La Sombra que Acecha

La Casa Roja, Estado de Florianna, Vailstone. Febrero, 2024.

El suave zumbido de la Unidad de Análisis Estratégico era el sonido de la razón pura, de la lógica fría procesando miles de millones de datos por segundo. Akari Elizaveta Koshkina, sentada en la estación de trabajo asignada por Frederica, sentía la red del Syndicate vibrar bajo sus dedos, una inmensa telaraña digital que se extendía por toda la Casa Roja y más allá. Había pasado las últimas horas explorando la red interna, su afinidad zumbando con una mezcla de deleite geek y una creciente aprensión. El sistema era impenetrable, diseñado con capas de seguridad que harían palidecer a cualquier agencia gubernamental. Cada clic, cada comando que ingresaba, era registrado, monitoreado por ojos invisibles. Era fascinante. Era aterrador.

Bueno, Akari, de hacker rebelde a hacker corporativa. Al menos la paga (en forma de comida caliente y un techo sin goteras) es mejor. Y el equipo... ¡uy, el equipo es una belleza! Si no estuviera en una prisión de alta tecnología, casi podría disfrutarlo. Casi.

Su humor cínico, que había regresado con fuerza tras la conversación con Antonella, era su armadura, su forma de procesar lo absurdo de su nueva realidad. Era una esclava, sí, una prisionera de lujo, pero una prisionera con acceso a la red más potente del Syndicate. La conversación con Frederica había sido una inmersión en la mente de una estratega, una demostración del intelecto puro. Ahora, Akari esperaba su próximo destino, su próximo entrenador, su próximo paso en el proceso de convertirse en una "operativa plena". Margaret para la fuerza bruta, Valeria para el sigilo, Frederica para la mente digital. Y Antonella, la Reina, para el control total. Era un reparto de talentos que Akari no podía evitar admirar, incluso mientras temía a cada uno de ellos. Se sentía como si su alma estuviera siendo despiezada y asignada a diferentes departamentos del infierno.

Estaba inmersa en un diagrama de la arquitectura de red de la Casa Roja (una versión muy simplificada, claro, su afinidad le decía que faltaban capas y subrutinas enteras), intentando encontrar cualquier indicio de una puerta trasera, de una debilidad, cuando sintió algo. No fue una notificación en la pantalla, ni un cambio en el zumbido de la red. Fue una alteración en el aire. Una anomalía sensorial.

El sutil murmullo de fondo de la sala, el tecleo distante de otros analistas, el suave siseo de la ventilación... todo pareció atenuarse, no físicamente, sino en su percepción. Era como si una parte del ambiente, el aire mismo, la luz, el sonido, hubiera sido... drenada. Su afinidad zumbó con una intensidad diferente, no la de la tecnología, sino la de una presencia que desafiaba toda lógica, sigilosa, casi imperceptible, que se movía a su alrededor sin hacer el menor ruido, sin dejar la menor huella digital o energética que ella pudiera identificar con precisión. Era una presencia que se sentía como una ausencia.

Akari se puso rígida, sus dedos suspendidos sobre el teclado, el vello de la nuca erizándose. Lentamente, se giró en su silla, sus ojos escanearon la sala con una velocidad que la práctica callejera le había enseñado. Otros analistas seguían en sus estaciones, concentrados, ajenos a la perturbación que Akari sentía. Frederica estaba en la suya, inmersa en sus pantallas, una figura silueteada por la luz de los datos. Nada parecía fuera de lo normal.

Pero Akari lo sentía. Esa ausencia antinatural. Esa sombra que no proyectaba sombra en el mundo físico, pero que dejaba una marca helada en el sensorial de Akari.

La encontró. No la vio llegar, ni oyó sus pasos. Simplemente, estaba allí. Apoyada contra la pared, a unos metros de su estación, donde hacía un instante no había nada más que hormigón pulido y luz difusa. Una figura. Una mujer. Vestida con ropa oscura, de un material que parecía absorber la luz, permitiéndole mezclarse con las sombras artificiales de la sala. Su cabello era castaño oscuro, cayendo en cascada alrededor de un rostro de rasgos finos, pero con una intensidad velada en los ojos, una calma que Akari encontró profundamente inquietante. Era Valeria Mendoza. "La Noche". La experta en sigilo e infiltración. La que enseñaba el arte de desaparecer. Y al parecer, era muy buena en ello.

