Capítulo 21: El primer beso

La noche estaba tranquila, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse.

El protagonista caminaba descalzo sobre un jardín de flores que parecían moverse al ritmo de sus pasos.

El cielo era de un azul profundo, lleno de estrellas titilando como pequeños latidos de esperanza.

Allí, bajo un gran árbol, estaba Luna.

Ella sonreía de esa manera tan suave, tan pura, como si todo el dolor del mundo no pudiera alcanzarla.

-Sabía que vendrías -dijo ella, su voz sonaba como un susurro entre las hojas.

Él se acercó despacio, como si tuviera miedo de que si se movía demasiado rápido, ella desaparecería.

Cuando estuvo frente a ella, Luna lo miró a los ojos...

Y en esa mirada había una ternura tan grande, tan real, que le hizo temblar por dentro.

-¿Por qué siempre estás aquí para mí? -preguntó él, apenas un susurro, como si le doliera la respuesta.

Luna sonrió, se acercó aún más y apoyó su frente contra la de él.

Ambos cerraron los ojos.

-Porque eres importante. Porque aunque no lo veas... vales mucho más de lo que imaginas -respondió.

El protagonista sintió un nudo en la garganta.

No recordaba la última vez que alguien lo había mirado así, sin juicios, sin condiciones.

Y entonces, sin pensarlo demasiado, Luna llevó su mano al rostro de él, acariciando suavemente su mejilla.

Sus dedos eran cálidos, vivos, como un rayo de sol en medio del invierno.

-Tú no estás solo -susurró ella.

Antes de que pudiera decir algo, Luna se acercó aún más y, lentamente, cerrando los ojos, lo besó.

Fue un beso suave, tímido al principio, como dos almas perdidas encontrándose después de tanto tiempo vagando en la oscuridad.

El mundo alrededor desapareció.

No había dolor, no había miedo, no había tristeza.

Solo estaban ellos dos.

El protagonista sintió como si todo el vacío dentro de él se llenara un poquito.

Como si ese beso fuera la prueba de que aún había algo hermoso en su vida, algo real.

Cuando se separaron, se quedaron mirando en silencio.

Ninguno necesitaba palabras.

Sus corazones, latiendo rápido y desordenados, lo decían todo.

Luna tomó sus manos entre las suyas.

-Prométeme que no vas a rendirte -dijo ella, sus ojos brillando.

-Te lo prometo -respondió él, sin dudar.

Y en ese momento, aunque todavía quedaban cicatrices, aunque todavía existía la tristeza, el protagonista supo algo:

Mientras ella estuviera allí, mientras pudiera recordar este momento, siempre tendría una razón para seguir adelante.

La noche siguió, abrazándolos en su pequeño mundo, un lugar donde por fin, aunque solo fuera por un instante, todo estaba bien.