Capítulo 17: El Silencio que Grita

Todo estaba en calma.

Demasiado calma.

La casa, que antes respiraba con violencia, ahora parecía contenida. Como si algo estuviera esperando. Algo que no era Elian.

Noah lo sentía cada vez que abría una puerta. Cada vez que cerraba los ojos.

Un eco.

Un vacío.

—¿Lo escuchas? —preguntó a Yuki una mañana.

Yuki lo miró, frunciendo el ceño.

—¿Qué cosa?

—El… silencio.

Era un silencio raro.

No uno pacífico.

Sino uno que rugía por dentro.

Como si una voz gritara con tanta fuerza que ya no se podía oír.

Aion apareció sin que lo llamaran.

—Lo están sintiendo, ¿verdad?

Yuki asintió.

—No sabemos qué es.

—No es qué. Es quién.

Los espejos empezaron a romperse.

Sin golpes.

Sin contacto.

Simplemente… cedían.

Como si no pudieran sostener la imagen de alguien que se estaba despertando desde dentro.

—¿Aion… hay alguien más en esta casa?

La pregunta de Noah flotó pesada.

—No exactamente —respondió el oráculo—. Pero hay algo que ustedes dejaron dormido. Mucho antes de que Elian apareciera. Una presencia más vieja. Más arraigada.

—¿Y por qué despierta ahora?

—Porque al cerrar la herida de Elian, se rompió el sello que la mantenía dormida.

Esa noche, Noah soñó con un sótano.

Uno que nunca había visitado.

Uno que no recordaba.

En el sueño, bajaba escalón por escalón.

Oscuridad total.

Excepto por una tenue luz roja, como el latido de un corazón enfermo.

Y al llegar al fondo… lo vio.

Una figura encorvada. Atada con cadenas invisibles. Sin rostro.

Solo ojos.

Ojos que gritaban.

Y aunque no tenía boca, la escuchó.

"¿Por qué me dejaste aquí?"

Noah despertó gritando.

Y al hacerlo, encontró su mano ensangrentada.

Se había cortado con un espejo.

Uno que juraba no haber tocado.

—¿Hay una entidad más antigua en la casa? —preguntó Yuki esa mañana a Aion—. ¿Una anterior a todos nosotros?

Aion dudó un instante.

—Sí. Hay una historia que nunca contaron. Un huésped que no quiso serlo. Que fue silenciado cuando todos preferían no ver. Su dolor no fue romántico. No fue misterioso. Fue puro abandono.

—¿Y tiene nombre?

—No. Solo rabia.

Noah volvió al sueño cada noche.

Y cada noche, la figura se acercaba un poco más.

—No te recuerdo —le dijo—. No sé quién eres.

Pero la respuesta siempre era la misma:

"Tú me olvidaste primero."

Finalmente, Noah lo entendió.

No era una persona.

Era su grito no escuchado.

Era lo que quedó de él cuando lo rompieron.

No era Elian.

No era un enemigo.

Era él mismo.

El fragmento que no sobrevivió. El que quedó atrapado en el sótano de su conciencia.

Y la casa lo supo.

Por eso tembló.

Por eso se derrumbó una de las habitaciones antiguas. Por eso los espejos sangraban.

Porque si Elian era la herida externa… esto era la interna.

La que nunca dejó de sangrar.

—¿Y si no puedo salvarlo? —preguntó Noah en voz baja a Aion—. ¿Y si esa parte de mí ya está demasiado rota?

Aion lo miró con una extraña ternura.

—Entonces abrázala. Aunque te corte. Aunque te queme. Porque negar tu dolor… es permitir que otro lo domine.

La última noche de ese ciclo, Noah bajó al sótano real.

Había estado cerrado por años.

Pero ahora…

La puerta estaba abierta.

No había luz.

No había escalones que se veían.

Solo un abismo.

Y él bajó.

Sin linterna.

Sin protección.

Con el cuaderno en la mano.

Lo encontró en el fondo.

El eco encadenado.

La sombra sin rostro.

Sus ojos eran los suyos.

Su voz era la suya.

—Vine por ti —dijo Noah.

La figura tembló.

—¿Tarde?

—Quizás. Pero no quiero que sigas solo.

Se acercó.

Sintió el aire espeso.

Las cadenas quemaban.

El miedo era real.

Y aun así…

Lo abrazó.

Y entonces, por primera vez… el silencio gritó.

Pero ya no con rabia.

Sino con alivio.

La casa tembló con fuerza.

Pero no para destruir.

Sino para liberar.

Y al amanecer…

el sótano dejó de existir.

Y con él, el último grito fue al fin escuchado.