No había hecho el menor ruido al moverse. Ni un solo paso, ni un susurro de tela, ni siquiera un cambio en el flujo de aire. Akari, con su afinidad para detectar la más mínima fluctuación en el entorno, especialmente las electrónicas o energéticas sutiles, no había sentido ni una vibración, ni una perturbación, nada que delatara su presencia hasta que... simplemente, se materializó. Era sobrecogedor. Era magistral. Era el tipo de habilidad que te hacía sentir como un niño indefenso jugando a las escondidas contra un depredador invisible.

Valeria la observaba, sus ojos oscuros, profundos, como dos agujeros negros que parecían ver directamente en el alma de Akari, despojándola de cualquier fachada. Su expresión era enigmática, una máscara de calma y profundidad que era imposible de leer. No sonreía, ni fruncía el ceño. Solo... observaba. La atmósfera a su alrededor parecía más densa, más quieta, el aire más pesado, como si las leyes de la física se doblaran ligeramente en su presencia, creando un vacío a su alrededor.

Okay. La Sombra que Acecha. Literalmente. Y yo que pensaba que Frederica era intimidante con sus gráficos y sus estadísticas. Esta se mueve como un fantasma entrenado por ninjas y te mira como si ya supiera cómo vas a morir. Genial. Mi entrenamiento va a ser con una sombra parlante. Espero que me dé un manual. Preferiblemente ilustrado y con advertencias de 'no intentar esto en casa, o en un callejón oscuro de Dreadhaven'. El humor de Akari era un susurro interno, una forma desesperada de no gritar, de no mostrar el miedo que se anidaba en su pecho.

Valeria dio un paso. Akari sintió la necesidad instintiva de saltar, de huir, a pesar de estar en un lugar físicamente seguro. Los movimientos de Valeria eran fluidos, silenciosos, como el deslizamiento del humo sobre una superficie lisa. Caminó hacia Akari, sin prisa, sin pausa, cada paso era una lección de control corporal absoluto, una negación de la física de la mayoría de los mortales.

Se detuvo junto a la estación de Akari, sin invadir su espacio personal, pero con una presencia que llenaba el aire, haciéndolo sentir delgado, difícil de respirar. Akari sentía el olor sutil de Valeria: algo parecido a la lluvia en tierra seca, y un toque de metal frío, limpio. Un aroma que encajaba perfectamente con la idea de una sombra.

—La Reina te asignó a mí —dijo Valeria. Su voz era sorprendentemente suave, melódica incluso, pero con una resonancia profunda y penetrante que parecía vibrar en los propios huesos de Akari, no en sus oídos. Su acento era inconfundiblemente colombiano, pero no el de la calle, sino uno más pulido, con la cadencia medida de la inteligencia, la paciencia y quizás una tristeza oculta.

Akari asintió, incapaz de encontrar las palabras de inmediato, su mente procesando la singularidad de esa voz y la forma en que se movía. Solo podía sentir la intensidad de la mirada de Valeria y la extraña quietud que la rodeaba.

—Necesitas aprender a moverte sin ser vista —continuó Valeria, sus ojos oscuros recorriendo los movimientos inconscientes de Akari, cada tic nervioso, cada señal de aprensión—. A desaparecer en el entorno. A usar las sombras no como un escondite, sino como un aliado. A no proyectar una presencia que delate tu existencia. La red te da ojos en el mundo digital, Akari. Te permite ver lo que otros no ven. Pero en el mundo real... a veces, la mejor defensa es no ser vista. Es ser... la ausencia. La nada.

Ser la ausencia. La nada. Okay. Esto suena a poesía existencial con un toque de robo a mano armada en la oscuridad. Genial. ¿Me va a enseñar a volverme invisible como en las películas? Espero que venga con un tutorial en YouTube, porque mi cerebro de hacker entiende de código, no de metafísica del sigilo.

Valeria se movió de nuevo. No se fue. Simplemente, se deslizó detrás de la estación de Akari, su figura desapareciendo parcialmente en la penumbra del pasillo adyacente, fundiéndose con las sombras que proyectaba el equipo de la sala. Akari la sintió. Estaba ahí, a pocos metros, pero no podía verla claramente. Era una lección instantánea. El sigilo no era solo no hacer ruido; era manipular la percepción, la luz, el aire mismo.

—Tu afinidad te permite ver el rastro de la tecnología —dijo Valeria, su voz viniendo ahora desde la sombra, desconcertante, como si las paredes hablaran—. Puedes sentir la red que la mayoría no percibe. Los pulsos. Las transmisiones. Las cámaras. Sus límites. Eso es valioso. Pero también dejas un rastro. Una firma. En el aire. En la energía. Una resonancia que tus perseguidores, y otros como ellos, pueden detectar si saben qué buscar. Necesitas aprender a controlar eso también. A apagar tu propia señal. A ser una anomalía que no emite anomalías. A ocultar tu propia luz.

