capítulo 16 - “Cruze de caminos”

• Saúl , Nilo •

La plaza se iba deshaciendo en murmullos.

No en caos, sino en pensamiento.

Como si cada palabra de aquel hombre hubiese echado raíces en un suelo demasiado nuevo para sostener certezas.

Saúl se alejaba del centro con calma, pero no con descanso.

A su paso, la gente se le acercaba.

—¿Por qué a las once? ¿Por qué siempre a la misma hora?

—Porque el campo gravitacional de Némesis se alinea con el centro de rotación terrestre. Como si un imán gigantesco encontrara su frecuencia exacta. La inversión no es aleatoria. Es orbital.

—¿Y el mar? ¿Por qué no nos ha tragado?

—Porque el agua salada no responde igual. La densidad, los minerales, la tensión superficial... crean burbujas gravitatorias. Zonas suspendidas. Como lagos colgantes. El océano no sube. Flota. Aún.

—¿Y si sigue acercándose?

—Entonces ya no serán solo objetos de menos de cien kilos.

El planeta entero podría voltearse si esto no cambia.

Un joven le preguntó por los aviones.

Una mujer mayor por su gato, que desapareció al mediodía.

Un niño por las estrellas.

Saúl respondía a todos.

Sin condescendencia. Sin adorno.

Como si cada respuesta fuera una cuerda lanzada al abismo.

Ya no le importaba parecer un loco.

Porque el mundo... ya lo era más que él.

——

A unos metros, sentado sobre una baldosa rota, Nilo escuchaba en silencio.

El viento soplaba distinto ahora.

No venía de ningún sitio.

No iba hacia ninguno.

Lucía y Mauro dormían dentro del bar de Elena.

Él se había quedado fuera, con la espalda contra la puerta y el pecho lleno de nudos.

Nilo se detuvo en seco.

—Espera... —le dijo a Saúl—. No sé cómo no lo pensé antes.

Subió las escaleras del portal de Lucía, con el corazón bombeando dudas y posibilidades. Había sido todo tan rápido... que ni siquiera había considerado que su madre pudiera haber estado en casa. Quizá seguía allí, atrapada, viva. Quizá no.

Llamó a la puerta.

Nadie respondió.

Empujó. Estaba entreabierta.

Dentro, todo estaba revuelto. El comedor parecía haber sido sacudido por un vendaval. Algunas macetas reventadas, una silla partida. Gritó el nombre de la madre de Lucía. Lo repitió tres veces.

Nada.

Salió al rellano. Un vecino mayor, sentado en los peldaños, con la mirada perdida, lo reconoció.

—¿La madre de la niña? Salió corriendo cuando todo empezó. Decía que iba a buscarla. No volvió.

Nilo bajó las escaleras con el alma arrastrando los pies.

Volvió a pensar en la inversión ...

"¿Y si vuelve?", pensaba.

"¿Y si no estoy preparado?"

Entonces lo vio.

A Saúl.

Aquel hombre que no solo hablaba... explicaba.

Aquel que no gritaba miedo, sino herramientas.

Nilo se puso de pie.

Cruzó la calle.

Fue directo.

—¿A dónde vas ahora?

Saúl lo miró, con algo entre sorpresa y distancia.

—Tengo una misión.

—¿Para qué?

—Para intentar arreglar esto.

Nilo se acercó más.

Lo tomó de los hombros.

—Déjame que me ayudes... para ayudarte.

La frase se quedó flotando.

Saúl no supo cómo encajarla al principio.

Era como una fórmula incompleta...

pero con lógica emocional perfecta.

Nilo miró hacia el bar.

—Ves ese local. Ahí dentro está Lucía .

La salvé esta mañana.

No encuentro a su madre y su padre murió , lo ví flotar con mis propios ojos .

Lucía estaba atrapada en un toldo roto...gracias a él .

También está Mauro .

Y también lo salvé, colgando de un cable oxidado.

No me preguntes cómo lo hice. No lo sé.

Pero lo hice.

Y ahora estoy aquí, con miedo, preguntándome si voy a poder seguir cuidándolos.

—No sé ser padre.

Ni tutor. Ni guía.

Pero si tú tienes una dirección...

yo puedo ser el que despeje el camino.

Saúl lo observó más atentamente.

—¿Cómo lo lograste?

—Con lo que tengo.Ingenio, y el instinto de quien ya no tiene miedo a caerse.

Porque ya he estado en el suelo.

Y también en el techo.

Nilo respiró hondo.

—Yo no sé qué hacer con esto...

Pero tú sí.

Y si me dejas ayudar, puedo convertirme en algo útil.

Puedo hacer que una televisión fría te cocine arroz.

