Capítulo 11: Ecos del Bosque Exterior

Aion creció como crece lo que no pertenece a ninguna era.

Un niño de mirada insondable y voz suave, que caminaba por la casa como si conociera cada rincón antes incluso de verlo. Era parte de ella, sí, pero también algo más. Algo que ni Yuki ni Rei comprendían del todo.

—No deberías entrar al bosque —le advirtió Yuki una mañana, al verlo asomarse por la puerta este—. No sabemos qué hay más allá.

Aion lo miró con ojos negros profundos.

—El bosque también sueña, papá. Y me ha llamado por mi nombre.

Eso estremeció a Rei.

—¿Cómo puede saber tu nombre?

—Porque el bosque fue casa antes que esta casa —respondió Aion—. Y antes que ustedes. Lo recuerda todo.

Rei y Yuki se miraron. El bosque era un misterio aún más profundo que la propia mansión. Inmenso, cerrado sobre sí mismo, sus árboles parecían moverse a voluntad, sus sombras respiraban.

Y, sin embargo, esa noche, Aion desapareció.

El silencio fue total. La casa, que solía vibrar con su presencia, ahora parecía retener el aliento.

Yuki lo sintió de inmediato. Lo supo con un dolor punzante en el pecho.

—Se fue.

Rei ya estaba vistiéndose.

—Vamos a traerlo de vuelta.

Tomaron lo esencial: lámparas hechas con savia de la casa, cuchillos de obsidiana y raíces consagradas. Sabían que el bosque no era simplemente un entorno natural. Era una conciencia dormida. Una que, según los susurros más antiguos de la casa, despertaba con la sangre.

Caminar por el bosque era como andar dentro de un cuerpo vivo. Los árboles se arqueaban sobre ellos como costillas. El musgo parecía observar. Las raíces se movían lentamente cuando no miraban.

Rei se detuvo de pronto.

—¿Oíste eso?

Yuki asintió. Era un murmullo.

Una canción.

Cantada por voz infantil.

Siguieron la melodía hasta encontrar un claro que no debería existir: una abertura perfecta, donde la luna brillaba tan intensamente que parecía de día. Y en el centro…

Aion.

De pie, rodeado de figuras.

No humanas.

Sombras con forma vagamente humana, alargadas, hechas de corteza, musgo y cenizas.

Yuki sintió su cuerpo paralizarse.

—¡Aion!

El niño giró lentamente. Sonreía.

—Papá. Mamá. Ellos… también son parte de mí.

Las figuras susurraron juntas:

—Heredero. Portador. Renuevo.

Una de las sombras se inclinó ante Yuki.

—La casa vive, sí. Pero el bosque recuerda. Y ustedes… han sido llamados no solo a cuidar, sino a unir.

Rei alzó la voz.

—¿Qué quieren de él?

—Nada que no haya aceptado ya —respondió Aion con calma—. Yo soy el vínculo. Entre lo que fue destrucción… y lo que puede ser creación.

Yuki cayó de rodillas.

—¿Te irás?

Aion caminó hacia él. Lo abrazó. Su tacto era cálido, humano.

—No. Solo debo despertar a los dormidos. Y traerlos de vuelta. Esta vez… con amor.

Regresaron a la casa al amanecer.

Aion dormía entre ellos, su respiración serena.

Pero ahora la casa era distinta.

Más viva.

Más despierta.

Y los árboles, afuera, susurraban nombres que antes estaban prohibidos.

Los ecos del bosque exterior habían entrado.

Y con ellos, un nuevo ciclo había comenzado.