelo negro, con una copa de vino tinto en la mano, mientras analizaba con minuciosa atención la novela de Yuta en la página de "Pluma de Fuego".

La historia, sin duda, era cautivadora. Una trama intrincada, personajes bien desarrollados, un ritmo narrativo que mantenía al lector en vilo hasta la última página. Pero algo en ella chirriaba, una nota discordante que perturbaba la armonía del conjunto. Scáthach, con su vasta experiencia en el mundo literario, había desarrollado un instinto casi infalible para detectar la autenticidad, la verdadera voz de un escritor. Y en la prosa de Yuta, por más pulida y elegante que fuera, percibía una falta de alma, una ausencia de la huella dactilar única que distingue a los verdaderos artistas.

Como una experta gemóloga que examina un diamante en busca de imperfecciones, Scáthach diseccionaba cada párrafo, cada frase, cada palabra, buscando la grieta que revelara la verdad. La precisión técnica era impecable, la estructura narrativa sólida, el lenguaje rico y evocador. Pero faltaba algo esencial: la vulnerabilidad, la imperfección, la humanidad que impregna las obras de los escritores que escriben con el corazón, con las entrañas. La novela de Yuta era como una melodía perfecta ejecutada por una máquina, precisa y brillante, pero carente de la emoción cruda, del alma vibrante que solo un ser humano puede infundir en su arte.

“Demasiado perfecto para ser verdad,” murmuró Scáthach para sí misma, dando un sorbo a su vino. “Un novato, recién llegado a la plataforma, alcanzando el top 10 en su primera publicación… es inusual, por decir lo menos.”

Scáthach conocía bien las dificultades del oficio, los años de trabajo y dedicación que se requerían para pulir el talento, para encontrar la propia voz. Había visto a innumerables aspirantes a escritores deslumbrar con un destello inicial, para luego desvanecerse en la oscuridad, incapaces de mantener la llama de la inspiración. El éxito repentino de Yuta, su ascenso meteórico a la cima, le parecía sospechoso, casi inverosímil.

Sus sospechas se vieron alimentadas por los rumores que circulaban en los foros de "Pluma de Fuego". Se hablaba de nuevas herramientas de escritura basadas en inteligencia artificial, capaces de generar textos complejos y originales. Herramientas que, en las manos equivocadas, podrían ser utilizadas para engañar, para crear la ilusión de un talento que no existía. La idea de que Yuta hubiera recurrido a una de estas herramientas, que su éxito fuera el resultado de un artificio tecnológico y no de su propia creatividad, cobraba cada vez más fuerza en la mente de Scáthach.

Justo en ese momento, una notificación apareció en la pantalla de su ordenador. Era una invitación para el evento de "Pluma de Fuego", una celebración del éxito de los autores del top 10. Yuta, por supuesto, estaría allí. Scáthach sintió una punzada de curiosidad, mezclada con una dosis de indignación. “Espero verte allí, joven Yuta,” pensó, sus ojos brillando con una determinación férrea. “Tengo muchas preguntas que hacerte.” Y en el silencio de su habitación, rodeada por las sombras y el aroma a incienso, Scáthach comenzó a planear su estrategia, preparándose para desenmascarar lo que ella creía que era un fraude. La caza acababa de comenzar.