Capítulo 19 - “El pulso y la sombra “

• Saúl, Nilo •

Nilo dormía sobre un colchón inflable que Saúl había preparado tras la última inversión. Estaba agotado. El cuerpo rendido. La mente desgastada tras tantas horas de tensión, responsabilidad, decisiones... Por eso, cuando se tumbó, se hundió en un sueño profundo, sin darse cuenta siquiera.

Saúl, en cambio, ya estaba despierto.

Caminaba con sigilo dentro de la cueva, procurando no perturbar el silencio denso que envolvía el refugio. Miró su reloj de mano: las 19:26 .

Había pasado la inversión, y la noche ya amenazaba con volver a cerrarse por completo.

Se dirigió hacia una zona más alejada de donde dormía Nilo, donde había dejado anclada una vieja bolsa de lona militar. La abrió con cuidado.

Dentro guardaba un transformador eléctrico portátil, con salida de 220V. Lo había adaptado él mismo meses atrás. También había una pequeña cafetera italiana, café molido, azúcar, cinco vasos de plástico... y una botella grande, reutilizada, llena de agua.

Vertió el líquido en el depósito, encajó el filtro, añadió el café y puso a funcionar el transformador.

Minutos después, el olor del café recién hecho empezó a deslizarse por la cueva como un susurro antiguo. No era solo café. Era un gesto del mundo de antes. Era abrigo. Era hogar. Un aroma denso y nostálgico, con recuerdos ocultos de mañanas tranquilas, de desayunos en la cocina con ventanas abiertas, de días que empezaban con promesas y no con miedo.

Y ese olor... despertó a Nilo.

Se removió en el colchón. Abrió los ojos poco a poco, como si el aroma lo hubiese desprendido por completo de aquel entorno.

Durante unos segundos no supo dónde estaba. La piedra húmeda de la cueva, el murmullo lejano del viento, la inversión... todo parecía un mal sueño.

Pero no lo era.

Se sentó despacio. Miró a su alrededor. El mundo seguía invertido. Él seguía en una cueva subterránea con un desconocido que, hasta hacía unas horas, solo había visto como un científico desquiciado gritando en una plaza.

Y sin embargo... ahí estaba. Con olor a café en el aire. Con un colchón bajo el cuerpo. Con una extraña sensación de compañía.

Nilo se incorporó y se acercó a Saúl.

—Qué buen aroma... —dijo, con voz ronca—. Creo que te preparaste para esto más de lo que creía.

Saúl no apartó la vista del café que empezaba a burbujear.

—Buenos días —respondió. Luego se corrigió con una sonrisa cansada—. Bueno... buenas tardes, supongo.

Sirvió dos vasos.

—Toma —le ofreció uno a Nilo—. Ven conmigo.

Mientras avanzaban hacia el fondo de la cueva, Nilo frunció el ceño. Se pasó las manos por los brazos, por los costados, y luego dijo:

—¿Tú no lo notas? Me siento... más pesado. Al despertarme, era como si el colchón me abrazara. ¿Será el cansancio?

Saúl negó suavemente con la cabeza.

—No. Es totalmente normal. Cuando estamos invertidos, todo pesa diferente.

—¿Diferente cómo?

—Tu cuerpo no está siendo atraído por la gravedad de la Tierra como antes. Ahora... estamos literalmente colgados de Nemesis. —Hizo una pausa—. Si te subieras a una báscula ahora, probablemente pesarías diez, veinte kilos más. Es una presión distinta. Más densa. Más opresiva. Pero real.

Nilo abrió un poco más los ojos, como si de pronto su cuerpo comenzara a registrar lo que su mente acababa de entender.

—¿Y eso es bueno?

—No —dijo Saúl, con la mirada fija en el camino—. Solo es parte de esta nueva normalidad.

Lo guió hacia el fondo de la cueva, donde un gran portón metálico descansaba incrustado entre las rocas. Grabado sobre él, en letras gastadas pero aún legibles, se leía: Proyecto Arca.

Nilo lo miró. Lo leyó en voz alta.

—¿Proyecto Arca? ¿Esto es de la gente esa?

Saúl asintió mientras introducía un código en el panel del lateral.

—Sí. Hay varios por todo el país. Este era uno de los más alejados de zonas urbanas. Lo escogí por eso. Me instalé en una casa cercana hace meses... y empecé a preparar todo. Refugios secretos, por si las cosas fallaban. Este estaba abandonado. Otros... quién sabe. Tal vez estén llenos de altos cargos escondidos.

