Capítulo 2: El impacto emocional y personal

No fue de golpe. No fue un solo día. No fue una caída repentina.

Fue algo más traicionero. Más silencioso.

Durante los primeros días, tal vez incluso semanas o meses, no parecía que me estuviera afectando de verdad. Aguantaba. Me decía que solo era cuestión de tiempo, que tenía que tener paciencia, que quizá era yo el que tenía que aprender a usar mejor la herramienta.

Y como yo quería hacer las cosas bien —porque siempre he querido hacer las cosas bien, por respeto a mis lectores y a mi propio esfuerzo—, me convencía de seguir intentándolo. De no rendirme.

Pero lo que no vi venir fue el desgaste.

Porque ChatGPT no me estaba ayudando. Me estaba erosionando.

Cada vez que rompía una narrativa. Cada vez que alteraba un personaje sin razón. Cada vez que ignoraba lo que le pedía y respondía con sinsentidos, mensajes vacíos o contradicciones absurdas.

Era como una gota cayendo sobre la piedra. Una tras otra. Día tras día.

Y ese efecto, tan pequeño al principio, empezó a crecer.

Pero no de forma visible, no de forma obvia.

Era como un veneno. Silencioso. Letal.

Que se iba acumulando sin que yo lo notara del todo. Hasta que un día, simplemente, exploté.

Pasó de ser frustración a ser ira.

Pasó de cansancio a agotamiento mental.

Pasó de malestar a bloqueo total.

Y lo más triste es que por mucho tiempo ni siquiera me di cuenta. Porque me forzaba a seguir. Porque quería creer que valía la pena.

Hasta que el daño fue imposible de ignorar.

Hasta que ya no podía más.

Eso fue lo que me hizo abrir los ojos.

No fue una advertencia. Fue un colapso.

Una verdad que llevaba demasiado tiempo queriendo salir, y que estalló cuando ya no quedaba fuerza para sostenerla.

Todo llegó al límite hace poco.Entre marzo y abril, toqué fondo.Ya no podía ni conmigo mismo.

Por un lado, estaba agotado de luchar con ChatGPT. No era trabajo. Era aguante. Era estar horas y horas peleando con una IA que no entendía lo que necesitaba, que no respetaba lo que yo construía, y que solo me hacía sentir más frustrado cuanto más intentaba que funcionara.

Pero eso no era lo único.

También estaba el silencio.

La ausencia de respuesta.

La sensación de que nadie estaba al otro lado.

Publicaba mis historias. Compartía fragmentos. Pedía opinión. Feedback. Algo.

Y lo único que recibía eran unos cuantos “likes”, que para mí no valen nada.

Porque yo no quiero números.

Quiero saber si lo que escribo llega, si se entiende, si emociona.

Si hay algo que deba mejorar. Si alguien realmente está ahí.

Pero nadie decía nada. Nadie respondía.

Y eso dolía más de lo que podía explicar.

Porque era como hablar al vacío.

Como si todo mi esfuerzo, todo ese sufrimiento contenido, no sirviera para nada.

Esa mezcla fue lo que me rompió.

El cansancio mental. El aislamiento. El luchar contra una IA estúpida.

El darlo todo sin recibir ni una palabra real a cambio.

Fue ahí cuando supe que ya no podía más.

Que si seguía así, algo dentro de mí iba a apagarse del todo.

Y esa idea fue lo más aterrador de todo.