Los días comenzaron a mezclarse. Ya no sabía si era lunes o jueves, si estaba despierto o dormido. Todo tenía ese filtro gris, como si el mundo se estuviera apagando lentamente a mi alrededor.
A veces escuchaba voces. Voces suaves, lejanas, que no podía reconocer. No eran malas… eran tristes. Algunas me llamaban por mi nombre, otras solo susurraban frases como “no te olvides de mí” o “aún estás aquí”. Alucinaciones, supongo. O tal vez era algo más. No sé.
Caminaba por la casa y veía cosas que no estaban ahí: el viejo sillón donde papá se sentaba antes de irse, el perro acostado en la esquina, moviendo la cola… Luna sentada en mi cama, sonriéndome como si nunca me hubiera dejado.
Pero cuando parpadeaba, todo desaparecía.
Lo más extraño fue esa tarde.
Salí al patio, hacía tiempo que no lo hacía. El aire estaba frío y había una luz amarilla muy suave, como de un sueño. Me senté en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared. Y ahí, en ese momento… sentí paz. Por primera vez en mucho tiempo.
Cerré los ojos.
Y de pronto me vi caminando en otro lugar: un espacio enorme, sin gravedad, sin suelo, solo una atmósfera flotante con arquitectura imposible, como esas imágenes de internet con estética frutiger aero, llenas de nostalgia sin razón.
Había brisa. Luz azulada. Y música… una música suave que me rompía el alma, pero no dolía. Era como recordar algo que nunca viví, pero que mi corazón sí conocía.
Allí estaba Luna, otra vez. Pero esta vez me miró seria.
—Tú sabes que este lugar no es real… —dijo, con una voz que parecía viento.
—Lo sé —respondí, bajando la mirada—. Pero aquí no duele.
—Por eso estás aquí, ¿no?
No dije nada.
Entonces ella se acercó y me puso una mano en el pecho.
—El dolor no se borra, pero si sigues huyendo… te perderás a ti mismo. ¿Sabes quién eres?
—No.
—¿Quieres saberlo?
Asentí.
Ella sonrió y dijo:
—Entonces despierta.
Y todo desapareció.
Abrí los ojos. Estaba en el patio, con la cara mojada de lágrimas. El cielo ya estaba oscuro. Me quedé ahí por horas, sin moverme. Algo dentro de mí había cambiado, pero no sabía qué era.
Esa noche no pude dormir. La mente no me dejaba. Pensé en todo: en mamá, en Luna, en Mi perro, en los días que ya no recordaba… en mi niñez.
Cosas simples: correr en el parque, ver caricaturas, abrazar a mamá sin miedo, tener amigos imaginarios que no dolían.
Y me pregunté en qué momento todo eso se perdió.
No encontré respuesta. Solo sentí frío.
Y otra vez… me dormí escribiendo en la pared de mi cuarto:
"Tal vez los sueños son más reales que yo."