Puedo hacer que tu móvil te hable en verso.

Soy un manitas, sí. Pero también soy alguien... que ya no quiere seguir solo

Saúl bajó la vista.

Sus propios planes comenzaron a sonar... menos urgentes.

No menos importantes. Pero distintos.

—¿Sabes desactivar sensores? ¿Armas? ¿Bloqueos digitales?

Nilo asintió. Sin fanfarria.

—Puedo hacer que la seguridad de un banco parezca una tostadora desenchufada.

—Y más allá de eso... puedo cuidar lo que tú no veas.

Porque tú estás enfocado en lo grande.

Yo... en lo pequeño.

Saúl se quedó en silencio.

Por primera vez, su plan sonaba compartido.

Hasta ese momento, lo había pensado todo solo.

Y solo... habría fallado.

Porque no puedes construir un refugio para todos, si no hay nadie más contigo.

—Si vienes conmigo —dijo Saúl—, tendrás que asumir que todo lo que sabes... no es suficiente.

Ni lo que sabes, ni lo que sientes.

—Ya lo hago —respondió Nilo—. Desde que estos dos pequeños me miraron y no preguntaron nada... solo confiaron.

Saúl respiró despacio.

—¿Y puedes encargarte de difundir el mensaje? ¿De ayudarme a explicar lo que está por venir?

—Como si fuera una película. Pero con palabras que entiendan hasta los que solo escuchan por miedo.

Se miraron.

Ninguno sonrió.

Pero algo se aflojó.

—¿Un whisky? —dijo Nilo, señalando la puerta del bar.

Y entraron.

Y el mundo, por primera vez, no solo tenía dos sobrevivientes más.

Tenía un propósito doble.

Un plan con forma humana.

Y quizás... una posibilidad.

——

Aquel lugar ya no era una taberna, ni un negocio.

Era una cápsula suspendida entre ruinas.

Saúl dejó la mochila sobre la barra, y con la misma parsimonia con la que se mueven los que no tienen prisa... arrastró un taburete hasta quedar frente a la sombra del mostrador.

Nilo dio la vuelta al otro lado, esquivando botellas rotas, vasos aferrados a los bordes, cajas de zumos aplastadas.

Aún quedaba una botella de whisky sin abrir.

—¿Dónde están los críos? —preguntó Saúl, directo.

—Arriba. En la cama. Dormidos , esta noche voy a buscar a sus familias —respondió Nilo, mientras servía dos dedos largos de whisky en dos vasos dispares.

El hielo era un lujo inexistente.

—Vale , te ayudaré con eso —dijo Saúl, con un trago corto—.

—Y ahora dime —le pidió Nilo—. ¿Quién eres tú? ¿Cómo sabes todo lo que sabes?

Saúl no respondió enseguida. Bebió un sorbo, mirándolo con detenimiento.

—¿Este bar era tuyo... o de tu mujer?

Nilo entendió el giro. Saúl también quería saber con quién estaba hablando. No era desconfianza, era método.

—Vivía en la calle de al lado —respondió—. El del toldo azul. Y tenía un taller donde reparaba todo lo que tuviera circuito o engranaje. Desde tostadoras a drones.

Saúl asentía en silencio.

Escuchaba con el vaso entre las manos.

—Arreglaba cualquier cosa.... lo que me trajesen. Me llamaban manitas, pero yo me llamo Nilo.

Y por si te preguntas dónde aprendí: en todas partes.

Saúl entrecerró los ojos, interesado.

—Mi familia tenía pasta. De esas que te obligan a ser alguien "útil".

Mi padre me pagó media carrera de arquitectura y la otra mitad de telecomunicaciones. No acabé ninguna.

Me encantaba desmontar cosas desde que tenía siete años. Pero a él eso le parecía de vagos.

—¿Y luego?

—Luego me quedé solo. Sin dinero, sin rumbo. Y empecé a hacer lo que sabía: burlar la ley para sobrevivir.

Fui parte de un grupo de hackers. Nada criminal grave, solo puertas abiertas. Información. Datos.

Pero llegó un momento en el que entendí que si seguía por ahí... acabaría en una celda o en una caja.

Nilo se sirvió otro trago.

—Y me quedé aquí. Tranquilo. Con mis piezas. Mis cables. Mis errores.

Se apoyó en la barra y lo miró a los ojos.

—Ahora cuéntame tú. Porque todo lo que sabes... no lo sabe nadie. ¿Quién eres?

Saúl dejó el vaso a un lado.

—Hace años trabajé para el proyecto Arca.

Un desarrollo ultra secreto bajo control gubernamental. El objetivo: crear núcleos de gravedad artificial. Refugios. Centros de resistencia para el día en que Némesis nos afectara.

