•Saúl •
⸻
Saúl tomó su chaqueta, su mochila gastada, y el mapa.
Añadió una linterna pesada, una cuerda enrollada con nudos marcados, y su viejo cuaderno de líneas negras.
No era una huida.
Era un descenso.
Al único lugar donde podía esperar...
El refugio estaba allí. Medio enterrado.
Esperando ser útil... por última vez.
El viento golpeó la puerta al salir, como un susurro de advertencia.
"Sin tierra bajo los pies..." pensó, mientras descendía hacia el valle, donde el futuro, incierto y brutal, ya esperaba.
"... solo queda el valor para sostenerse."
No había prisa.
Tampoco paz.
El sendero era estrecho, oculto entre helechos, musgo y raíces que parecían recordar cada paso.
Él lo había trazado días atrás, al elegir este punto como su última zona segura.
La cabaña quedó atrás en cuanto el sol rompió entre los árboles.
Y con esa claridad filtrada entre ramas, recordó lo que decían las últimas transmisiones de radio.
Primero alarmas.
Luego negación.
Después, advertencias frías y técnicas.
Nadie sabía explicarlo.
Él, sí.
Y por eso caminaba solo.
Con un cuaderno lleno de respuestas... que ya no servirían de nada.
A mitad de la bajada, se detuvo ante una gran roca cubierta de líquenes.
Dejó la mochila con cuidado y apartó con calma unas ramas y una lona camuflada.
Debajo, una losa de cemento circular.
Empujó.
Crujió.
Giró.
Abrió.
Frente a él, la entrada al viejo módulo técnico de emergencia.
Un vestigio del proyecto ARCA.
Desmantelado, olvidado, enterrado en un borrador de plan nunca ejecutado.
Durante los últimos días, Saúl lo había acondicionado y abastecido en silencio, como quien prepara una despedida sin avisar.
Se detuvo un segundo.
El viento calló.
Los árboles no se movían.
Y entonces le llegó el pensamiento, nítido y brutal:
"Nunca pensé que tendría que despedirme del mundo... antes de que el mundo se despidiera de mí.
Pero al cruzar esa puerta... también dejo atrás la parte de mí que aún creía en él."
Entró.
El túnel descendía en espiral.
Oscuro. Estrecho. Frío.
Tenía apenas metro ochenta de altura, y su estructura estaba reforzada con vigas de roble y planchas de hierro barnizadas con alquitrán.
Bajó seis escalones de piedra, cerró la compuerta por dentro, y caminó unos metros más.
El olor a tierra húmeda era fuerte, antiguo.
Lo tranquilizaba.
Allí, en el corazón de la tierra, había una red de anclajes invertidos: cables de acero, argollas, bolsas de lona con peso, una colchoneta adosada al techo, una lámpara gruesa suspendida con triple sujeción, mosquetones, poleas.
Cada objeto estaba pensado para invertirse... no para soltarse.
Se sujetó a una cuerda tensa.
Colgó la mochila.
Sacó una libreta plastificada, una pesa de medición, y un péndulo artesanal hecho con un tornillo y un hilo de pescar.
Lo colocó todo con precisión.
Lo conocía como si lo hubiera diseñado.
"Un sótano en el cielo... Eso es lo que seremos."
Se ajustó un cinturón de seguridad atado al techo.
Encendió la lámpara.
La luz naranja no era fuerte, pero era cálida.
Suficiente para ver flotar el polvo en el aire.
Se sentó flotando entre dos correas.
Respiró hondo.
Y escribió en su libreta:
Día 0. Comenzó. Fase uno clara. Progresión lineal. Pulso gravitacional activo.
Lo notaba todo.
No necesitaba pruebas.
El lápiz bailaba al menor movimiento.
Su bota derecha, colgada de un clavo, se había separado un par de centímetros.
Un clavo. De cinco gramos.
Giraba, suspendido.
El aire no tenía dirección.
"Ahora la gente mirará al suelo con odio.
Y al cielo, con miedo."
Se quitó la chaqueta, el abrigo, y los dejó en una red con doble nudo.
Sacó una botella de agua.
Bebió en pequeños sorbos, antes de que el agua dejara de caer.
Luego apoyó la cabeza contra la colchoneta.
El cinturón aguantaba.
Su cuerpo ya no.
Flotaba.
Levemente.
Sin fuerza.
Como si el planeta ya no lo reconociera.
Y entonces, pensó en ellos.
No en todos.
Solo en algunos.
"Puede que haya otros como yo.
Pocos.
Aislados.
Observando.
Quizás aún haya tiempo de encontrarlos."
Y pensó también en los otros.
Los que no sabían.
Los que ya flotaban, o gritarían, o se perderían en los tejados.
Los que iban a morir sin entender por qué.
Y aunque su rostro no se quebró, por dentro se le formó una grieta.
"Pude hablar.
Pude advertirlos.
Pero nadie escucha a un traidor.
Y eso es lo que habrían hecho de mí.
Un loco.
Un traidor al pacto.
Una amenaza al silencio."
Respiró hondo.
Contuvo ese pensamiento.
"Ahora ya no importa."
Pero por ahora, no había misión.
Solo espera.
"Bueno... solo serán unas doce horas viviendo al revés.
Y doce... en la oscuridad, buscando entre ruinas.
Con suerte, no seré el único que aún flote con propósito."
Aferrado al cable, observó cómo el polvo ya no caía.
Y en ese segundo suspendido, el mundo se dio la vuelta.