—¿Y tú entraste aquí?

—Sí. Lo reactivé yo mismo. El sistema de acceso aún funcionaba. Pero hay otros dos que revisé... tenían escolta. Ya sabían lo que se venía.

La puerta se abrió con un chasquido metálico y reveló un paisaje invertido, con los pies de ambos hombres asomando sobre un vacío extraño. Afuera, la vista era tan sobrecogedora como bella. Una ciudad suspendida en la nada. Calles flotando como serpientes. Árboles colgados de las raíces. El cielo... bajo sus pies.

—Creo que nunca habías tomado un café con unas vistas así —dijo Saúl, mirando al horizonte.

Nilo dejó escapar una risa seca, irónica.

—Pues no. No entraba en mis planes.

Se quedó en silencio unos segundos, contemplando el abismo.

—¿Cuánta gente crees que habrá allí abajo?

—Muchos —respondió Saúl—. En el espacio. En algún punto entre lo visible y lo perdido. En la nada.

Nilo volvió la vista a él.

—Hablando de planes... si Nemesis solo levanta peso ligero, como dijiste —menos de 100 kilos, ¿no?— podríamos arreglar la luz de esta zona. No toda la ciudad... pero sí lo más cercano. Si llegamos a la central durante la próxima inversión, creo que puedo reiniciar parte del sistema. Luego ir reparando tramo por tramo.

Hizo una pausa. Dio un sorbo a su café. Miró a Saúl con decisión.

—¿Te parece bien perder un día para eso?

Saúl lo miró, medio sonriendo.

—Me parece bien ganar un día para eso.

Y en ese instante, sin decirlo, ambos supieron que el nuevo capítulo ya había empezado.

Uno donde iban a empezar a reconstruir.

Aunque el mundo siguiera del revés.

——

Saúl y Nilo se quedaron un buen rato allí, junto al portón abierto, con el abismo invertido frente a sus pies y el aroma del café en las manos. El aire era más fresco en esa zona, y la cueva parecía contener el mundo como una campana de cristal.

Nilo dio un sorbo largo a su vaso.

—Mucho más bueno que el del bar de Elena —comentó, medio en broma—. Aunque me sabía mejor antes.

Saúl sonrió, sin dejar de mirar al horizonte.

—Antes... todo sabía distinto. Incluso el miedo.

—Sí —dijo Nilo, pensativo—. Antes el miedo era una sombra, ahora es una rutina.

Volvió a probar el café, esta vez con más calma. Se sentaron con los pies colgando justo antes del desnivel. El mundo al revés era menos amenazante con una taza caliente en las manos.

—Nunca fui de confiar mucho —dijo Nilo, tras unos segundos de silencio—. Pero tú... no sé. Hay algo en ti que me hace sentir que sabes más de lo que parece.

—Tampoco sé tanto —replicó Saúl—. Sé lo que no nos contaron. Lo que descubrimos por accidente. Lo que intentaron silenciar.

—¿Lo de Arca?

Saúl asintió.

—Era un proyecto de contención, al principio. Prever la llegada de Nemesis y crear espacios estables donde su gravedad no afectara. Zonas de anclaje artificial. Campos donde el mundo no girara. Pero en cuanto vieron el potencial como arma, todo se torció. Algunos científicos desaparecieron. Otros nos ocultamos. Y el proyecto se deshizo. Lo poco que sobrevivió... lo traje conmigo.

—Y aquí estás —dijo Nilo—. Con una cueva, un generador y café.

—Y tú —añadió Saúl—. Con tus manos, tus ideas y esa forma de hacer que las cosas funcionen sin que nadie entienda cómo.

—Mi cabeza es rara —dijo Nilo con una media sonrisa—. Pero si algo se enchufa, gira o late con electricidad... probablemente pueda arreglarlo.

—Eso ya es más de lo que cualquiera puede decir ahora.

Se quedaron en silencio unos segundos. El crepúsculo dibujaba sombras largas sobre la tierra suspendida. El cielo bajo sus pies se teñía de azul oscuro y oro desvaído.

—¿Y la gente? —preguntó Nilo, de pronto—. ¿Cómo lo vivirán? ¿Cómo se adaptan a esto los que no tienen cuevas ni generadores?

Saúl respiró hondo antes de responder.

—Con miedo. Con instinto. Con rabia. Como siempre. Pero... también con esperanza. El ser humano es muy adaptable, Nilo. Lo lleva en los huesos. En los reflejos. Sobrevivimos a glaciaciones, a guerras, a nuestras propias decisiones. Sobreviviremos a Nemesis.