—¿Ya sabían lo de Némesis?

—Desde mucho antes de que los medios siquiera empezaran a inventar historias.

Pero el problema no fue el planeta.

Fue el gobierno.

Nilo frunció el ceño.

—¿Qué hicieron?

—Transformaron el propósito. Empezaron a dar órdenes para enfocar el proyecto hacia fines militares. Gravedad como arma. Como ventaja táctica.

Y muchos empezamos a negarnos.

Saúl bajó la voz.

—Ahí comenzaron los "accidentes".

Uno de los físicos principales cayó en el prototipo de un campo de distorsión.

Desapareció.

Lo curioso es que era el más contrario a usar Arca con fines bélicos.

—¿Y después?

—Ocho miembros más desaparecieron en menos de dos semanas.

Ya no se podía sostener el proyecto. Y lo cerraron.

Pero antes... dividieron sus piezas, las esparcieron entre laboratorios.

Y pusieron vigilancia.

A los que quedábamos... nos persiguieron.

A mí intentaron matarme dos veces. Una en carretera. Otra quemando mi apartamento.

Nilo lo miraba como si estuviera viendo una película.

Desde entonces... estuve escondido.

Esperando.

—¿Y ahora?

—Ahora ha empezado.

Y necesito volver a reunir lo que queda.

Porque si conseguimos restaurar uno solo de los núcleos del proyecto... podremos crear una célula de gravedad artificial.

Un lugar donde el mundo no se invierta. Donde no estemos colgados del cielo.

Nilo le dio otro sorbo al vaso.

—¿Y por qué no esperar a que Némesis se aleje?

Si Némesis va a pasar... que pase.

Nos escondemos y salimos cuando ya esté lejos.

Saúl lo miró como se mira una grieta que no se quiere abrir.

—Némesis tardará cien años en pasar por completo.

Y los cincuenta años centrales... serán los peores.

Cada inversión será más fuerte.

Y si no nos preparamos...

no habrá después.

Tragó.

—Por suerte aún está lejos. Por eso no levanta más de cien kilos.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque lo estudiamos.

Y porque es física.

Mira —dijo Saúl, apoyando los codos en la barra—, si coges un aspirador y lo pones a varios centimetros de una alfombra... no arrastrará las piedras.

Solo subirá el polvo.

—¿Y nosotros somos...?

—El polvo.

Silencio.

—Nilo, necesito alguien que entienda tecnología.

Que pueda ayudarme a reconstruir, infiltrar, conectar.

Y tú pareces hecho para eso.

—Y tú para algo grande.

—¿Entonces?

—Entonces... sí.

Saúl se puso en pie, recogió la mochila.

—Te contaré más cosas, muchas más. Pero ahora no tenemos tiempo.

—¿Por?

—Porque son más de la una de la madrugada.

Y a las 11:00... volverá a pasar.

Tenemos que salir ya. Buscar a la familia de esos críos .

Avisar a la gente. Decirles cómo prepararse.

Techos bajos. Ningún objeto suelto.

Dormir de día. Actuar de noche.

Nilo bajó la cabeza, pensativo, y tras un breve silencio, preguntó:

—¿Y qué hacemos con los críos?

Saúl se giró hacia él, apoyando una mano en la barra.

—En un rato los despertaremos. Tienen que dormir de día, durante la inversión. Así estarán seguros.

Luego añadió, con convicción:

—Ahora ven conmigo. Vamos a salvar vidas, Nilo. Con información. Con voz. A veces, eso es lo único que tenemos. Cuando amanezca, volveremos. Y entonces, tú, yo, y esos pequeños... nos iremos a un lugar seguro.

Nilo asintió, lento. No había solemnidad. Solo aceptación. Y esa extraña sensación de estar al fin donde uno tiene que estar.

Ambos salieron del bar y caminaron por la ciudad aún sumida en el desconcierto. Se acercaban a grupos pequeños, a casas con linternas encendidas, a portales donde la vigilia era sinónimo de miedo.

Saúl explicaba. Nilo traducía lo técnico en algo que pudiera entenderse. Daban consejos. Mostraban ejemplos. En pocos minutos, se convirtieron en algo más que dos figuras en la noche: se convirtieron en una señal.

se adentraron juntos en las calles adormecidas por el miedo.

Durante horas, preguntaron a cada grupo que se encontraban. Describieron al niño, su edad, su ropa, su nombre.

Preguntaron por la madre de Lucía , aunque Nilo empezaba a pensar que no sobrevivió, porque era del barrio y ya uviese dado señales de vida.

Durante horas, entre farolas muertas y aceras agrietadas, compartieron lo poco que sabían como si fuera un salvavidas. Porque lo era.

