Capítulo 14: El susurro de la caída

Los días se volvieron nublados, incluso cuando el sol brillaba. No importaba si estaba en mi cama o caminando por la casa; Elias siempre estaba ahí. En las esquinas. Reflejado en los vidrios. Sentado en la oscuridad de mi mente.

Al principio, sus palabras eran suaves. Promesas de descanso, de silencio, de paz.

—Solo te pido un paso más —me decía—. Un paso, y todo desaparece. No más voces. No más dolor. Nadie esperando nada de ti.

Yo lo escuchaba. Demasiado.

Empecé a hablar menos. A comer menos. A mirar el techo por horas.

Mi madre me miraba con ojos rojos. No dormía. Cocinaba cosas que ya no tocaba. Dejaba cartas en la puerta. Oraba. A veces lloraba sin sonido, solo con ese temblor de los hombros que me rompía por dentro.

—Ella no entiende —Elias decía mientras la observábamos a través de la rendija de la puerta—. Ella te va a arrastrar de nuevo al sufrimiento.

—Pero me ama —decía yo, en voz baja.

—¿Y eso importa? ¿De qué sirve su amor si tú estás roto? No hay nada que salvar. Solo queda terminar esto.

Una noche, tomé mi chaqueta. Caminé sin rumbo. Solo necesitaba aire.

Elias caminaba a mi lado.

—Un puente, una caída, un segundo. Eso es todo.

Mi mente lo imaginaba. La caída, el silencio, el agua fría tragándome como si nunca hubiera existido.

Pero entonces… la escuché.

—¡No! ¡Él no quiere eso! —era Luna.

Estaba de pie en medio del puente, mirándome con los ojos llenos de furia.

—¡No lo escuches! ¡Él se alimenta de lo que más odias de ti!

—¿Por qué no te vas? —gritó Elias, avanzando hacia ella.

—¡Porque lo amo! —gritó Luna, mirándome.

Y ahí algo cambió.

El mundo tembló. Elias gritó como si se quebrara por dentro. Todo se volvió blanco.

Desperté en mi habitación, el amanecer colándose por la ventana. Mi madre dormía en una silla junto a mi cama, abrazando una foto mía.

Yo respiraba.

No sabía cuánto tiempo más resistiría. Elias seguía ahí, agazapado en mi sombra. Pero Luna también estaba.

Y por primera vez… tuve miedo de perderla.