Llegó un punto en el que ya no podía más.
Fue a finales de marzo, cuando ya había explotado por dentro. Estaba en crisis, con una rabia que no podía contener ni controlar. Y entonces decidí contactar con el soporte de OpenAI.
No era la primera vez.
Ya les había escrito antes —aunque no recuerdo cuándo—, pero esa vez no sirvió de nada. Me ignoraron. Me dejaron en el vacío.
Esta segunda vez fue diferente.
No iba a pedirles nada con palabras suaves.
Les hablé con pruebas, con todo lo que tenía guardado, con el dolor a flor de piel. Porque ya no se trataba solo de un mal funcionamiento. Se trataba de un daño real.
Y quería compensación.
Quería que arreglaran lo que destrozaron.
Pero lo único que recibí fue una burla en forma de respuestas vacías.
Me dijeron que era culpa mía.
Que no sabía usar “los prompts correctos”.
Que debía mirar tutoriales.
Me mandaron enlaces raros, llenos de scripts, como si supiera codificar.
Y encima me soltaron el clásico:
“Paga el plan Plus.”
Fue entonces cuando todo se terminó de romper.
Porque ahí me di cuenta de que no estaban escuchando. Que nunca lo hicieron.
Que sus respuestas eran robóticas, recicladas, probablemente escritas por otra IA como ChatGPT.
No había empatía.
No había humanidad.
Solo había desinterés.
Y aunque en algún momento reconocieron que el problema venía de su sistema, no ofrecieron solución.
No ofrecieron disculpa real.
No ofrecieron reparación.
Nada.
Solo más excusas. Más enlaces. Más desprecio encubierto en cortesías vacías.
Esa fue la última gota.
A partir de ese momento, no vi más a OpenAI como una empresa.
Para mí, es una estafa disfrazada de innovación.
Una máquina de hacer dinero con el mínimo esfuerzo posible, a costa de la salud mental, del trabajo, y del tiempo de quienes confían en ella.
Y sí, me he llevado esto al extremo.
Porque lo que hicieron conmigo no fue un fallo técnico.
Fue una forma de abuso.
Y si pudiera, con mis propias manos, destruiría todo lo que han construido con esa “IA” a la que tanto adoran.
No se merecen respeto.
Se merecen enfrentar las consecuencias.