Capítulo 13: El Reflejo en el Otro

Noah llevaba ya siete días en la casa.

Siete días en los que comenzó a respirar sin sentir que algo lo apretaba desde dentro. Siete días en los que no escuchó gritos, ni insultos, ni cadenas. Solo silencio, voces suaves y raíces que sabían sostener sin apretar.

Pero el octavo día, algo cambió.

Ese día, la casa le mostró un espejo.

Estaba caminando por un pasillo que nunca había visto antes. Las paredes estaban cubiertas de musgo brillante y pétalos secos flotaban en el aire como cenizas delicadas. Al fondo, una puerta entreabierta lo invitaba.

Dentro, una sala circular. Vacía. Sin muebles, sin ventanas.

Solo un espejo.

Antiguo, cubierto por un velo de tela negra.

Noah lo destapó.

Y se vio a sí mismo.

Pero no como era ahora.

Se vio como había sido… en el encierro.

Desnudo, sucio, herido. Con los ojos vacíos, sumisos.

Gritó y retrocedió, pero el reflejo no desapareció.

—No eres eso —murmuró—. Ya no eres eso.

Y sin embargo, el espejo replicó en voz baja:

¿Y si solo estás en pausa?”

Salió corriendo. Quería romperlo, quemarlo, huir.

Pero la casa no lo dejó.

El pasillo se alargó. Las paredes cambiaban de lugar. Lo obligaron a volver.

Cuando regresó a la sala, Aion estaba allí.

—No tienes que tenerle miedo —le dijo, como si supiera exactamente lo que había visto.

—¡Ese reflejo no soy yo! —gritó Noah, temblando.

—¿No? Entonces míralo otra vez… y dime lo que queda si lo aceptas.

Noah cerró los ojos. Contuvo la respiración.

Volvió a mirar.

Y esta vez, el reflejo lloraba.

No por dolor.

Sino por alivio.

—Solo quería que alguien me viera —susurró.

Esa noche, Yuki lo encontró sentado en la terraza interior, en completo silencio.

—¿Estás bien?

Noah no respondió enseguida.

—Hoy… vi una parte de mí que creí que debía enterrar. Pero estaba viva. Esperando.

Yuki se sentó a su lado.

—Todos traemos fantasmas. Algunos se esconden. Otros gritan. Lo importante es **quién los escucha.**

—¿Y tú los escuchas? —preguntó Noah, sin mirarlo.

—Sí. Pero no tengo miedo de ellos. Porque sé que no te definen. Son parte de tu historia, pero no de tu condena.

Noah se giró. Por primera vez, lo miró como si no le tuviera miedo… sino respeto.

—¿Te puedo pedir algo?

—Claro.

—No me mires como si fuera frágil.

Yuki sonrió, suave.

—Entonces déjame verte como eres.

Desde esa noche, Noah comenzó a cambiar.

No con rapidez. No con certezas.

Pero con voluntad.

Se unió a Aion en los rituales de sanación, a Rei en las caminatas silenciosas, y a Yuki… en los silencios compartidos.

Porque había algo especial en Yuki.

No era solo amabilidad. Era una tristeza dulce, un eco que Noah también llevaba en los huesos.

Y cada vez que sus manos se rozaban, ese eco vibraba más fuerte.

Una tarde, mientras cuidaban el jardín interior, Noah tocó la mano de Yuki más tiempo de lo normal.

Yuki lo miró.

—¿Estás bien?

—Creo que sí —respondió Noah—. Por primera vez, no quiero huir.

Yuki acarició su mejilla con cuidado.

—Entonces tal vez… podamos quedarnos.

Noah se inclinó.

Fue un beso breve. Tembloroso. Cargado de historia.

Pero real.

Y la casa… susurró de felicidad.

Desde el pasillo superior, Rei los observaba. No con celos. No con enojo.

Sino con una mezcla de resignación… y alivio.

—Finalmente —murmuró—. Se están reconstruyendo… juntos.

Aion apareció a su lado.

—El espejo ya no lo necesita. Pronto desaparecerá.

—¿Y entonces qué sigue?

Aion sonrió.

—La llegada del segundo huésped.