Durante semanas, la casa estuvo en calma.
No era una calma tensa como antes.
Era… serena.
Como si tras una larga batalla, los muros hubieran exhalado por fin.
Noah se despertaba sin sobresaltos. Dormía sin cadenas invisibles. Caminaba sin mirar por encima del hombro.
Pero algo dentro de él aún vibraba.
No con miedo.
Sino con una fuerza nueva.
Un latido propio.
—
—¿Te sientes distinto? —preguntó Yuki una tarde, observándolo mientras arreglaban los vidrios rotos de las ventanas.
Noah se detuvo un momento.
—No… distinto. Me siento completo.
Yuki sonrió.
—Eso puede ser más aterrador que cualquier fantasma.
—
Fue Aion quien lo explicó mejor.
—El grito interno que enfrentaste… no era solo trauma. Era tu voz ahogada. Tu derecho a nombrarte. A definirte sin que nadie más lo hiciera por ti.
—¿Y ahora?
—Ahora, tienes que decidir qué decir con ella.
—
Noah no sabía por dónde empezar.
Había pasado tanto tiempo hablando con miedo, que al fin tener control sobre sus palabras le parecía un poder peligroso.
Por eso decidió hacer lo más honesto: hablarle a sí mismo.
Se encerró en la habitación que una vez fue prisión.
Tomó un nuevo cuaderno.
Y comenzó a escribir.
"Me llamo Noah. No soy lo que me hicieron. No soy lo que me robaron. Soy lo que reconstruí con lo que quedó."
—
Cada palabra que escribía fortalecía las paredes.
La casa se volvía hogar.
Los espejos ya no devolvían heridas, sino reflejos reales.
Y un día, sin buscarlo, escribió algo más:
"Yuki me mira como si supiera que sigo roto. Pero no me pide que lo deje de estar. Solo que no me mienta."
—
Yuki lo leyó.
Y no dijo nada.
Solo se acercó.
Tomó su mano.
Y juntos, permanecieron en silencio.
No el de antes.
No el que gritaba.
Sino un silencio compartido.
Un lenguaje propio.
—
Noah comenzó a cantar.
Primero en sueños.
Luego, en voz baja mientras cocinaba.
Y un día, simplemente lo hizo sin pensar.
Una melodía suave, rota y hermosa.
Yuki lo escuchó desde el otro cuarto.
No interrumpió.
Solo se sentó cerca.
Y lo acompañó, en voz más baja.
Como un eco.
Como una armonía.
—
—Nunca supe que cantabas —dijo Yuki después.
—Tampoco yo.
—¿Y por qué ahora?
—Porque… ahora me creo las palabras.
—
La casa se transformó.
Ya no se sentía atrapada en su historia.
Era otra cosa.
Un testigo.
Un templo.
Elian ya no estaba.
La sombra interna había sido abrazada.
Y lo que quedaba…
era amor.
Uno nuevo.
Uno sin barrotes.
Uno sin máscaras.
—
Pero no todo era pasado.
Una noche, Noah encontró a Yuki frente al ventanal, con los ojos clavados en el horizonte.
—¿En qué piensas?
—En lo que viene.
—¿Te da miedo?
—Un poco.
—A mí también.
Y luego, sin pensarlo mucho, Noah dijo:
—Quiero que te quedes.
Yuki giró lentamente.
—¿Aquí?
—Sí. Pero no por la casa. Por mí.
—
El silencio que siguió fue largo. No incómodo. Solo intenso.
Yuki se acercó.
Puso su frente contra la de Noah.
—Entonces también es mi hogar.
—
Esa noche, durmieron juntos por primera vez sin pesadillas.
No como prisioneros.
No como víctimas del pasado.
Sino como hombres que, al fin, se habían elegido libres.
—
Por la mañana, la casa amaneció llena de luz.
Y en la cocina, Aion los esperaba con una sonrisa rara, casi humana.
—El ciclo ha cerrado. Pero el relato apenas empieza.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Noah.
—Lo que vivieron no fue un castigo. Fue un portal. Una apertura. Ahora… deben decidir qué historia quieren escribir con lo que son.
Noah y Yuki se miraron.
Y sin palabras, supieron la respuesta.
—
La voz estaba de vuelta.
Propia.
Recuperada.
Y era tiempo de usarla.