—¿Y los críos? —preguntó Nilo, la voz más baja—. Lucia, Mauro... ¿cómo van a crecer así?

Saúl lo miró con calma, como si ya hubiese pensado en eso muchas veces.

—Ellos están mejor preparados que nosotros. No tienen la carga de haber conocido un mundo distinto. No tienen nostalgias que los frenen. Para ellos, esto será normal. Una memoria difusa de algo que cambió. Y construirán algo nuevo... mejor, tal vez. Porque no lo harán con miedo, sino con adaptación. Y porque tendrán lo que nosotros no tuvimos: conciencia de fragilidad.

Nilo asintió lentamente.

—Nosotros podemos reparar el presente —añadió Saúl—. Pero ellos... ellos construirán el futuro. Multiplicado por cien. Lo que sembremos ahora, ellos lo recogerán.

Saúl se levantó y entró un momento a la cueva. Regresó con una caja metálica bajo el brazo. Lo abrió con un crujido de hielo. Dentro, dos bandejas de carne semicongelada y una barra de pan envuelta en plástico.

—Supongo que si restauras la luz —dijo—, ese arcón volverá a funcionar. No me ha importado perder algo de frío. Lo comparto contigo.

También trajo el generador portátil y un hornillo eléctrico.

—Tenía reserva para uno —añadió—. Pero prefiero tu ayuda... y menos comida. Si en el futuro fuésemos más, quizá podríamos reclutar a alguien que sepa cazar mejor que nosotros.

Nilo entrecerró los ojos, divertido.

—No sé yo si me fiaría de alguien con una escopeta.

—No podemos bajar la guardia —repuso Saúl—. Pero tampoco podemos cerrarnos. Si no confiamos... no estaríamos tú y yo aquí.

Prepararon la comida en el hornillo, sobre un bidón volteado a modo de mesa. El olor de la carne chisporroteando llenó la entrada de la cueva. Mientras comían, seguían hablando.

Rieron con alguna historia absurda del pasado. Se compadecieron de sí mismos, de sus vidas anteriores, de todo lo que no dijeron a tiempo.

Y por un instante, parecía que el mundo no se había roto.

Que la humanidad, aunque herida, aún respiraba.

Saúl y Nilo tenían buena química. Algo improbable en otro tiempo, en otras circunstancias. Hasta ese momento, venían de vidas distintas, casi opuestas. Pero en aquella cueva, con la carne crepitando en el fuego eléctrico y el abismo colgando frente a sus pies, algo era evidente: podrían haber sido buenos amigos en el mundo de antes. De esos que comparten veranos con tequila, tardes de baile, conversaciones interminables.

El cielo ya era negro cuando Saúl miró el reloj.

—Las diez y media —murmuró.

Se levantó, estiró los brazos.

—Es el momento, Nilo. Esta noche vamos a dar al "botón fusible" —dijo, guiñándole un ojo.

Nilo se levantó, se sacudió las manos, y sin decirlo... sonrió.

Estaban listos para empezar. Para devolverle al mundo algo de luz.

Aunque fuera desde la oscuridad.

——

Dentro de la cueva, con el portón ya cerrado, Saúl guió a Nilo hacia la zona del "dormitorio improvisado". A cada paso, el eco de sus pasos parecía marcar el tiempo con una gravedad distinta.

—Ven, Nilo, voy a amarrarte —dijo Saúl, señalando uno de los puntos de anclaje sujetos al suelo invertido.

—¿Y tú? —preguntó Nilo, sentándose.

—Yo ya me até solo una vez. Ponte aquí —le indicó con calma mientras ajustaba el arnés.

Lo sentó sobre una superficie acolchada y le explicó, casi con tono de profesor:

—Al ser atraídos de forma orbital, esta vez nos deslizaremos hacia la parte contraria de cuando nos invertimos a las once de la mañana.

—Entiendo... pero, ¿por qué la primera vez simplemente flotamos? —preguntó Nilo, frunciendo el ceño.

Saúl asintió como si lo esperara.

—Tú mismo lo has dicho: fue la primera vez. No vivimos el amanecer de la gravedad, sino el contacto directo con la atracción de Némesis. Fue un choque seco. Una pérdida inmediata del vínculo gravitacional con la Tierra. En otras zonas, donde el planeta ya estaba alineado con Némesis, no flotaron, sino que simplemente se ladeaban como vamos a hacer nosotros ahora. —Hizo una pausa breve y añadió—: Nos tocó la peor parte, Nilo. El despertar de Némesis.

