Los días que siguieron al regreso de Aion estuvieron llenos de cambios sutiles.
La casa, que siempre había sido cerrada al mundo, comenzó a abrirse. No de forma literal—sus muros seguían sellados para quienes no pertenecían—pero algo invisible había cambiado en su esencia. Respiraba hacia afuera.
Yuki lo notó una mañana al sentir una brisa ajena filtrarse entre las grietas de piedra. Una brisa que no era del bosque.
Era humana.
—¿La casa… está llamando otra vez? —preguntó a Rei mientras lo observaban desde la galería superior.
Rei asintió lentamente.
—No como antes. Esta vez no para alimentarse… sino para probar algo nuevo.
Aion, que pintaba símbolos con savia sobre el suelo del invernadero, no levantó la vista, pero murmuró:
—El primer huésped viene solo. No arrastrado. No elegido por la casa. Viene por su propia voluntad.
Y así fue.
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Llegó una noche sin luna. Las raíces se agitaron, y la puerta principal, cerrada durante generaciones, se abrió sola por primera vez desde que Yuki llegó.
El joven tenía unos veintitantos. Desorientado, con las manos ensangrentadas y los ojos inyectados de miedo… pero no por la casa. Sino por algo que venía de fuera.
Cayó en el umbral, desmayado.
Yuki lo cargó sin pensarlo. El cuerpo delgado temblaba, y tenía marcas en la espalda: heridas recientes. No de látigos… sino de garras.
—No es un simple humano —murmuró Rei al examinarlo—. Algo lo persiguió.
Aion lo observó con la calma de los que ya lo sabían todo.
—Ese “algo” fue parte de él. Pero se lo arrancaron. Y ahora no sabe si vino a buscar consuelo… o castigo.
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Cuando despertó, el joven estaba envuelto en sábanas suaves y una penumbra cálida. Intentó levantarse, pero un dolor le atravesó el costado.
Yuki se acercó.
—Estás a salvo. Mi nombre es Yuki.
—¿Dónde estoy?
—En un lugar que… está cambiando. Como tú.
El joven lo miró con ojos castaños profundos, llenos de terror y desesperación.
—Me llamo Noah. Y no sé por qué estoy aquí. Solo corrí. Corrí hasta que la niebla se tragó todo… y aparecí frente a esta casa.
Rei apareció en la puerta.
—La niebla es parte del bosque. Y si te dejó entrar… es porque algo de ti ya estaba roto antes.
Noah bajó la mirada.
—No vine por respuestas. Solo… por un lugar donde no me destruyeran más.
Yuki le tocó el hombro, suave.
—Entonces llegaste justo a tiempo.
—
Noah no preguntó mucho durante los primeros días.
Solo observaba.
Recorría los pasillos con pasos cautelosos, hablaba poco, y evitaba a Aion con una mezcla de respeto y miedo. Pero algo en él comenzó a cambiar.
La casa no lo atacaba. No lo provocaba.
Lo sanaba.
Yuki lo vio sonreír por primera vez mientras acariciaba a una criatura parecida a un gato que nació entre las raíces del invernadero.
Rei, sin embargo, mantenía la distancia. Algo en los ojos de Noah lo inquietaba. No porque fueran oscuros… sino porque a veces brillaban con la misma intensidad con la que solían brillar los suyos cuando aún era prisionero.
—
Una noche, Noah se acercó a Yuki en la galería, bajo una luna velada.
—¿Por qué me aceptaste tan fácilmente?
—Porque yo también llegué aquí roto. Y si la casa me curó a mí, supe que también podía curarte a ti.
Noah lo miró fijamente.
—¿Te curó… o te transformó en otra cosa?
Yuki sonrió con melancolía.
—Ambas cosas. Y no me arrepiento.
Noah bajó la vista.
—Yo no sé si quiero curarme. Hay partes de mí que me recuerdan a quienes me hicieron daño. Si las dejo ir… ¿quién queda?
—Alguien nuevo. Alguien tuyo. No de ellos.
Noah soltó una risa apagada.
—¿Y si no me gusta esa versión?
—Entonces puedes volver a empezar otra vez. Aquí, no hay un solo camino. Solo decisiones. Y tiempo.
—
Esa noche, Noah no durmió.
Se quedó mirando el techo, los susurros suaves de la casa acariciando sus pensamientos.
Y cuando amaneció, caminó hasta el corazón de la mansión. Donde Aion jugaba con luces invisibles que danzaban entre columnas vivas.
—¿Qué soy para ti? —preguntó Noah.
Aion alzó la vista. Su sonrisa fue pequeña, pero pura.
—Eres el primer huésped que no vino a sufrir. Viniste a sanar. Y eso… cambiará todo.
Noah asintió.
Y dio su primer paso hacia el interior verdadero de la casa.
No como fugitivo.
Sino como invitado.