Capítulo 17 - ¡Corre, Aric, Corre!

Aric regresó a una velocidad sobrehumana, mientras su mente se llenaba de fantasías gloriosas. ¡Por fin, todo tenía sentido! No había estado atrapado en una historia de sufrimiento sin fin, no, no, no. Este mundo absurdo era, en realidad, un paraíso narrativo dedicado al fanservice. Era el protagonista de una novela llena de escenarios eróticos y pervertidos. ¡Era su destino!

Rio como un pervertido feliz mientras la gente en las calles lo miraba con una mezcla de terror y preocupación. Un anciano abrazó a su nieto con fuerza, una señora murmuró una oración y un guardia consideró brevemente arrestarlo por indecencia pública.

Pero nada de eso importaba. ¡Estaba a punto de conocer a la viuda súcubo! Su gran momento había llegado.

Al llegar al callejón, frenó en seco, respiró hondo y se acomodó la ropa con dignidad. Debía dar la mejor impresión posible. Sin embargo, un olor metálico le hizo arrugar la nariz.

Asomo ligeramente la cabeza y notó un detalle perturbador: la sangre de los tres idiotas del callejón no solo había formado un charco… se deslizaba por el suelo como si tuviera vida propia, dirigiéndose hacia la niña de pelo rojo.

—…

Aric dio dos pasos atrás.

—…

Luego, cuatro pasos más atrás.

La sangre fue absorbida en su totalidad por ella y abrió los ojos lentamente… y acto seguido comenzó a vomitar con asco.

Aric observó la escena con el horror.

—Ajá… ya veo. Claro. Perfecto. Absolutamente normal. Todo bajo control.

Como si la situación no fuera lo suficientemente extraña, un mayordomo apareció de la nada. Un hombre elegante, pulcro, con una compostura impecable… que inmediatamente rompió al correr hacia la niña con una expresión de pánico paternal.

—¡Señorita! ¡Se encuentra bien! ¡Dioses, su estado…! ¡Esto no puede continuar así!

La niña levantó una mano temblorosa, aún recuperándose de su maratón de vómito.

—E-Estoy bien…

El mayordomo no parecía convencido en lo absoluto.

—¡Pero su necesidad de sangre está aumentando! A este ritmo…

La niña respiró hondo, se irguió y se limpió la boca con la manga de su vestido, recuperando su dignidad en tiempo récord.

—Nadie debe saberlo —dijo con voz firme—. Lo usarían para destruir a nuestra familia.

Aric frunció el ceño.

—…Ok, ahora sí, oficialmente, me largo.

[¡No seas así, amigo! ¿No sientes curiosidad?]

—¡¿Curiosidad?! ¡Esto es exactamente el tipo de mierda que quería evitar!

Mientras tanto, el mayordomo miró a la niña con preocupación.

—Pero… ¿Qué haremos? Necesita una solución antes de que sea demasiado tarde.

La niña se cruzó de brazos, pensativa.

—Primero… necesito saber quién fue el joven que me vio.

Aric sintió una gota de sudor frío recorrer su espalda.

El mayordomo asintió y dijo con tono respetuoso:

—No lo reconocí, señorita. No es un noble de la ciudad.

La niña suspiró, mirando el callejón vacío.

—No importa. Descubre quién es y tráelo ante mí.

El mayordomo palideció y Aric sintió que la muerte acababa de ponerle una mano en el hombro.

—…

—¿Eh? —murmuró, con el mismo tono de alguien que acaba de escuchar que su banco ha cerrado y se ha llevado sus ahorros con él.

El mayordomo tragó saliva.

—Señorita… ¿está segura? Tal vez podríamos… no sé… dejarlo pasar…

La niña lo miró con una frialdad que haría temblar a un dragón.

—Él fue testigo.

El mayordomo, con el rostro de un hombre que ha aceptado su deber, asintió lentamente.

—Así… así lo haré, señorita.

Mientras tanto, Aric ya había desaparecido por la esquina a toda velocidad, corriendo como si su trasero estuviera en llamas.

[¡Vamos, no es para tanto!]

—¡SÍ LO ES, MALDITO MENTIROSO DE MIERDA! ¡SABÍA QUE IBA A PASAR ALGO ASÍ! ¡ME METÍ EN UN PUTO ARCO ARGUMENTAL!

[Pero míralo por el lado bueno, ¡podrías tener una vampirita pelirroja como seguidora!]

—¡NO QUIERO NIÑAS CHUPASANGRE EN MI VIDA!

[¿Eso fue una referencia a los impuestos?]