Akari frunció el ceño, la idea era desconcertante. ¿Apagar su afinidad? ¿Controlarla de esa manera? Era parte de ella, tan intrínseca como respirar. ¿Cómo podía apagarla o controlarla?

—Es posible —dijo Valeria, reapareciendo tan silenciosamente como se había ido, ahora apoyada en el otro lado de la estación de trabajo de Akari, sus ojos oscuros fijos en los suyos, leyendo sus pensamientos con una facilidad aterradora. Y Akari sospechó que probablemente lo hacía. La falta de sorpresa en el rostro de Valeria era la prueba—. Todo se basa en el control. Del cuerpo. De la mente. De la energía que emites. De la intención. Es una disciplina.

De repente, y sin previo aviso, Valeria hizo algo inesperado. No sacó un arma. No la atacó. Su mano se movió, increíblemente rápido, hacia el monitor de la estación de Akari y, con un movimiento fluido y sutil, colocó un pequeño objeto del tamaño de un garbanzo en el borde inferior de la pantalla, camuflándolo perfectamente contra el bisel negro. Era casi invisible.

—No lo mires directamente —dijo Valeria, su voz baja—. Pero dime qué sientes.

Akari se puso tensa. ¿Un objeto? ¿Una prueba? Usó su afinidad. Sintió el pulso de la estación de trabajo, la red que la conectaba, y.… algo más. Una resonancia sutil emanando del pequeño objeto. No era tecnología del Syndicate, o no parecía serlo en la misma red principal. Era una señal de baja energía, un pequeño faro. Y Akari sintió una leve distorsión en la red local a su alrededor, un pequeño pliegue en el aire digital.

—Siento... una señal —murmuró Akari—. De baja energía. Y.… una distorsión en la red. Como si estuviera doblando el espacio digital a su alrededor. ¿Qué es?

Valeria asintió con una aprobación sutil. —Tu afinidad funciona. Es un pequeño dispositivo de interferencia. No potente. Diseñado para crear un mínimo "ruido" en el espectro local. Lo puse ahí hace treinta segundos. ¿Lo sentiste antes de que te lo dijera?

Akari se quedó helada. ¿Treinta segundos? ¿Había estado allí, colocándolo, mientras ella estaba sentada, inmersa en la red? ¿Y no lo había sentido antes de que Valeria la "desactivara" con su presencia?

—No —admitió Akari, la frustración mezclada con un escalofrío recorriéndole la espalda. Su "sexto sentido" había fallado. O había sido superado—. No lo sentí hasta que... me dijiste que buscara. O hasta que... tú apareciste.

Valeria se inclinó ligeramente. —Exacto. Mi presencia, mi control sobre mi propia "firma" energética y física, interfiere con la tuya. O la enmascara. Necesitas aprender a ver a través de esa interferencia. Y a crearla tú misma. A ser tú la sombra que enmascara.

Sacó otro objeto. Este era del tamaño de una moneda, también oscuro y discreto.

—Este es diferente —dijo Valeria—. Es un pequeño generador de pulso electromagnético de baja frecuencia. Diseñado para simular... una peculiaridad. Una firma energética genérica. Si estuvieras rastreando en el mundo exterior, podrías seguir esta señal creyendo que es tu objetivo.

Valeria lo colocó discretamente en otro lugar de la sala, cerca de la pared, donde parecía una mota de polvo. Akari activó su afinidad, buscando la nueva señal. La encontró. Era diferente a la primera. Menos sutil. Más... burda. Pero sí, si no supiera qué buscar, podría confundirla con la suya.

—La mayoría de las peculiaridades tienen "firmas" genéricas —dijo Valeria—. Resonancias, pulsos, distorsiones. La tuya es única, sí. Pero también puede ser imitada. Engañada. Necesitas aprender a distinguir el ruido de la señal real. A ver a través de las máscaras que se ponen en el mundo. No solo las digitales, sino las físicas, las energéticas. Las máscaras que usa la corrupción para esconderse. Y las máscaras que usaremos nosotros para encontrarla.

Akari entendió. No solo le enseñaría a ser invisible. Le enseñaría a ver las invisibilidades de otros. A navegar por un mundo de engaños a múltiples niveles. La "realidad alterna" de la que hablaban Antonella y Frederica, la que se construía con los medios y los datos manipulados, tenía una contraparte en el mundo físico: lo que la gente creía ver en las calles, en los edificios, en las operaciones criminales, frente a lo que realmente estaba sucediendo, lo que se movía sin ser detectado en las sombras.

