Capítulo 20: El Nombre del Traidor

El diario seguía abierto sobre la mesa del ático, pero esa página final parecía distinta.

Noah lo notó primero. La tinta… estaba fresca.

Y eso no era posible.

La frase escrita —"Alguien nos vendió por miedo"— había aparecido en la noche, sin manos visibles, sin testigos.

La casa había empezado a escribir por sí misma.

—¿Crees que sea real? —preguntó Yuki, con voz contenida.

—¿Qué parte de todo lo que vivimos no lo ha sido?

Decidieron revisar todo el diario, línea por línea.

Historias de juegos, de cenas familiares, de risas.

Hasta que la calidez se interrumpía abruptamente.

*"Papá ya no juega. Mamá llora en la despensa. El hombre del traje vino otra vez."*

Aion apareció sin que lo llamaran, como siempre.

—Era el propietario original —explicó con los ojos bajos—. Un hombre que recibió esta casa como herencia, y cuando la desgracia financiera lo amenazó, vendió más que ladrillos. Vendió secretos. Almas. Lo hizo para sobrevivir. Y en el proceso, dejó entrar algo que nunca debió pisar este lugar.

—¿Quién era?

Aion dudó.

Luego dijo:

—Su nombre era Alban Rivas.

Noah y Yuki se miraron.

Ese apellido… figuraba en una de las cartas halladas en la caja.

"A mi querido Alban: no dejes que el miedo te quite lo que somos."

Era una carta de su esposa.

Firmada con una lágrima dibujada.

Esa noche, la casa habló más fuerte.

El viento se coló por rendijas que ya no existían.

Las puertas crujieron con lamentos apagados.

Y en los espejos del segundo piso… apareció una figura.

Alta.

De rostro borroso.

Con un sombrero elegante.

El hombre del traje.

—¿Es él? —susurró Yuki.

Aion asintió.

—Es lo que queda de él. Un eco de su decisión. No busca redención. Solo… validación. Quiere que alguien diga que hizo lo correcto. Pero no lo hizo.

La figura no se movía.

Solo los miraba.

Esperando.

Noah se adelantó.

—¡¿Fuiste tú quien vendió la casa?!

El reflejo asintió con lentitud.

—¿Y sabías lo que pasaría?

Una pausa larga.

Luego, otro asentimiento.

Yuki apretó los puños.

—¿Por qué?

La figura finalmente habló.

Una voz quebrada, como cristales pisados:

—Porque tenía miedo de perderme. Y terminé perdiéndolo todo.

Noah sintió compasión. Pero no lástima.

—Tus hijos… tus memorias… siguen aquí. Y siguen amándote. Pero merecen la verdad. No tu excusa.

El reflejo tembló.

Se distorsionó.

Y entonces, cayó al suelo del espejo como si se deshiciera en polvo.

A la mañana siguiente, el espejo estaba intacto.

Y una nueva línea apareció en el diario:

"Papá vino anoche. No lloramos. Esta vez… lo entendimos."

La casa estaba sanando.

No solo desde el presente, sino también desde el pasado.

Y esa sanación se sentía en cada rincón.

Los pisos crujían menos.

Las puertas se abrían con suavidad.

Y la cuna… sonaba como un murmullo de esperanza.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Yuki mientras observaban el amanecer desde la ventana del ático.

Noah lo pensó un segundo y dijo:

—Contaremos la historia. Toda. Incluso lo doloroso. Porque nadie merece que su voz quede enterrada.

Yuki le sonrió, y sin dudarlo, respondió:

—Entonces vamos a escribirla… juntos.

Y la casa… los escuchó.

Ya no con gritos.

Sino con gratitud.