Tras terminar de anclar a su compañero, Saúl se aseguró él mismo con las correas. Siguieron conversando, y Saúl le ofreció respuestas teóricas que Nilo absorbía con ojos atentos, como un alumno que por fin encuentra al maestro adecuado.

Y entonces sucedió.

Una presión suave, conocida. Del oeste esta vez.

Los cuerpos comenzaron a ceder. Se deslizaron lentamente, y el cambio fue casi coreografiado. No hubo sobresaltos ni objetos volando esta vez. Solo un suave giro del mundo. Cuando la gravedad volvió a colocarse de su lado habitual, Saúl sonrió.

—¡Listos! —exclamó—. Vamos a la central.

—¿Necesito algo de aquí? —preguntó Nilo mientras ya comenzaba a buscar entre las bolsas colgadas en la pared.

—Tengo herramientas por si acaso —dijo Saúl.

Nilo rebuscó y extrajo lo justo: un par de alicates, un destornillador, una llave inglesa, cinta americana y una cizalla.

—Con esto vamos bien —aseguró.

Saúl le ofreció una mochila vacía, que Nilo llenó en segundos. Ambos encendieron sus linternas, se ajustaron las mochilas al cuerpo, y salieron a la noche , bajo una luna que ya no brillaba con el mismo fulgor.

El camino fue silencioso, de unos cuarenta minutos. El paisaje les resultaba conocido, pero el alma del mundo parecía distinta. Solo algunas figuras solitarias cruzaban el horizonte, menos que la noche anterior.

—¿Se habrán caído al cielo? —musitó Nilo—. ¿O están escondidos?

Ninguno respondió. Pero ambos lo sintieron: algo había cambiado. Aunque fuera poco, era perceptible.

Cuando llegaron a la central eléctrica, se toparon con una valla metálica. Nilo no perdió tiempo. Sacó la cizalla, hizo presión, y en cuestión de segundos abrió una grieta por donde se colaron.

La linterna de Nilo barría cada rincón con precisión. Observaba. Hablaba solo. Se preguntaba. Se respondía.

—Vale... no ha sido tanto... Solo han volado generadores que conectaban fases. Necesito puentear esas conexiones. Desde dentro puedo combinar las fases con los generadores aún anclados en la habitación interior.

Saúl lo observaba. Admiraba su enfoque metódico, su lenguaje preciso, su manera de pensar mientras actuaba. No había fanfarroneo en él. Lo que dijo sobre haber sido hacker ya no parecía solo parte de una historia curiosa.

—Pero de aquí no pasa la luz a la ciudad —dijo Saúl de pronto—. ¿Cómo sabes que hasta aquí llega?

Nilo giró con una sonrisa.

—Ya lo comprobé. Y sí, llega. Todo lo que está detrás de esta central es grande... y todo está atornillado.

—Entonces está como nosotros en la cueva —asintió Saúl—. Firmes al mundo.

Dos horas después, la instalación estaba casi lista.

Y entonces, algo los interrumpió.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —la voz sonaba desde más allá del pasillo, torpe y cargada de tensión.

—Sí —respondió Nilo, dando un paso al frente—. ¿Necesitáis ayuda?

Un segundo después, alguien lo agarró desde atrás. Un cuchillo se apoyó contra su yugular.

—¡Si te mueves, te lo clavo entero! ¿Me entiendes?

—Sí... sí. Tranquilo —balbuceó Nilo.

—Cállate —gruñó el asaltante. Dos más aparecieron, burlándose con descaro.

—¿Dónde están tus cosas? —preguntó uno de ellos, husmeando.

—Ahí... en esa habitación —señaló Nilo con la cabeza.

Lo empujaron hacia allí. El filo nunca dejaba su cuello.

—¿Estás solo? —le preguntó el que lo retenía.

—Si —respondió Nilo con un susurro.

Y entonces, entre las torretas, apareció Saúl.

Con una pistola en la mano. Firme. Inamovible.

—O os largáis ya o te vuelo la puta cabeza —dijo. Su tono era seco. No había nada teatral en él—. No pienso daros margen. Os mato a los tres y me hago un maldito traje de piel.

El cuchillo cayó. El intruso retrocedió. Salieron corriendo, sin mirar atrás.

Nilo cayó de rodillas. Se tocó la garganta, donde una fina marca roja recordaba el filo.

—Gracias, Saúl.

Y luego, miró la pistola.

—Esto es más que un generador y una cafetera.