—Tu afinidad te da una ventaja única en esto —dijo Valeria, volviendo a sentarse en la silla frente a Akari, sus movimientos suaves y controlados. Sus ojos oscuros la observaban con una intensidad que Akari aún no podía descifrar. Era una mezcla de evaluación, conocimiento y algo más, algo que Akari intuía que venía de un pasado marcado por sombras propias—. Puedes sentir los sistemas de vigilancia. Sus límites. Sus puntos débiles. Puedes ver la energía de los artefactos. Pero necesitas complementar eso con la habilidad física. Con el arte de la sombra. Con la capacidad de controlar tu propia presencia en el mundo. Y de controlar la de los demás.

Valeria sacó una pequeña tableta de su bolsillo, tan delgada como el papel, casi transparente. La activó. Mostraba un diagrama detallado de un edificio. No era la Casa Roja. Era un complejo diferente. Con cámaras, sensores de presión, rayos láser de alarma invisibles. Los puntos rojos y azules parpadeaban en la pantalla.

—Mañana comenzaremos tu entrenamiento formal —dijo Valeria, su voz tan suave como el aire, pero cada palabra era una orden. Akari sintió la inevitabilidad—. Te esperaré en el Módulo de Entrenamiento Físico. A las seis. No llegues tarde. Las sombras no esperan. Y los errores... en mi línea de trabajo, los errores significan que tu sombra se queda atrás. Para siempre.

El recuerdo del último hombre de la banda en Dreadhaven, de su propia parálisis, de la Glock caída... la golpeó por un instante. La debilidad que Margaret había identificado. Valeria lo sintió. O lo vio.

—El miedo es una sombra más, Akari —dijo Valeria, sus ojos oscuros fijos en los de Akari—. Puede cegarte. O puedes aprender a usarlo. A entenderlo. A convertirlo en tu aliado. Es una herramienta. Como la Glock. Como tu afinidad. El trauma... es un peso. Un ancla. Pero también puede ser una lección. Si sabes dónde buscar la enseñanza. Yo te mostraré dónde buscar.

La conversación con Valeria no era un interrogatorio, ni una lección formal en un aula. Era una inmersión. Una experiencia. Era aprender a ver el mundo desde la perspectiva de alguien que habitaba las sombras, alguien que entendía la verdad que se ocultaba bajo la superficie, no solo en la red digital, sino también en la realidad física. La naturaleza enigmática de Valeria no era solo una personalidad; era una forma de operar, una filosofía de vida. Hablaba de sigilo, de infiltración, pero también de control, de percepción, de la verdad oculta. Y en sus ojos, Akari vio el reflejo de un pasado que también conocía las sombras, la pérdida, la necesidad de desaparecer.

Valeria se puso de pie con la misma fluidez silenciosa con la que había llegado. No caminó hacia las puertas de vidrio esmerilado; simplemente se movió, y al acercarse, pareció fundirse con el aire, con la luz, con las sombras de la sala. Su figura se volvió borrosa, casi transparente, como si estuviera desmaterializándose ante los ojos de Akari. Las puertas se deslizaron abiertas justo cuando su figura se volvía indistinguible del entorno, y luego se cerraron tras ella con el mismo siseo silencioso, dejando a Akari sola de nuevo, pero ahora, la sala parecía más grande, las sombras, más profundas, el aire, cargado de misterio.

Bueno. La Sombra que Acecha. Y yo que pensé que Frederica era la rara con sus matrices de datos y sus estadísticas de probabilidad extrema. Esta habla en enigmas, te pone objetos invisibles en la cara y desaparece en el aire como un fantasma entrenado por ninjas colombianos. Genial. ¿Qué sigue? ¿Aprender a pelear con una roca que no se mueve y tiene problemas de ira? Oh, espera. Margaret.

Akari sonrió, una sonrisa genuina esta vez, a pesar de la aprensión que le revolvía el estómago. Era un miedo diferente al de Dreadhaven. Era el miedo a lo desconocido, a lo que no podía controlar, sí. Pero mezclado con una fascinación innegable. La Casa Roja, con sus enigmas y sus habitantes extraños, era una prisión, pero también era una escuela. Y Akari, el hacker que sentía la red estaba a punto de aprender a convertirse en una sombra en ella. Valeria, "La Noche", la esperaba al amanecer. Y las sombras, Akari lo sabía ahora, no perdonaban los errores. Especialmente los errores que te hacían visible.