Capítulo 2: Sombras en la Mente

Al despertar, algo no estaba bien. Mi cuerpo sentía el peso del vacío, pero era diferente esta vez. No era solo el vacío que había aprendido a soportar, sino uno nuevo, más profundo, más oscuro. Me costaba respirar, como si el aire mismo me estuviera rechazando.

La alucinación de Marcos seguía rondando en mi mente. Pero no fue solo él. Esta vez fueron más. Personas que ya no estaban, voces que hablaban en susurros, que me llamaban por mi nombre, que me decían que todo estaría bien. Cada palabra, cada rostro, se desvanecía en el aire antes de que pudiera tocarlos. Y me dejaban con la sensación de que mi mente me jugaba una cruel broma.

Me levanté lentamente de la cama, mis pies tocando el frío suelo. El ruido de la casa era el mismo de siempre, pero ahora me sonaba distante, irrelevante. No había nadie cerca, nadie a quien pudiera gritar. La soledad, esa vieja amiga, me abrazaba más fuerte que nunca.

Recordé a mi perro, el único que alguna vez me había dado amor sin esperar nada a cambio. Murió hace poco, en circunstancias que aún no comprendía del todo. Su ausencia se había sumado al peso de todo lo demás. A veces, me encontraba caminando por la casa, esperando escuchar el sonido de sus patas, esperando verlo corretear hacia mí como en los viejos tiempos. Pero nunca ocurría. Y la tristeza se hacía más grande. Los recuerdos de su muerte se volvían vívidos, como una película que no dejaba de repetirse en mi cabeza.

Mis ojos se posaron en el espejo, como si esperara encontrar una respuesta en mi reflejo. Pero no encontré nada. No vi a nadie. Solo una máscara vacía, una expresión cansada que no reconocía. ¿Cuánto tiempo había estado así? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien me vio realmente?

Me senté en el suelo, apoyando mi espalda contra la pared. Las voces comenzaron a crecer, hablándome en un lenguaje que no entendía, pero que de alguna manera sentía familiar. Mis dedos se apretaron sobre mis sienes, tratando de ahogar esos pensamientos que me atormentaban. Pero no servía de nada.

La gente a mi alrededor parecía preocupada, pero sus palabras eran como ecos vacíos. Mi madre, con su preocupación constante, me decía que todo mejoraría. Pero yo sabía que no sería así. Sabía que nada podría sacarme de este abismo, no importa cuánto intentara. Incluso sus ojos llenos de amor parecían vacíos. No podían verme, no podían comprender la guerra que libraba dentro de mí.

De repente, el sonido del teléfono interrumpió mis pensamientos. Era un mensaje de Elena, una de las pocas personas que aún intentaba estar cerca, pero no sabía si era por lástima o por verdadera preocupación. "¿Cómo estás?" decía. Esas palabras me dolían más que el dolor físico. No sabía cómo contestar. ¿Cómo se responde a alguien que se preocupa por alguien que ya ha dejado de existir?

Fue entonces cuando una extraña sensación me invadió, una sensación de estar observando desde fuera de mí mismo. Como si estuviera atrapado en un sueño del que no podía despertar. Mis pensamientos no eran los míos, mis emociones parecían ser impuestas desde fuera. Y en ese momento, me pregunté si realmente había alguien ahí dentro. ¿Quién era yo realmente? ¿El que veía el mundo desde su habitación, o el que desaparecía en sus propios pensamientos, víctima de sus propias alucinaciones?

Las horas pasaron en una especie de niebla espesa. A veces sentía que los días y las noches se fusionaban, que el tiempo no existía para mí. Mis sueños, esos breves momentos de respiro, se volvían más intensos. En ellos, estaba rodeado de paisajes aéreos, espacios frutigeros llenos de luz y nostalgia. Pero esos momentos eran efímeros. Siempre despertaba en la misma habitación vacía, con las mismas sombras, con el mismo vacío que me devoraba.

Intenté mantenerme en pie, intentar hacer algo, cualquier cosa, para olvidar el peso que me hundía. Pero mis pasos eran torpes, mi mente estaba lejos. Y todo lo que quedaba era la sensación de que, aunque estuviera rodeado de personas, no estaba allí. Mi alma parecía haberse quedado atrás, atrapada en un lugar que ya no existía.

Mis amigos… ellos trataban de acercarse, de intentar rescatarme, pero yo sabía que ya no había forma de salvarme. La desconexión era demasiado grande. Sentía que no había manera de que alguien entendiera el abismo en el que me encontraba.

La oscuridad se apoderaba de mí lentamente, y todo lo que podía hacer era seguir caminando, sin rumbo, como un espectro que busca una salida que no existe. Las alucinaciones volvían a aparecer, más vívidas que nunca, como si mi mente me estuviera tentando a seguir creyendo en algo que no era real.

¿Era esto lo que quedaba para mí? ¿Una vida marcada por la desesperación, por la soledad, por los recuerdos distorsionados? Mi mente me decía que no había salida. Pero mis sueños… mis sueños seguían siendo mi único refugio. Y mientras cerraba los ojos, me sumergía en un mundo donde todo parecía tener sentido. Pero, al abrirlos, me encontraba de nuevo en el mismo lugar, rodeado de las mismas sombras.

El peso de la realidad era más fuerte que nunca. Pero, por alguna razón, no quería dejar de soñar.