Saúl suspiró, devolviendo el arma a su funda.

—Sabía técnicamente lo que iba a pasar con Némesis. Pero también intuía lo que iba a pasar con las personas.

——

Nilo permaneció unos segundos más en cuclillas, con la mano aún en el cuello donde la hoja lo había presionado. Luego levantó la mirada hacia Saúl, que ya había enfundado el arma y lo observaba en silencio, atento a cualquier sonido más allá del eco que dejaban sus pasos.

—No imaginaba que la gente iba a volverse tan hostil tan rápido... —murmuró Nilo mientras se incorporaba con gesto lento, como si su cuerpo aún procesara la tensión—. Allí fuera hay gente sin una pistola. Mujeres. Críos. Y cuanto más lo pienso... más miedo me da.

Saúl no respondió de inmediato. Lo dejó hablar.

—¿Tú crees que...? —Nilo tragó saliva—. ¿Que habrá quien no solo robe por sobrevivir? ¿Sino que... que use la debilidad de otros para su placer? ¿Sabes a lo que me refiero, Saúl?

El científico lo miró, con los ojos tranquilos, pero con un destello de dolor profundo detrás. Esa idea no le era ajena. Le dolía porque era real.

—Soy un científico —dijo finalmente, con la voz baja, grave—. Y tú, Nilo... eres un genio eléctrico. Pero no somos héroes.

Dejó que el silencio reposara entre los dos, como si ambos intentaran encajar esa verdad.

—No podemos pararlo todo. —Volvió a hablar Saúl, esta vez agachándose—. Pero al menos, podemos parar dos cosas.

Extendió la mano y recogió del suelo el cuchillo que había usado el atacante.

—Esto —añadió, ofreciéndoselo a Nilo—. No volverá a ser usado con el mismo propósito.

Nilo lo cogió. No lo miró como un arma, sino como una promesa. Como una herramienta con un nuevo destino.

—¿Y la otra cosa?

Saúl alzó la mirada. Sus ojos brillaban con determinación.

—Les daremos luz —dijo—. Para que, si alguien les acecha... puedan verlo venir.

Nilo apretó los dedos en torno al mango del cuchillo. Asintió. Una sola vez. Y luego volvió a su elemento.

Avanzó por la sala como quien danza con el metal. Apretó cuatro tornillos, ajustó conexiones, abrió el cuadro general y comprobó tensiones con el tacto de alguien que escucha un instrumento.

—¡Esto va a ser hermoso! —gritó desde una esquina.

Saúl lo observaba, sin interrumpirlo. Sabía que en ese momento, Nilo estaba exactamente donde debía estar.

Subió a una torreta. Con un destornillador entre los dientes y la linterna amarrada al hombro, preparó el último empalme.

—¡Mira, Saúl! —gritó, y en su voz había euforia infantil, como si regresara a un recuerdo de su niñez—. ¡Mira este cometa eléctrico!

Giró un contacto.

Y entonces sucedió.

Un zumbido sordo recorrió la sala, seguido de un clic metálico y seco.

Uno a uno, los focos de la central comenzaron a encenderse. Primero los más cercanos. Luego los de las torres. Y luego, como si una ola de electricidad recorriera el horizonte, las luces comenzaron a propagarse por la ciudad.

Farolas. Rótulos. Ventanas.

El mundo, al menos ese pequeño rincón del mundo, volvió a brillar.

Saúl levantó ambos brazos y soltó un grito:

—¡Vamos, carajo! ¡Sí!

Nilo bajó de la torreta con una sonrisa que no le cabía en la cara. Sudado, ojeroso, agotado... pero radiante.

—Ahora sí —le dijo, tendiéndole la mano—. A seguir arreglando zonas oscuras y mandando el mensaje. Que la gente se prepare. Que entiendan. Que luchen.

—Exacto —respondió Saúl, apretando esa mano con fuerza.

Y entonces Nilo añadió, mientras se colocaba la mochila:

—Ahora que conocen a Némesis... que cuiden también su yugular.

Los dos rieron, sin alegría exagerada, pero con algo más poderoso: complicidad.

——

Aún no lo sabían.

No eran conscientes del todo.

Pero acababan de dar luz a una ciudad.

Y ahora, en medio de la oscuridad del mundo, esa luz sería vista desde lejos. Como una polilla que se dirige a una lámpara encendida.

Unos llegarían buscando esperanza.

Otros... algo mucho más oscuro.

Pero la chispa ya estaba encendida.

Y Saúl y Nilo... eran su llama.