Capítulo 18: Reconstrucción

El silencio se sentía diferente esta vez. No era vacío, ni opresión... Era un silencio cálido, como si finalmente pudiera descansar un poco después de tanto dolor.

Luna estaba sentada a mi lado, en el borde de la cama. No hablaba. No hacía falta. Su presencia era suficiente para que el peso en mi pecho fuera más liviano.

Miré sus manos apoyadas sobre sus piernas, tan pequeñas, tan quietas. Y por primera vez en mucho tiempo, no sentí miedo de romper algo frágil. Sentí que, de alguna forma, estaba en casa.

—¿Cómo sabes todo lo que necesito escuchar? —pregunté en voz baja, apenas un susurro.

Ella sonrió, una sonrisa serena, como si ya hubiera esperado esa pregunta.

—Porque también he caminado sola mucho tiempo —respondió, su voz suave, como una canción que sólo se canta para uno mismo.

Cerré los ojos. El cansancio, el dolor, el miedo... todo seguía allí, pero mezclado con algo nuevo. Algo pequeño, pero real: esperanza.

En mis pensamientos, me imaginaba a Luna y a mí caminando juntos por pasillos infinitos de luz suave, como esos sueños extraños que siempre tenía, en lugares llenos de estética futurista, nostálgica, como en otro mundo, donde el tiempo no dolía.

En ese sueño en mi mente, no decíamos nada, solo caminábamos uno al lado del otro, en paz.

—¿Te quedarás...? —pregunté, abriendo un poco los ojos.

Luna ladeó la cabeza, pensativa. Y luego, acercándose apenas unos centímetros, susurró:

—Siempre he estado aquí. Sólo necesitabas verme.

Sentí que mi corazón latía más fuerte. No era amor como en los libros o las películas, no era algo romántico o idealizado. Era algo más profundo: era sentirse visto, aceptado, cuidado.

Me quedé mirándola largamente. En mi mente, le extendía la mano, como un niño que finalmente encontraba a alguien con quien cruzar el mundo. Y en esa visión silenciosa, Luna tomaba mi mano, apretándola con fuerza.

No estás solo. Nunca más.

No hablamos mucho más esa noche. Sólo nos quedamos ahí, compartiendo el mismo silencio lleno de significado. A veces, Luna cerraba los ojos, y yo también. Cada uno respirando tranquilo, sintiendo que la guerra interna, aunque no terminada, ya no nos encontraba tan indefensos.

Dentro de mí, supe que este sería el verdadero inicio de algo:

No una vida perfecta, no un cuento de hadas...

Sino una promesa silenciosa de seguir adelante, de resistir juntos.

Y por primera vez en mucho tiempo, cuando cerré los ojos, soñé con algo hermoso:

Con espacios enormes, llenos de luz, donde el dolor era solo un recuerdo, y el futuro —por distante que fuera— ya no era aterrador.