Y el cielo, muy lentamente, empezó a palidecer.

——

Un hombre salió corriendo entre la gente.

—¡¿Habéis dicho Mauro?! ¡¿Dónde está mi hijo?!

La voz, rota. El pecho agitado.

Era él.

No hizo falta confirmarlo. Se notaba en los ojos, en el temblor de las manos. Nilo lo sostuvo por los hombros.

—Está a salvo —dijo, con una sonrisa que le partía la cara en dos—. Está en el bar de Elena. Vivo. Esperando.

El hombre se llevó las manos a la cabeza. Una carcajada mezclada con llanto se le escapó como un desahogo imposible.

—Gracias... gracias, por Dios...

—Ven —le dijo Nilo—. Te llevamos.

Durante el camino, Nilo le contó la historia. Cómo había encontrado a Mauro, cómo había resistido, cómo lo había salvado de una caída segura.

—Te debo la vida de mi hijo —dijo el hombre—. No sé cómo pagártelo.

—Sí puedes —respondió Nilo, serio—. Cuida de Lucía. Su madre salió a buscarla y no volvió. No sé si... no sé qué pasará. Pero ella necesita a alguien. Vive en la calle del taller. Número doce. ¿Puedes?

El hombre asintió sin dudar.

—La cuidaré como si fuera mía. Es lo menos que puedo hacer.

Cuando llegaron al bar, Nilo subió al altillo. Lucía y Mauro seguían dormidos. Les costó despertarlos. Pero cuando Mauro abrió los ojos y vio a su padre... se le rompió la voz en un llanto de esos que nacen del alma.

—¡Papá!

El abrazo fue total.

No se soltaron durante un buen rato.

—¿Y mamá? —preguntó el niño.

El padre tragó saliva, y con la voz quebrada le dijo:

—Está en las estrellas, hijo. Pero desde allí te cuida. Siempre.

Nilo se giró hacia Lucía.

—¿Ves? —le dijo en voz baja—. No están solos. Están allá arriba... todos juntos. Brillando.

Saúl observaba en silencio. Y entonces se acercó al padre de Mauro.

—¿Tienes más familia?

—Una hija más grande. La dejé a salvo con una vecina. Voy a buscarla ahora mismo.

—Vale y quedaros aquí—Saúl señaló el bar—. Es perfecto. Techo bajo, seguro. Con trabajo podréis adaptarlo para las inversiones. Podéis usar el altillo. Asegurad las ventanas, quitad lo que pese poco. Y dormid siempre de día.

—¿Las once, verdad?

—Las once —asintió Saúl—. Cada día. La inversión no perdona.

Le dio instrucciones detalladas. Le explicó cómo reforzar la estructura. Dónde esconderse. Cómo improvisar anclajes. El hombre escuchó todo con la concentración de quien ya ha estado al borde de perderlo todo.

Luego se fue. Y Saúl y Nilo se quedaron unos segundos mirando la puerta por donde había salido.

—Ya está —dijo Nilo, con la voz más ligera— Ya están a salvo .

—Entonces puedes empezar con tu verdadera misión —dijo Saúl.

Recogieron lo justo. Agua. Herramientas. Un par de mapas.

Esperaron a que volviese el padre de Mauro y se despidieron ,no con un adiós , si no con un hasta pronto .

Y se marcharon hacia la cueva.

Allí, en la seguridad subterránea de Saúl, Nilo por fin entendió por qué aquel lugar había resistido. Estaba hecho con lógica, con preparación... y con miedo. Saúl no había improvisado. Lo había anticipado todo.

Y, mientras el mundo dormía, volvieron a esperar.

A las once, como una promesa del caos, la inversión regresó.

Primero la presión. Esta vez desde el este. Luego el tirón. El mundo otra vez al revés.

Pero ellos no.

Ellos estaban listos.

El refugio se sostuvo. La estructura vibró apenas, como un suspiro contenido. Ningún objeto voló. Ninguna vida pendía de un hilo. Solo la certeza... de que el tiempo se agotaba.

Entonces Nilo se giró hacia Saúl, con los ojos encendidos, el rostro cruzado por una sombra de determinación.

—En la próxima inversión —dijo— te demostraré lo que puedo hacer.

Se acercó a una de las consolas apagadas, rozó los cables como quien despierta una idea dormida, y sonrió.

—Vamos a devolverle la luz a la ciudad.

Saúl lo miró. No dijo nada. Pero por primera vez... no se sintió solo.

Y mientras afuera el mundo volvía a dar la vuelta, en lo más profundo de la tierra, dos hombres preparaban la primera chispa de la resistencia.

Porque puede que Nemesis se llevara el cielo...

...pero aún había fuego bajo el suelo.