—¡FUE UNA REFERENCIA A QUE NO QUIERO MORIR!

El alba apenas comenzaba a teñir el cielo cuando los desdichados empleados del Colegio Arcáne de la Ilustre y Dignísima Orden del Sapientísimo Conocimiento llegaron para iniciar otro día de explotación... digo, trabajo honorable.

Don Baldomero Tiranicus III, el mayordomo y supervisor de los empleados, ya se encontraba en la entrada, con su postura digna y un cuaderno en mano, registrando las horas de llegada con la precisión de un verdugo anotando sus próximas ejecuciones.

—¡Usted, el que huele a alcohol, media paga! —ladró, señalando a un jardinero que se encogió de hombros, resignado.

—¡Usted, la que bosteza, 30 minutos extra sin paga! —le espetó a una joven sirvienta, quien cerró la boca de inmediato.

Y entonces lo vio.

Aric.

Normalmente, ese chico aparecía con la vitalidad de un cadáver reanimado por error, pero hoy… hoy estaba peor. Tenía ojeras de mapache insomne y un aire de pájaro paranoico a punto de explotar en pánico.

Se desplazaba erráticamente, ocultándose detrás de cada arbusto, farola o estatua como si estuviera protagonizando una misión de infiltración fallida.

El mayordomo lo observó en completo silencio mientras el joven daba saltitos furtivos detrás de un macetero, luego de un pilar, y finalmente, antes de cruzar la puerta, se arrojó al suelo y rodó como un soldado de guerra que no sabía qué carajos estaba haciendo.

—¡Detente ahí mismo, joven! —vociferó Baldomero, bloqueando la entrada con su bastón de supervisor—. ¡Explícate! ¿Qué es ese comportamiento tan indigno de un empleado del Colegio?

Aric se detuvo en seco, y con la mirada errática de un lunático, revisó su entorno una última vez antes de susurrarle desesperado:

—Señor Don Baldomero, dígame… ¿Cuál es la política del colegio respecto a la protección de sus empleados?

El mayordomo, sin cambiar un ápice su postura digna y severa, dio un paso atrás como si temiera que la locura de Aric fuera contagiosa.

—Los problemas personales de los empleados son asuntos suyos, no del colegio.

Aric parpadeó.

—¿…Perdón?

—Que si alguien le quiere matar, secuestrar o convertir en un sacrificio ritual, eso es asunto suyo. Aquí venimos a trabajar, no a involucrarnos en tragedias ajenas.

Aric abrió la boca. Luego la cerró. Por dentro, su mente gritaba indignada.

«¡¿Qué demonios pasó con la lealtad inquebrantable corporativa de las novelas?! ¡¿No se supone que hasta las sectas más sanguinarias protegían a sus miembros con fervor irracional?! Pero aquí… aquí simplemente me desechaban como un trapo viejo.»

—Bien. —Aric respiró hondo, intentando mantener la calma—. Quiero renunciar.

El mayordomo entrecerró los ojos con severidad.

—¿Está seguro de eso?

—Más seguro que nunca. Y quiero que me paguen el tiempo trabajado. —respondió con urgencia.

Cada segundo contaba cuando uno estaba huyendo de una niña vampírica psicópata con su mayordomo de película de terror.

Baldomero chasqueó la lengua, claramente irritado por tener que manejar papeleo antes del desayuno.

—¿Y por qué desea renunciar tan de repente?

«Mierda», pensó Aric

Sabía que si decía la verdad, este maldito viejo probablemente lo entregaría con una reverencia y un "espero que su sacrificio sirva a la grandeza del colegio".

Así que hizo lo que mejor sabía hacer en situaciones de crisis: improvisar.

Llevándose una mano al pecho y con la mirada más dramática que pudo lograr, anunció con voz entrecortada:

—¡Oh, noble Don Baldomero! Mi hermana... mi querida hermana ha partido de este mundo.

Don Baldomero ni siquiera parpadeó.

—Ajá. ¿Y?

Aric forzó una lágrima imaginaria.

—¡Y me ha dejado a cargo de sus trece hijos huérfanos! ¡Todos pequeños, frágiles y con ojos llenos de inocencia! No puedo permitir que sufran solos en este mundo cruel. No puedo abandonarlos, no, no puedo. ¡Debo irme para criarlos!

El mayordomo no mostró ningún tipo de reacción. Ni un parpadeo, ni un cambio en su expresión.

Solo dijo, con la solemnidad:

—Lo entiendo.

Aric parpadeó.

—¿Qué…?